Ilustración a la carta

La cultura, el arte y la gastronomía se fusionan para ofrecer una experiencia de alto vuelo. Hoy es posible disfrutar de una cena con acento francés, degustar vinos en las alturas o descubrir las recetas secretas en un templo oculto de Barracas. Los palacios, complejos históricos y museos se convierten en el entorno envidiable y cada vez más habitual del ‘bon vivant’.

Txt: Vanesa Ivanoff
Ph: Gentileza Eve Grinberg (Palacio Sans Souci), el Barolo y Complejo Histórico de Santa Felicitas.

Las primeras noches frías del invierno en Buenos Aires aparecen con esmero. Si de salidas nocturnas se trata, las bajas temperaturas intentan desalentar al más osado. Sin embargo, en la “ciudad que nunca duerme” las propuestas se renuevan e invitan a distintas experiencias. Los espacios de culto de las artes se flexibilizan, resignificando el contacto y creando un nuevo lenguaje. La tendencia es mundial, disfrutar de la alta cocina y la gastronomía de autor en un museo, centro cultural o un palacio neoclásico está al alcance de la mano. En Buenos Aires, es entre el Palacio Sans Souci, el Barolo o las paredes del Complejo Histórico de Santa Felicitas, donde los sabores se entremezclan con historias, arte y buena cocina.

La cocina del palacio tiene acento francés

Transitar la Avenida Libertador hacia al norte de la ciudad es atravesar un sendero de asfalto custodiado por eucaliptos, algarrobos, casuarinas y jacarandá centenarios que juegan a entrelazarse en lo alto. En la localidad de San Fernando, sobre la calle Paz, una de las tantas sin salida con dirección al río, se asoma un magnífico portón de hierro. Al ingresar, dos árboles de magnolias plantadas por Carlos Thays dan la bienvenida al espléndido Palacio Sans Souci. Perteneciente a Carlos María de Alvear y su familia, esta joya arquitectónica fue construida a principios del siglo XX por el arquitecto francés de moda de la época: René Sargent, considerado como el mejor en estilo neoclásico y versallesco. En los años 60 Eduardo Durini y su mujer María Josefina Barra, tomaron posesión del lugar para salvarlo de la destrucción y del olvido. Hoy el palacio muestra el esplendor de sus mejores épocas.

Sobre la fachada lateral, subiendo una pequeña escalinata de mármol de París, un ‘concierge’ conduce a los visitantes al corazón del monumento. Allí, entre escaleras secretas y pasillos que contienen una exhibición de fotografías en blanco y negro, entre luces a modo de libélulas brillantes y el calor del fuego recién encendido, se esconde La Cocina del Palacio. Un restaurante a puertas cerradas para sólo 36 comensales, recientemente inaugurado en la antigua cocina construida en 1918 y decorada como una taberna provenzal. Eve Grinberg, una francesa “aporteñada” y Juan Rossi, el mismo creativo que desarrolló la marca Puro Diseño en el país, son los anfitriones. Amantes de los perfumes, especias, hierbas y del compartir, transformaron el lugar en un ecléctico espacio gastronómico que propone un viaje sensorial a partir de un menú de tres pasos con productos frescos, simples y auténticos. Para Eve, “La Cocina del Palacio es un lugar exclusivo, insólito y creativo que garantiza una fantástica ‘atmosphere’, simple y chic. La decoración es producto de nuestra sensibilidad y trayectoria de vida. Nos encanta el contraste, agregar poesía en la cotidianeidad. Somos apasionados y sensibles al arte”.

Si de cuentos y de romance se trata, parecería que el palacio Sans Souci es el escenario cotidiano de uno muy actual. Entre los maravillosos jardines, Eve y Juan son los protagonistas de la historia. Allí se inspiran todas las semanas y dan rienda suelta a la imaginación creando sabrosas recetas, con tintes entre criollos y europeos, pero cuidadosamente ejecutadas por el dueño de casa. Es que la parisina y el porteño quedaron tan cautivados por la magia del lugar, que se mudaron a uno de sus lofts, a pasos de la mítica taberna. Allí comparten sus días y se aprontan a recibir a los invitados.

“Los perfumes de la cocina son acogedores, hacen que las percepciones de nuestros comensales se conviertan en un viaje en el tiempo. Nuestro espacio culinario es mágico en las épocas frías, el encanto de los fuegos te transporta. Habitualmente, terminamos la velada visitando en la penumbra, los principales salones del Sans Souci”, cuenta Eve, al tiempo que intenta avivar el fuego de la gran cocina a leña que chisporrotea en el medio del salón.

Juan, cumple su misión a tiempo. El banquete está servido, primero una sopa perfumada con comino, jengibre y menta, luego el turno del ojo de bife al horno con papas rústicas y cebollas salteadas, para coronar con el postre en homenaje a la anfitriona, manzana d’Eve con especias de oriente, todo maridado por grandes vinos argentinos. La noche se diluye, entre anécdotas, sabores y risas, el aire del palacio se reinventa y se resume como alquimia entre el pasado y el presente.

Entre los muros de Felicitas

El barrio de Barracas, ubicado en la orilla izquierda del Riachuelo, debe su nombre a las antiguas barracas que se comenzaron a construir a fines del siglo XVIII. Las primeras construcciones eran improvisados depósitos de frutos, cueros y lanas cerca del puerto de La Boca, con un sector residencial de quintas y mansiones sobre la Calle Larga, hoy Av. Montes de Oca, donde muchas familias tradicionales tenían sus residencias de verano. Entre ellas estaba la quinta de Alzaga, mansión heredada por Martín de Alzaga y marco del drama pasional que sacudió a la sociedad porteña y truncó la vida de Felicitas Guerrero de Alzaga. En la calle Pinzón 1480, a la vuelta de la iglesia de Santa Felicitas, se encuentra la entrada del complejo histórico que el último sábado de cada mes abre sus puertas por la noche para reconstruir la trama de esa historia, deambular por los túneles secretos y descubrir un templo escondido, réplica -en menor escala- de la iglesia francesa de Lourdes. Todo acompañado por las recetas del viejo convento y una copa de la emblemática cepa Malbec.

La experiencia comienza puntualmente a las 20 hs.; la primera parte del recorrido transcurre dentro del Museo de los Túneles, con una proyección que relata la historia del barrio y la leyenda de amor, desgracia y desencuentros de Felicitas. “Se puede sentir la mística en los muros a medida que se va transitando las diferentes salas. Ellas reflejan lo que sucedía a principio del siglo XX, los inmigrantes, los oficios perdidos, las industrias, el comedor obrero; esos son los condimentos de la visita”, dice María Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y representante del Complejo Felicitas en la Subcomisión de Jóvenes de FADAM. “Particularmente siento que uno de los grandes logros y por lo que se destaca el complejo es la dinámica que se genera con el público visitante. Cuando se realiza la visita guiada, las personas se conectan con los objetos que ven, participan y muchas veces nos cuentan pequeñas anécdotas de su pasado”.

Hacia el final del recorrido, junto a la escalera principal, descansa una puerta de doble hoja de madera maciza. Al traspasar el pórtico, el templo escondido de estilo neoclásico asombra al que se le anima. La construcción está dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, cuenta con veintisiete vitrales y un gran rosetón, realizados en el taller de Gustave Pierre Dagrand, en Bordeaux, Francia. Sobre la arquería bajo el coro se alcanza a ver una inscripción: “le ciel en est le Prix” o “el cielo es el premio”. Es allí, en pequeñas mesas dónde los visitantes disfrutan del típico guiso de lentejas del convento o Lentejas Monásticas, acompañado de una copa de vino tinto. El broche majestuoso de la experiencia se disfruta cuando suenan los primeros acordes del piano que se replican en la acústica del templo. Entre óperas y zarzuelas, un dueto lírico se entremezcla en busca de la emoción.

Así es como el Complejo de Santa Felicitas se convierte por las noches en una síntesis de asombros, leyendas, sonidos y sabores para el deleite del visitante.

Malbec entre las alegorías del Dante

El ritmo vertiginoso de la ciudad, los autos que se atraviesan, el anonimato de las personas que se chocan al pasar, el apuro y los edificios que intentan trepar hacia el cielo, son instantes cotidianos de una Buenos Aires, diariamente en ebullición. Sin embargo, es posible disociarse del caos de la muchedumbre, si sólo elevamos la mirada al caminar por la mítica Av. de Mayo, desde la Casa Rosada hasta el Congreso Nacional. Entre rasgos coloniales, pero a su vez muy franceses, la magia de la arquitectura conversa en fachadas y cúpulas de ensueño. Dos cuadras antes de llegar a la Plaza del Congreso, a la izquierda, una mole de muchas ventanas con balcones eclécticos y un faro en la cima, detiene la mirada.

El Palacio Barolo, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, diseñado por el Arquitecto Mario Palanti a pedido de Luis Barolo e inaugurado en 1923, propone una aventura de poetas. Se trata de una las joyas de la arquitectura en la ciudad, inspirada en la obra del poeta Dante Alighieri “La Divina Comedia”. En el año 2004, Miqueas Thärigen inició sus actividades de promoción y difusión cultural del Histórico Palacio Barolo. Tomás Thärigen, su hermano y guía de lujo en el recorrido de Palacio Barolo Tours, cuenta que “el monumento fue construido en un época donde Buenos Aires recibía gran cantidad de inmigrantes con ideas europeas. El Palacio Barolo, con su estilo ecléctico y alegorías a la Divina Comedia, es un ejemplo de eso.”

Desde la planta baja hasta el faro que se ilumina en las visitas nocturnas, transitar el edificio es emprender un viaje a través de un lenguaje simbólico que representa a los tres mundos, como en la comedia del poeta italiano: el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Entre inscripciones en latín, dragones, cóndores y bóvedas de forma aurea, el recorrido de las “Extraorinary Nights” propone explorar los treinta y tres cánticos del poema, entre violines, violonchelo o al ritmo del dos por cuatro, con el privilegio de degustar el mejor Malbec como en los años 20. Llegar al faro, es un espectáculo en sí mismo. Los juegos de luces encandilan a los visitantes, la ciudad se enciende y las mejores vistas aparecen.

“Apreciamos mucho trabajar aquí, nos gusta llegar a nuestra oficina y tener la posibilidad de contarles a todos las historias del Barolo. Cada vez que tomo el ascensor, valoro el lugar en el que estoy. Nos apasiona mucho nuestra propuesta”, cuenta Tomas, mientras se acomoda el sombrero tipo bombín para recibir a los invitados y hacer el brindis final de la visita.

 

Parecería que la sociedad actual, móvil, dinámica y en constante evolución reclama una interconexión y democratización de los espacios que antes eran exclusivos. Integrar el arte, la arquitectura y la cocina a la vida diaria es una tendencia actual. Es por ello que los palacios, museos y complejos no permanecen estáticos, se aggiornan e incorporan nuevas experiencias que los resignifican.

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www.museosantafelicitas.org.ar
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