Un valle embriagador

Miles de terrazas de granito ladeadas sobre el río Duero componen el viñedo de montaña más grande del mundo. Desde Péso da Regua hasta Celeirós do Douro, recorremos sus más ilustres bodegas.

Txt: Marianela Mayer
Ph: Gentileza Quinta do Vallado, Quinta da Pacheca, Quinta de Nápoles, Quinta Nova de Nossa Senhora do Carmo y Quinta do Portal.

El Duero serpentea por el valle entre laderas cubiertas por viñedos. Un paisaje majestuoso que invita a brindar. En esta zona de minifundios, 45.000 hectáreas de viñas son cultivadas con las variedades de uvas más representativas de Portugal (Touriga Nacional, Tinta Roriz, Sousão, Rabigato, Verdelho). Primera región vinícola demarcada del mundo, es la tierra de los preciados vinos de Oporto y del Douro.

 

Los orígenes del Oporto

Sobre las colinas circundantes de Peso de Régua, se sitúa la Quinta do Vallado, una de las bodegas más antiguas y prestigiosas del valle. 300 años de historia legitiman una tradición vitivinícola transmitida durante seis generaciones. Los primos Francisco Ferreira y Francisco Olazabal son los flamantes herederos del legado familiar: 70 hectáreas de viñedos, de las cuales 15 conservan vides centenarias que producen el elegante y complejo Quinta do Vallado Reserva Field Blend y, en los mejores años, el Quinta do Vallado Adelaide Tinto, un vino firme de taninos sedosos, con notas minerales y final largo y refinado.

La musa del éxito perenne de la Quinta do Vallado es la legendaria Antónia Adelaide Ferreira, líder del vino de Oporto en el XIX, gracias a su compromiso entre tradición e innovación. Fieles a su estilo, sus tataranietos nos hacen vivir su esencia a través de la cata, el pisado de la uva o una estancia en su exclusivo hotel, una casa señorial del siglo XVIII, antigua morada de Doña Antonia.

Al otro margen del Duero, está la Quinta da Pacheca, una bodega familiar que propone una experiencia de 360º en torno al vino. Si bien sus orígenes remontan a 1738, fue en 1903 que la familia Serpa Pimentel adquirió las 57 hectáreas de viñas. Tres generaciones después, la enóloga María Serpa Pimentel es garante de la calidad de sus vinos, galardonados en numerosas ocasiones. Durante la cata, una botella nos sorprende: el Pacheca 30 Years Old Tawny Port, una mezcla de diversos oportos madurados en barricas de roble, con perfume de frutos secos y notas de chocolate y caramelo.

Además de visitar la bodega y sus dependencias, con tesoros como el primer mapa de la región trazado por el barón de Forrester o los pergaminos medievales de la quinta, podemos saborear en su restaurante exquisitos platos regionales de la mano del chef Carlos Pires, servidos con vinos de la propiedad. La experiencia “a la carta” se completa en el Wine House Hotel, que ofrece cursos de enología, degustación y otros talleres.

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El Valle en su equilibrio perfecto

Al seguir por la ribera del Duero hasta el cruce con el Tedo, nos encontramos con la Quinta de Nápoles, productora de vino desde el siglo XV. Viñas de 26 a 80 años se extienden alrededor de 30 hectáreas, entre 80 y 250 metros de altitud, bajo la celosa tutela del experto Carlos Raposo. En la cima de la colina, se despliega la nueva bodega diseñada por Andres Burghardt, símbolo de la perfecta harmonía entre el entorno y la elaboración vinícola. Emulando las terrazas del Duero, el edificio aprovecha los desniveles del terreno para que la vinificación se produzca gracias a la gravedad: los racimos entran por el nivel superior y el vino se obtiene en el inferior.

Esta revolución se dio gracias a la adquisición de la quinta por la familia Niepoort, una dinastía de cinco generaciones de viticultores, representada hoy por Dirk y Verena Niepoort. La filosofía del “más es menos” se denota en sus sofisticados vinos, elaborados al detalle sin prácticamente añadidos. En una terraza frente al río, degustamos su mejor exponente: el Robustus 1990, un tinto de cuerpo completo, con notas de clavo y pimienta, de equilibrio casi perfecto y largo final.

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Tras cruzar el Duero hacia Pinhão, hallamos la Quinta Nova de Nossa Senhora do Carmo, una de las mayores propiedades del valle, con 85 hectáreas de viñedos. En 1999, la emblemática bodega –con más de 250 años de antigüedad– fue comprada por la familia Amorim, líderes mundiales del corcho, que la remodeló al completo apostando por la producción de excelentes vinos y el desarrollo del enoturismo.

Ganador del Luxury Travel Guide Award 2016, el primer hotel de vino portugués está instalado en una casa señorial setecentista, con 11 habitaciones de época. Una invitación a experimentar el Duero en carne propia, ya sea a través de paseos por las viñas, un baño en la piscina entre viñedos o tomando una copa del expresivo Mirabilis Grande Reserva Tinto 2011 en el bar de vinos. Y si queremos alzar vuelo, podemos hacer un tour en helicóptero.

En el Conceitus, el chef José Pinto nos sirve sus creaciones, en total sintonía con los vinos de la propiedad. Y en octubre próximo se inaugurará un Museo de los Vinos de Oporto, con más de 500 piezas de los siglos XVIII y XIX.

Nuestra última parada se encuentra valle adentro, en las laderas del río Pinhão. La Quinta do Portal es una innovadora bodega boutique que pertenece a la familia Mansilha Branco, especialista en la elaboración del Oporto desde finales del XIX. Fascina la remodelación de sus instalaciones, realizada por el renombrado arquitecto Álvaro Siza, que recibió el Premio Duero de Arquitectura en 2011.

La Quinta do Portal es considerada en la región como una bodega “modelo” por haber escapado a la plaga de filoxera –parásito de la vid- a finales del XIX y, a su vez, por haber sido la primera en admitir mujeres en el pisado de la uva. Su intrínseca relación con la historia vitivinícola del valle puede también apreciarse en su restaurante, dirigido por el talentoso chef Milton Ferreira, y en sus dos casas de huéspedes, situadas en medio de viñas. La posada cuenta con una interesante biblioteca del vino, un deleite intelectual estimulado junto a una dulce copa del 2003 Vintage Oporto.

Cada bodega es un mundo, en el que familias de viticultores nos transmiten un legado ancestral a través de una experiencia única. Y es que, entre viñas y montañas, el valle del Duero nos seduce hasta la última gota.

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