Educar las emociones

En la década del 1970 surgió el término “prosocial” como un antónimo de “antisocial”. Esta palabra, bastante desconocida, está transformando la vida de muchas personas desde las aulas, donde también se puede aprender a cuidar el alma.

Txt: Bernardita Ponce Mora Ph: Freepick

Si bien la palabra “prosocialidad” no figura en el diccionario de la Real Academia Española, ha comenzado a cambiar la vida de niños, niñas y adolescentes en muchas escuelas del mundo. Desde hace décadas, psicólogos y educadores consideran que la educación no puede limitarse solo a lo académico, sino que hay que tener en cuenta también las emociones para construir relaciones sociales más sanas.

“La prosocialidad surge como un intento sistematizado para evitar el analfabetismo emocional. Muchas escuelas han comprendido que es urgente mejorar el desarrollo de habilidades para reconocer, aceptar y expresar las emociones, para enfrentar la raíz de tantos males por los que pasa la humanidad”, explicó a BA MAG Graciela Nicosia, profesora para la enseñanza primaria, licenciada en Gestión Educativa y asesora del programa Convivencia en una escuela de Mendoza.

El término “prosocial” fue acuñado por Lauren G. Wispé en 1972 como un antónimo del comportamiento antisocial. Daniel Goleman, en el apéndice de su libro Inteligencia Emocional, presentó una experiencia sobre esto a finales de los años 70 en la Bahía de San Francisco (Estados Unidos). Robert Roche Olivar, doctor en Psicología, la conoció allí y, desde el año 1982, desarrolló una vasta obra sobre el tema en escuelas primarias y secundarias en España, Italia y República Checa. Él trajo el concepto a la Argentina, donde existe bibliografía específica, que fue distribuida a las escuelas por el Plan Social Educativo del Ministerio de Educación de la Nación. Según expresó Roche Olivar

Según expresó Roche Olivar “La prosocialidad es un modelo que puede ser estudiado, aprendido y aplicado en diversos contextos y destinado a niños, jóvenes y adultos. Comportamientos prosociales son aquellos que, sin la búsqueda de recompensas externas, favorecen a otras personas o grupos, aumentando la probabilidad de generar una reciprocidad positiva en las relaciones interpersonales o sociales, salvaguardando la identidad, creatividad e iniciativa de los individuos o grupos implicados”.

La prosocialidad brinda herramientas a los docentes para que realicen una práctica educativa vivencial y organicen estos aprendizajes junto a todos los integrantes de la institución para una “convivencia pacífica”, según plantea la Ley 26892 de Promoción de la Convivencia y Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas. “Esto fortalece el rol docente, que descubre alternativas de respeto y cuidado de las personas y lleva a todos los integrantes de la institución a repensar sus prácticas y a revisar los hábitos culturales de pensamiento y acción frente a las problemáticas de convivencia”, observó Nicosia.

 

Prevenir el acoso escolar

“Para que el niño mire al niño de su lado como un ser digno: lo escuche, lo respete y lo ayude, primero debe sentirse él mismo escuchado, respetado, aceptado y dignificado por parte de los adultos que lo rodean y, además, ver en ellos esa manera de relacionarse”. Este es el modelo que presenta Roche Olivar, quien plantea que la “vía idónea por excelencia para avanzar con solidez en ese camino es la educativa”.

“La práctica de prosocialidad que se realiza con los alumnos desarrolla actitudes de respeto y escucha hacia los demás. Al sentirse valorados, mejora su estima y la convivencia entre ellos, situación que ayuda a prevenir o luchar contra el acoso escolar”, aseguró Nicosia. Las situaciones conflictivas se abordan a través de la circulación de la palabra. Se desarrollan estrategias para prevenirlas y evitar llegar a situaciones graves.

 

Experiencias exitosas en el país

La prosocialidad ha sido llevada a la práctica de manera exitosa en Mendoza y Buenos Aires. Nicosia presentó y aplicó el programa Convivencia de la Dirección General de Escuelas en alrededor de 200 instituciones de nivel primario entre 2014 y 2015. El programa se difundió entre las 700 escuelas de la provincia con jornadas para directores y supervisores. Esta experiencia fue presentada en el Encuentro Internacional de Educadores, que se realizó en Rosario (Santa Fe) el 11, 12 y 13 de mayo de este año, bajo el nombre “Educar para la fraternidad: un desafío colectivo”.

“En la escuela Maestra Élida Rubio de Berdasco, desde el año 2000 hasta 2005 y a partir de 2016, ha quedado instalado el espacio y el tiempo para estos aprendizajes. Se organizó el Cronograma de Convivencia y se estableció una hora reloj para implementar el programa con soportes audiovisuales, juegos, películas, actividades con contenidos específicos y hasta con un dado del compañerismo y de la paz”, contó Nicosia. “Sin embargo, notamos la importancia de sistematizar y de incluirlo en el proyecto educativo”.

Además del trabajo con docentes, se hicieron jornadas con padres de los alumnos. “Fue muy importante la articulación con profesionales psicólogos y trabajadores sociales en el trabajo con los padres. Esto permite profundizar los objetivos que inspiran el proyecto, sustentado en la mirada del alumno como sujeto de derecho y el cuidado desde el rol adulto. Este trabajo provocó el fortalecimiento de las comunidades educativas en sus relaciones interpersonales y en la promoción de la convivencia pacífica”, evaluó.

En Buenos Aires, la licenciada Cecilia Blanco de Di Lascio realizó talleres de prosocialidad con alumnos de nivel secundario. Los resultados fueron muy alentadores: los alumnos desarrollaron pensamientos positivos y valoración de los “otros”, se redujeron los actos violentos y aumentaron el bienestar y los actos solidarios.

La licenciada Alejandra García de Alonso, que trabajó con Blanco, enseña este programa en el nivel terciario en el área artística. “Si bien al principio les parece utópico, luego lo ven muy necesario para su trabajo y para sus vidas. Esto les hace replantear un proyecto en su vida vocacional y los ayuda a ser personas. ¿Qué otra cosa se puede pedir?”, dijo a BA MAG. La especialista consideró que, al trabajar con Educación para la Prosocialidad, se construye “un mundo mejor y una sociedad sensible, como propone la UNESCO: un pilar fundamental para la educación hoy es aprender a vivir juntos”.

“La prosocialidad es la base de toda relación humana si queremos convivir en paz y armonía entre nosotros. Nos parece fundamental que esto se descubra dentro del acto educativo y que se viva en la escuela. Que el docente sea facilitador, junto con los alumnos, de abrir las puertas para hacer florecer esto que ya está en nosotros”, analizó García.

Muchas escuelas trabajan en esta línea pero falta una labor más sistemática y continua. “Este programa debe formar parte del proyecto educativo institucional. Muchos docentes lo implementan en sus planes de clase, pero aún es necesario un compromiso formal de toda la escuela, ya que no solo se benefician los alumnos sino toda la comunidad educativa”.

 

En Chile, un buen proyecto

La Universidad Católica de Chile promueve un programa para el desarrollo de habilidades prosociales y de participación cívica en adolescentes. ProCiViCo es el nombre, un acrónimo de Participación Prosocial y Cívica en contextos escolares para la Cohesión Social. La hipótesis es que los comportamientos prosociales están en la base del interés por el bien común, la “cosa pública” y la participación cívica desde la adolescencia.

Chile es un país caracterizado por la fragmentación y la polarización social. Este programa pretende ofrecer evidencias empíricas acerca de la posibilidad de desarrollar cohesión social desde la escuela. El programa es financiado por recursos estatales entregados a través de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), lo que da cuenta de la relevancia y pertinencia que tiene la propuesta para el país.

En la fase experimental se implementa la propuesta en el 7° grado de ocho establecimientos de la Región Metropolitana de Santiago representativos de un perfil sociodemográfico con cierta heterogeneidad social. Se aplica en un total de 18 cursos, con cerca de 70 docentes y casi 700 alumnos involucrados. Los primeros resultados se obtendrán a finales de este año, pero esperarán al próximo año para evaluar si los cambios eventuales ocurridos se mantienen o no en el tiempo.

El ProCiviCo tiene como antecesor el programa CEPIDEA (Competencias Emotivas y Prosociales para los Trastornos de la Externalización en la Adolesencia), que fue implementado en Italia y Colombia —dos contextos culturales y sociales muy diversos— con resultados muy positivos: aumento de conducta prosocial, disminución de comportamientos agresivos, aumento de autoeficacia intergrupal (creencia en que los objetivos se pueden alcanzar trabajando en conjunto) y aumento del rendimiento escolar. Este último resultado, que no fue buscado directamente, podría entenderse como consecuencia de la mejora de la convivencia escolar.

Gian Vittorio Caprara, uno de los creadores de CEPIDEA, explicó que el principio de la prosocialidad es que “hacer el bien a los demás hace bien a quien lo hace” y resaltó que hay datos que demuestran que las personas más prosociales son, frecuentemente, las más felices. El psicólogo evaluó que, si bien la prosocialidad no suele ser tenida en cuenta en las escuelas como las asignaturas de matemática o comprensión lectora, “es una habilidad fundamental para conseguir éxito en la vida”.

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