Evaluar para comprender

La evaluación en las escuelas es la herramienta que permite potenciar y dimensionar los procesos de aprendizaje de los alumnos. En esta nota, la importancia de entender la evaluación como un proceso de diálogo, comprensión y mejora

Txt: Vicky Zimmermann

 

Todos los días, en nuestra vida cotidiana, las decisiones que tomamos se encuentran precedidas por un proceso de evaluación. Aunque muchas veces ni siquiera reparemos en ello, lo cierto es que permanentemente nos encontramos evaluando decisiones, opiniones, creencias y objetos, entre otras cosas. Pero, ¿qué es evaluar? La Real Academia Española define la evaluación como la acción que permite estimar, apreciar o calcular el valor de algo; y en el ámbito de la educación, la define como la estimación de los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos.

En las escuelas, la tarea de evaluar se vuelve una de las responsabilidades fundamentales de los maestros, debido a que, gracias a ella, los docentes pueden corroborar de qué manera fueron asimilados los contenidos enseñados. José Gimeno Sacristán y Ángel Perez Gómez en su libro “Comprender y transformar la enseñanza” plantean que la evaluación se reconoce actualmente como uno de los puntos privilegiados para estudiar el proceso de enseñanza-aprendizaje. “Abordar el problema de la evaluación supone, necesariamente, tocar todos los problemas fundamentales de la pedagogía.” Y a la vez, agregan: “las formas de concebir y practicar la evaluación tienen que ver con la evolución de las funciones que cumple la institución educativa en la sociedad: (estas son) las posiciones que se adopten sobre la validez del conocimiento que se transmite; las concepciones que se tengan de la naturaleza de los alumnos y del aprendizaje; la estructuración del sistema escolar (…), la forma de entender la autoridad y el mantenimiento de la disciplina, (entre otras)”.

Entonces, resulta clave señalar que de los diferentes modos de entender la evaluación, se desprenderá un modo de comprender la educación y el aprendizaje mismo.

 

Dime como evaluas y te diré como concibes la educación

Algunas posturas consideran la evaluación educativa como un acto final de medición de un proceso de enseñanza, que se limita al control de los conocimientos adquiridos por los alumnos. Para estas concepciones, evaluar consiste en medir, calificar y corregir para asegurar y corroborar el logro de los objetivos planteados. Desde esta perspectiva, de racionalidad técnica, el profesor o evaluador se constituye en el experto capaz de medir mediante pruebas empíricas los saberes adquiridos por los alumnos, y a partir de ello es capaz de emitir una calificación. El alumno, se concibe entonces, como un mero sujeto pasivo: un accesorio del proceso evaluatorio.

Miguel Ángel Santos Guerra, catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga, se opone a ese tipo de concepciones y define a la evaluación como un proceso de diálogo, comprensión y mejora. De diálogo entendido como “discusión y reflexión compartida de todos los que están implicados en la actividad evaluada (debido a que) ha de realizarse en condiciones que garanticen la libertad de opinión.” De comprensión, porque “la evaluación está guiada por el impulso de la comprensión. Se plantea como finalidad entender por qué las cosas han llegado a ser como son, lo cual hace necesario saber como son las cosas realmente.” Y en última instancia, de mejora, debido a que “la evaluación no se cierra sobre sí misma, sino que pretende una mejora no solo de los resultados, sino de la racionalidad y de la justicia de las prácticas educativas. No se evalúa para estar entretenidos evaluando, (…) (sino) para conseguir la mejora de los programas.”

Este formato de evaluación considera las interacciones entre los alumnos, y entre los alumnos y docentes, como las prácticas que hacen posible la adquisición del conocimiento. Santos Guerra entiende la evaluación como una parte integrante de los programas educativos, y no como una instancia agregada al final “como un complemento o un adorno”.

Para la psicóloga educativa e investigadora Nora Elichiry, que también defiende los principios de la evaluación comprensiva, “evaluar implica tomar en consideración los esquemas interpretativos y teorizaciones de quienes interactúan. En ese sentido evaluar no implica medir, ni juzgar ni ‘dar cuenta de’ sino que, evaluar significa (…) comprender”.

Pero, en última instancia, ¿cuál es el objetivo de la evaluación? Miguel Ángel Santos Guerra dirá que “la evaluación debería servir para dialogar entre los profesores, entre ellos y los alumnos, (…) lo cual no significa que todos estemos de acuerdo y que tengamos que pensar lo mismo. Se trata de desarrollar un proceso de diálogo que busca comprender la realidad. Si la evaluación genera comprensión, desde la comprensión podremos mejorar”. Este tipo de evaluación promueve la participación de los chicos, porque considera importante sus voces en el proceso, gracias a que con su contribución se podrá pulir y mejorar el programa educativo. Uno de los grandes aportes de la evaluación comprensiva es, entonces, que permite considerar qué ajustes pedagógicos serán necesarios realizar, para mejorar el programa durante el mismo desarrollo de las clases.

Hacia un modelo de evaluación comprensiva

Hoy en día, muchas de las escuelas se rigen bajo el paradigma de racionalidad técnica, que considera la evaluación esencialmente como una herramienta de medición del conocimiento, que es propiedad exclusiva del maestro, y que favorece y pronuncia aún más la relación asimétrica entre docentes y alumnos. Que la evaluación es una instancia fundamental en todo proceso educativo, no es algo discutible, pero sí lo es el modelo evaluatorio a aplicar. Y cada vez son más quienes opinan que con la evaluación comprensiva, se podrá analizar los procesos de aprendizaje y enseñanza, y mejorar a la vez, los programas educativos durante su propio curso. No obstante, Santos Guerra nos alerta sobre los riesgos que conlleva una evaluación mal aplicada, porque la misma puede ser objeto de desviaciones y manipulaciones: “planteada en forma negativa, realizada en malas condiciones, y utilizada de forma jerárquica, la evaluación permite saber muy pocas cosas acerca de cómo se produce el aprendizaje. Así como también pocas veces sirve para mejorar el desempeño de los profesores.” Sacristán y Perez Gómez, siguiendo la misma línea dirán que “las prácticas de evaluación por la actitud de algunos profesores al imponerlas, por la forma de realizarlas, (…) por el hecho de que sus resultados puedan corregirse o no, se convierten con demasiada facilidad en instrumentos para potenciar el dominio sobre las personas.”

¿Hacia dónde vamos, entonces? Hacia el diálogo y la pluralidad de voces, tanto de alumnos como docentes, que enriquecen los programas educativos. “Mientras se realiza el diálogo, y porque se realiza, se produce la comprensión. Y cuando se produce la comprensión es más fácil y enriquecedor el diálogo. El diálogo fecundo es una parte de la mejora del programa”, asegura Santos Guerra. Pues, en definitiva, la evaluación es mucho más que un accesorio agregado al final del dictado de las clases; es una herramienta integral que atraviesa todo el proceso.