La Boca, el arte y la comunidad

Actor clave para la puesta en valor del barrio porteño de La Boca, Fundación Proa también es responsable de impulsar actividades artísticas-educativas que generan un nuevo punto de participación comunitaria. Adriana Rosenberg, directora de este espacio multidisciplinario, reflexiona acerca de la evolución y la gestión de uno de los centros de arte contemporáneo más importantes del país.

Txt: Soledad Gherardi Ph: Gentileza Fundación Proa

La Boca era uno de los tantos barrios marginales del sur de la ciudad de Buenos Aires, cuando en 1996 una casona italiana del siglo XIX abría sus puertas para alojar los comienzos de un centro de arte contemporáneo. De la mano de exhibiciones de importantes artistas internacionales, Fundación Proa atrajo la atención del público local e internacional, hasta lograr convertirse en una institución cultural de renombre, líder en Argentina y Latinoamérica.

Como integrante del grupo de socios fundadores, Adriana Rosenberg preside y dirige la fundación, a la que elige definir como “un proyecto arquitectónico y conceptual, pensado como un espacio abierto, que borra las fronteras entre interior y exterior”. Un exterior que hoy poco se parece al de dos décadas atrás.

Con el correr de los años, se fueron sumando numerosos emprendimientos culturales al barrio de la Boca, sobre todo a partir de la creación del Distrito de las Artes en 2012, como iniciativa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy, el barrio es un punto turístico indiscutido, que se revela con una impronta bien artística y busca la forma de expandirse aún más y transformarse.

Curadora en la 4ta. Bienal del Mercosur en Porto Alegre en 2003 y designada curadora para la 51º Exposición de Arte Internacional para la Bienal de Venecia, Rosenberg resalta que un centro de arte contemporáneo como Proa tiene la necesidad de interacción con el mundo externo, de disponibilidad a lo desconocido. “Se trata de presentar al arte contemporáneo, que es una plataforma ilimitada de reflexión de nuevos fenómenos sociales; como, por ejemplo, la nueva condición de globalización y multiculturalismo”, expresa.

El impacto que Proa tiene hoy en la comunidad destaca la capacidad de los espacios culturales, no solo como expositores de tendencias artísticas, sino también como herramientas para consolidar proyectos educativos y de participación comunitaria. En esta entrevista, Adriana Rosenberg cuenta cómo es estar al frente de una de las instituciones insigne de La Vuelta de Rocha.

¿Cómo definiría a Proa?

Proa es un espacio multidisciplinario en donde no solo se desarrolla el programa de exhibiciones, sino también un gran programa de actividades paralelas que incluyen cine, teatro, música, fotografía y danza, entre otras disciplinas. Pero no solo eso. Para nosotros es una enorme responsabilidad la educación en el arte y la educación en general.

¿Cómo llevan a cabo la propuesta educativa?

En estos momentos estamos muy abocados a desarrollar nuestro programa educativo y de comunicación con la comunidad. Trabajamos en proyectos de capacitación con instituciones educativas del barrio, tanto con los alumnos como con los docentes. Tenemos una enorme cantidad de escuelas que acuden a nuestras visitas guiadas, con educadores entrenados para ello y todos los fines de semana el Centro Cultural Nómade realiza actividades gratuitas en la explanada de la fundación, con talleres y juegos al aire libre para chicos y grandes.

¿Qué cree que ha sido fundamental para el éxito de Proa?

Desde su fundación, Proa lleva adelante un programa de exhibiciones muy estructurado y estudiado. Cuando se diseña una exhibición, el programa incluye: una muestra histórica del arte del siglo veinte, una muestra de un artista contemporáneo actual, una de arte latinoamericano y otra histórica-contemporánea de arte argentino. Todos los años tenemos una gran muestra de un gran artista con obras de primerísima calidad. Si no, no se hace. Debe ser un gran maestro consagrado por la Historia del Arte. No aceptamos exposiciones que no tengan obra destacada del artista. La responsabilidad institucional radica en que lo que vas a mostrar sea fundamental para las futuras generaciones. Esa es una decisión que yo defiendo.

¿Cuál es el rol que ocupa Proa en la escena cultural local?

En Argentina, muchas veces, las condiciones sociales para los artistas locales son adversas. También hay dificultades para traer obra extranjera y poder contemplar obra internacional. Frente a ese panorama, Proa se especializa y destina la mayoría de sus recursos en traer artistas del exterior y presentar obras de la historia del arte, dejando a otras instituciones el desarrollo de un arte más local, en donde puedan brindar a los artistas nacionales posibilidades de exposición y catálogos.

¿Cuáles son las principales dificultades de gestionar un proyecto de este tipo?

Siempre hay elementos impredecibles en este tipo de proyectos. Recuerdo la llegada de la monumental y emblemática araña de Louise Burgeois, Maman, en el año 2011. Instalada en la vereda de Proa, fue una de las obras públicas que presentamos. Cuando llegó la araña, que venía de Nueva York, el canciller Timerman, peleado con los Estados Unidos, nos informó que no autorizaba la entrada de las obras a través de la franquicia diplomática. Tuvimos que importarla en forma privada, con lo que estos riesgos significan para el patrimonio extranjero. Algo similar sucedió para el show de fuegos artificiales de Cai Guo-Qiang, a comienzos de 2015, donde, dada las negativas a importar desde el exterior, involucró una estrategia extraordinaria para poder traer a los profesionales chinos, la pólvora y los equipos electrónicos para realizarlo.

Teniendo en cuenta el cambio que experimentó La Boca en estos 20 años, ¿cómo cree que influye un proyecto cultural en la puesta en valor de una zona?

Proa tuvo una gran evolución, que acompañó paralelamente el desarrollo del barrio. La Boca cambió y creció junto con Proa. Al principio, esta era una zona bastante marginal, que se inundaba permanentemente. A medida que fueron pasando los años, y sobre todo con la llegada del Distrito de las Artes, se abrieron nuevos espacios y propuestas artísticas: está Proa, el IUNA, la Usina del Arte, Prisma, Barro. Mi sueño sería que La Boca fuera un lugar de experimentación, de lo nuevo, donde la ciudad permite ver el futuro. Puedo decirte que es un barrio que está en pleno movimiento y crecimiento, pero aún falta una organización más planificada.

¿Cómo cree que debería ser la articulación de lo privado y lo público en este tipo de gestiones?

La creación del Distrito de las Artes en La Boca es un buen ejemplo de una fructífera relación entre lo público y lo privado. Muestra cómo una zona de la ciudad puede organizarse, dialogar y construir una agenda cultural en conjunto. Se ven relaciones estrechas entre, por ejemplo, la Usina del Arte, un establecimiento público vinculado más con las artes escénicas y musicales, y Proa, que es una entidad privada. Este crecimiento se debe a un acuerdo de diálogo entre instituciones.

¿Qué políticas destacaría desde el sector público para promover el desarrollo cultural?

La Ley de Mecenazgo en la Ciudad de Buenos Aires, que nosotros impulsamos (se presentó en Proa en 2009) es una iniciativa fundamental a este respecto. Gracias a esta normativa, que permite destinar parte del pago de ingresos brutos a proyectos culturales, creció muchísimo la actividad cultural. Así se han beneficiado una gran cantidad de proyectos, como es el caso del Centro Cultural Nómade, y también varias publicaciones y proyectos cinematográficos. De esta manera se financian proyectos que de otro modo serían inviables.

¿Cuál es el principal desafío a futuro?

El desafío a futuro radica, creo yo, en seguir conectándonos con lo que sucede afuera desde una perspectiva crítica, pasando de exposiciones de un gran valor histórico, a otras que marcan, en sus lenguajes, una mirada al futuro. Gracias al riquísimo y siempre desafiante mundo del arte, en los años que siguen continuaremos ampliando la lista de asignaturas pendientes y sueños a cumplir.

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