Atacama travesía en alturas

Un viaje fascinante en 4×4 recorriendo desiertos, el altiplano boliviano, lagunas de colores extraños, pueblos perdidos y fenómenos naturales impactantes, como los géiseres.

Txt y Ph: Esteban Mazzocini

Después de recorrer durante algunos días Salta y Jujuy decido tomar nuevos rumbos. Desde el pueblo de Susques (Argentina) hasta la frontera chilena no son más de 60 kilómetros, sin embargo me desplomo ni bien subo al bus.

El ruido de los frenos me hace reaccionar. Estamos en la aduana antes de lo pensado y una fila interminable de autos es índice que el tramite será lento.

Aprovecho el tiempo y me acerco para conversar con un grupo que viaja en moto por América del Sur. Son seis, algunos de Europa y otros locales. Empezaron en Ushuaia y llegarán hasta Colombia. “Si todo sale como lo planeamos llegaremos en unos cuatro meses”, dice el más joven entusiasmado. En su casco observo la bandera de Austria.

Otra vez en ruta y la inmensidad de la soledad. Aprovecho para continuar con mi libro de lectura, “Mil soles espléndidos”, de Khaled Hosseini.

El final del viaje llega casi con el atardecer. Me bajo a las afueras del pueblo San Pedro de Atacama. El asfalto y el bus se hacen uno en la distancia. Mientras camino por las calles de tierra del pueblo, algunos niños ofrecen hoteles. Empieza a caer la noche y necesito encontrar un buen lugar para descansar. Me decido por uno ubicado en la calle principal, cerca de las agencias de turismo y los barcitos.

Al amanecer comparto el desayuno con dos rosarinos. Decidimos alquilar unas bicis y salir a recorrer parte del Valle de la Luna, donde se pueden ver unas formaciones rocosas extrañamente erosionadas. Es aquí, en esta parte de la tierra, donde el promedio de lluvias es el más bajo del mundo. En algunos sectores del desierto no ha llovido por más de 300 años.

A pesar de contar con la ayuda de una buena ‘mountain bike’, algunos tramos se hacen muy duros. Recorremos cuevas, dunas, y nos dejamos atrapar por un atardecer a puro color. Finalmente, regresamos al hotel cuando las estrellas comienzan a decorar el cielo lentamente.

Expedición a Bolivia

Durante los siguientes dos días me dedico a consultar precios y opciones para realizar una de las expediciones más tradicionales que hay acá. Recorrer en 4×4 El Tatio y sus géiseres, y cruzar el altiplano boliviano para conocer la laguna verde, roja y blanca, donde habitan flamencos y guanacos. Las fumarolas, sus aguas termales y pueblos inhóspitos. El momento cúlmine es cuando se atraviesa el Salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del mundo.

Me decido por Atacama Inca Tour, que según la gente del lugar, es la más confiable.

La alarma de mi reloj anuncia las cinco de la madrugada. Agarro mi equipo de fotografía y me uno al grupo. El chofer de una de las camionetas nos sugiere que de a poco, nos vayamos abrigando. Nos dirigimos a El Tatio, un campo lleno de géiseres. Es el grupo más grande de géiseres del hemisferio sur y el tercero más grande del mundo, tras Yellowstone, USA y Dolina Giezerov, Rusia. La idea es llegar antes del amanecer para apreciar las humeantes fumarolas en el altiplano.

El cambio de temperatura es abrupto. A pesar de estar en enero, pleno verano, el lugar nos recibe con casi 10 grados bajo cero. El frío se hace sentir con intensidad. Sin embargo, nuestro guía nos recuerda que el agua hierve a altas temperaturas y que tengamos cuidado al caminar por la zona, ya que han ocurrido algunos accidentes graves.

Por distintas partes, las fuentes termales expulsan chorros de agua y vapor al aire. Aprovecho para tomar fotos mientras el amanecer pide permiso. Cientos de turistas contemplan el fenómeno.

Cuando el sol ya entibia la mañana nos juntamos para disfrutar de un buen desayuno. Chocolate caliente, facturas y galletitas dulces. El viaje lo comparto con Fernando, un argentino que se escapo de la ‘city’ porteña, dejó su trabajo como ingeniero y se fue a vivir a Bariloche hace algunos años. También se suma una pareja de australianos y tres ingleses.

Nuestro próximo destino suena tan tentador como divertido. Bañarnos en unas aguas termales en medio del desierto. Llegamos a un pequeño refugio para cambiarnos. Algunos festejan el momento con una cerveza, otros con una copa de vino. Descansamos unas horas y luego continuamos el periplo para conocer las lagunas.

La oficina de migraciones de Bolivia se asemeja más bien a una pequeña casa abandonada o un refugio de montaña. Después de un largo tramo, llegamos a la Laguna Blanca. En la orilla, varias piedras negras hacen de contraste. El paisaje se completa con cientos de flamencos dispersos por el agua. Desde un punto alto aprovecho para hacer fotos de este lugar único donde las personas se pierden en la inmensidad.

Cae el sol, y elegimos un pequeño pueblo cercano para pasar la noche. Mientras esperamos la cena, un buen asado con vino, se arma el primer partido de truco. Fernando saca su guitarra y acompaña el encuentro con sus acordes.

Al día siguiente nos internamos otra vez en pleno desierto. Después de algunas horas nos detenemos cuando el guía nos enseña gigantescas rocas de distintas formas. La más sorprendente es “El Árbol”, lugar inevitable para hacer la foto del grupo.

Luego de retomar el rumbo hacia la Laguna Verde sucede lo inesperado. Se pincha una de las ruedas. “Por precaución siempre viajamos en grupo”, nos dice el conductor. Mientras esperamos el cambio aprovecho para admirar la inmensidad de un volcán lejano. Según el GPS, es el Licancábur, una elevación de casi 6.000 metros de altura.

A lo lejos distingo unos pequeños puntos de colores que lentamente se acercan. Mi duda se revela cuando advierto que se trata de unos ciclistas.

Me cuesta comprender que hacen por estas latitudes. Uno de ellos, francés, nos explica que están pedaleando desde hace varios meses para llegar hasta el Salar de Uyuni y después continuarán hasta el Amazonas. “En total será un viaje de casi siete meses”. En moto o en bici, muchos extranjeros deciden explorar estas tierras de paisajes soñados.

Con la rueda ya cambiada, revisamos el motor y el aceite. Todo está en orden y podemos seguir viaje. Llegamos a la siguiente laguna cerca del mediodía. Su verde esmeralda intenso nos deslumbra. Caminamos por la orilla; según donde uno se pare, el verde va tomando distintas tonalidades. En un lugar cercano armamos el almuerzo. El paisaje que lo rodea parece una escenografía lunar.

atacama

Hacia la sal

Continuamos viaje hacia la última de las lagunas, la colorada, particular por la gran cantidad de óxido presente en la zona. La misma se encuentra dentro de la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Abaroa, Bolivia, en el altiplano potosino.

Ya entrada la noche nos hospedamos en el mágico Hotel de Sal, una estructura compacta de bloques de sal, ubicado en la entrada del salar de Uyuni. Sus columnas, camas, mesas, todo de sal pura, contrasta con los telares y manteles andinos de colores vivos.

Una rica sopa típica de Bolivia y unas ‘brochettes’ de llama nos hacen recuperar la energía. Caminamos por los pasillos con la sensación de pisar vidrio molido. Estar descalzo resulta muy placentero. El destino me lleva a reencontrarme con unos amigos que hice en Salta unas semanas atrás. Nos quedamos conversando hasta tarde intercambiando anécdotas de viaje.

A la mañana temprano comenzamos a atravesar el salar. Un recorrido de casi 80 kilómetros que terminará en la ciudad de Uyuni. Grandes charcos de agua que se vuelven espejos se dispersan por todo el desierto, confundiendo la ubicación de la línea del horizonte. En la primera parada nos detenemos a conversar con los trabajadores locales que cavan en los pozos bajo un sol demoledor. Les saco fotos a varios de ellos y prometo enviárselas ni bien llegue a Buenos Aires. Alrededor, todo es blanco puro.

Antes de terminar la expedición hacemos un alto en el cementerio de trenes, donde varias formaciones abandonadas y oxidadas se encuentran allí desde hace muchos años. Nos trepamos a una de ellas, la locomotora principal, para recorrer los techos de los vagones. Desde allí se observan cientos de vías desparramadas en forma de palitos chinos. Mas adelante y a lo lejos, la ciudad de Uyuni, el broche final de este viaje cuasi lunar.

País: Chile y Bolivia
Capital: Santiago de Chile y La Paz
Idioma: español.
Moneda:
1 USD = 6,77 bolivianos
1 USD = 594 pesos chilenos
Cómo llegar: desde Buenos Aires, hay vuelos directos a Santiago de Chile por LAN. A Bolivia se puede acceder cruzando la frontera desde la Quiaca, en Jujuy, hasta Villazón, el primer pueblo boliviano. También se puede cruzar desde Argentina a Chile por el norte, desde el Paso de Jama.
VISA: No es necesaria.
No dejar de probar: En Chile: Chairo -especie de sopa con muchas verduras, carne de alpaca o llama y papa chuño, zanahoria, cebolla alverja, porotos verdes-. En Bolivia: el picante mixto -una combinación de pollo, carne y lengua en una salsa de ají y las ‘brochettes’ de llama-.
Must see: caminar por las calles de San Pedro de Atacama para comprar algunas artesanías. Hacer el recorrido de tres días para ver los géiseres El Tatio y las lagunas hasta llegar al Salar de Uyuni. Subir hasta el mirador de la Isla del Pescado, en medio del salar.
Consejo: Llevar una gorra para el sol y anteojos con filtro UV para visitar el salar. También llevar ropa de abrigo, ya que en el desierto de Atacama a la noche puede hacer frío.