La pequeña Toscana uruguaya

Embarcarse hacia Carmelo en Uruguay supone liberar las tensiones y dejarse atrapar por el aire de río. Las dos horas y media de navegación desde Tigre son la preparación necesaria para dejar el apuro y entregarse a la calma de esta ciudad con alma de pueblo y tintes intalianos.

Txt: Vanesa Ivanoff Ph: Gentileza hoteles y bodegas

Ya en tierra, recorrer las quebradas del pequeño paraje, es casi como trasladarse a la Toscana italiana. Entre bodegas nuevas y antiguas, hoteles que proponen vivir y dormir a pasos de las viñas, glampings de lujo, pulperías y hasta la ilusión de crear un vino propio; así se recorre este lado del charco, donde el tiempo parece detenerse.

Paseo entre las viñas

Un cordón de arena blanca anticipa la llegada. La ciudad de Carmelo, sobre la desembocadura del Arroyo de las Vacas en el Río de la Plata, aparece de repente. El Golden Gate carmelitano, un histórico puente giratorio de más de doscientos años, con sus tonos anaranjados, da la bienvenida. Ciudad elegida por los inmigrantes europeos, su impronta es una conjunción de la pasión italiana y el temple vasco francés. Entre viñas centenarias, buenos quesos, artistas desconocidos y experiencias boutique, la ciudad atrapa al viajero por la amabilidad de su gente y su ritmo pueblerino. Y es que caminar por sus calles aquieta el pulso y afloja las miradas.

Sobre la calle Treinta y Tres, con una ubicación privilegiada, se encuentra Ah´Lo, posada boutique, una casona de más de cien años, reciclada y convertida en un hotel familiar que recibe a los trotamundos dispuestos a vivir experiencias únicas. Desde allí y en bicicleta, la travesía comienza.

En dirección al oeste, por la Ruta 21 y hacia la derecha, surge una bifurcación hacia Colonia Estrella y por allí, entre el paisaje de quebradas verdes, la capilla de San Roque custodia la zona. Es que se encuentra en el punto más elevado de la región y sus colores entre amarillos y ocres, resaltan desde lejos. Fundada en 1869, luego de que la plaga del cólera azotara Carmelo, esta Iglesia es hoy testigo de las renovadas propuestas.

Cruzando la calle de tierra, pegadita a la capilla se descubre la posada Campotinto. Una chacra de 25 hectáreas con vista a viñedos y frutales, concebida primero como casa de campo con el espíritu de la Toscana Italiana. Verónique Castello, gerente de la posada, cuenta que “Campotinto se creó con la convicción de que podemos ofrecer una experiencia original. Impregnada en el estilo italiano, cuenta con cuatro habitaciones, todas ellas bautizadas con el nombre de las cepas de uva de esa región. Imperdibles son aquí los picnic en la terraza de la bodega o entre los viñedos”. La propuesta también incluye bicicletas para recorrer la zona, un restaurante con un menú inspirado en Italia, degustaciones en su propia bodega y visitas a las vecinas.

Continúa la travesía cuesta arriba hasta llegar a la bodega Cordano, fundada por el calabrés Antonio Cordano en el año 1855, con la finalidad de abastecer al vecindario de mercadería y ser lugar de encuentro con amigos.  Allí, Ana Paula Cordano y su esposo, Diego Vecchio, continúan la misión. En el pintoresco Almacén de la Capilla ofrecen sus vinos, conservas y picadas con productos de la zona. Entre sorbo y sorbo, le cuentan al visitante cómo todavía producen esos vinos de forma artesanal. Las prensas y barricas antiguas se pueden ver en el patio trasero como antesala a la plantación. Además, cuentan con el emprendimiento ‘Entre Viñas’, una exclusiva cabaña ubicada dentro de la bodega y totalmente equipada, para que dormir entre viñas sea una experiencia mágica y distendida.

Pequeños placeres

A unos kilómetros de Cordano, el visitante se tropieza con la bodega boutique ‘El Legado’, famosa por sus vinos de calidad. Bernardo Marzuca, propietario de la finca, continuó el sueño de su padre Luis, un comerciante carmelitano que puso el ojo en esas tierras, pero nunca pudo ver el desarrollo de la bodega. La producción es de sólo cinco mil botellas al año. Sus vinos son de las cepa Tannat, Syhra y un ‘blend’ entre ambos. Fausto, hijo de Bernardo, cuenta que utilizan el sistema de viñas con cordón vertical, para que la planta suba sin alambres ni espalderas. La planta adquiere así más incidencia de luz en la uva, por lo que la calidad se traduce a los vinos. “La cosecha la hacemos en familia, primero cosechamos Tannat porque madura antes y luego Syhra. Generalmente lo hacemos por la noche, cuando la uva está en su punto y para evitar el calor”, cuenta con gran entusiasmo. El resultado es un emprendimiento de buenos vinos a pequeña escala, pero con la última tecnología.

De camino a Punta Gorda, siguiendo por la Ruta 21, el perfume de los eucaliptus invade el entorno. A mano izquierda, al costado de una costa barrancosa, Carmelo Resot & Spa, de la cadena Hyatt se ubica como una de las opciones privilegiadas, con playa privada y marina para los que llegan con barco propio.

Pasando el viejo puente, después de la quebrada, siempre en dirección a Nueva Palmira, se halla Narbona Wine Lodge. Una finca originaria de 1909, hoy convertida en hotel con certificación de Relais & Chateaux. Cuenta con cinco habitaciones, dos de ellas ubicadas en el caso histórico de la bodega. Ingresar a la cava antigua es una experiencia mágica en sí misma, por su ambientación y la sensación de trasladarse a otro tiempo. Todo está desprolijamente cuidado. El patio que da a las vides, con una gran mesa de madera y cómodos camastros, invita a relajarse. A la derecha, la piscina -en verano- es el espacio más concurrido. El restaurante, que lleva el mismo nombre que la bodega, está ubicado en lo que era el viejo almacén de Ramos Generales, con la panadería al lado y un camión antiguo que enmarca la escena. “El concepto es que todo sea artesanal, que la gente pueda vivir un día de campo, muy familiar. Producimos dulce de leche, quesos, conservas, dulces, además de vinos”, cuenta Tomás Pascazi, ‘winemaker assistant’ de la bodega. “Durante la vendimia, producimos grapa y tenemos una actividad que gusta mucho y se llama ‘Enólogo por un día’. La gente viene a cosechar su propio vino, lo rotula, lo embasa y después se lo lleva”, agrega Tomás.

Carmelo recibe al visitante con una bohemia que hipnotiza, nuevas propuestas, paseos de ensueño, sabores que prometen y estimulan a descubrir una ciudad fuera de tiempo.

 

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