Entre las tendencias educativas, el aprendizaje en servicio subraya el valor de las actividades escolares solidarias y desarrolla su potencial educativo conectándolas con el aprendizaje formal. En esta nota, una charla con Susana Chercasky, presidenta de la fundación Terras y experta en el tema
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Como todas las organizaciones e instituciones de este nuevo siglo, las escuelas también apuestan a dejar de lado su rigidez normativa y a volcarse por una estructura más flexible, integrada y adaptada a las exigencias sociales del momento y del lugar. En ese marco, cada vez son más los que se preocupan por formar a los chicos como mejores personas, para que trabajen siempre en comunidad y con consciencia de un otro que puede necesitar ayuda.
Quisimos entender la propuesta de raíz, y para ello charlamos con Susana Chercasky, presidenta de la fundación Terras en Corrientes, que trabaja para la investigación, innovación y la articulación en educación. Además, Susana es rectora del Instituto de Formación Docente de Terras, en el que se trabaja sobre una amplia gama de proyectos socio comunitarios.
Susana, ¿en qué consiste la solidaridad como pedagogía?
Es una propuesta que intenta demostrar que las personas no nacemos solidarias, que la solidaridad como comportamiento humano se aprende, y que hay comenzar con este aprendizaje en la primera infancia. Tiene que ver con descubrir al otro, darme cuenta que hay otras personas que deben convertirse en personas significativas; y ese descubrimiento me hace construir los valores que requiere la solidaridad. Se trata de trabajar en el aula con niños, adolescentes y adultos aprendiendo las actitudes y los valores que demanda el ser solidario.
¿Qué aprenden los chicos con estas actividades solidarias?
El primer eje que se trabaja es el descubrirse a si mismo como una persona valiosa, que se da cuenta que las otras personas son igualmente valiosas. Y que puede tener, hacia esas otras personas, gestos de solidaridad, de ayuda, de apoyo en virtud de la necesidad puntual que el otro tenga. Es el descubrirme solidario. A partir de aquí, se trabaja el descubrirme en un espacio social compartido donde tengo compromisos que aparecen al participar. Parte de esos compromisos tienen que ver con la ayuda desinteresada al otro, que es la base de la solidaridad.
Usted habla de una integración entre las áreas académicas y la solidaridad. ¿Cómo se da esta relación en la práctica?
Concretamente, trabajamos con temas transversales. Entonces, educación para la solidaridad es un tema que se va vinculando con otras grandes problemáticas sociales como, por ejemplo, educación medioambiental. Ser solidario significa darse cuenta que hay un medioambiente que hay que cuidar, junto con otros. Ahí van apareciendo los contenidos específicos de las distintas áreas curriculares. Entonces aparece la solidaridad en los contenidos de matemática, de sociales, de naturales, de lengua en función de ese tratamiento integrado que le damos a la información. Se trabaja con la planificación en proyectos, que nos permite hacer un trabajo interdisciplinario, integrando los contenidos conforme al nivel.
¿Cómo se da la ayuda concreta a otra comunidad?
Vamos a un ejemplo concreto: los profesores y alumnos de un grado deciden hacer un proyecto solidario que tenga que ver con proteger las plantas nativas de la provincia donde viven. Entonces, los chicos las conocen, consiguen los plantines, hacen la plantación, las cuidan y luego las regalan en el barrio para que la gente también tenga plantas nativas y las cuide. Ahí se genera el gesto de solidaridad hacia la sociedad y el medio ambiente. A veces son proyectos que duran varios meses o todo el año, y los chicos van integrando los contenidos de todas las materias.
¿Hay una intención de ayuda, también, a los que menos tienen?
Sí, tratamos de que no sean acciones separadas, sino que la escuela completa esté involucrada y que la actividad atraviese el año lectivo, e incluso lo supere. Por eso, se intenta que no se colecten, por ejemplo, juguetes para el día del niño solamente. Si la escuela decide ayudar a personas de barrios marginales, tiene que ser un proyecto anual donde no sea solo juntar ropa o alimentos, sino que esté organizada en el tiempo y que sean sucesivas acciones de apoyo a ese grupo comunitario.
¿Algún ejemplo?
Por ejemplo, se detectó que un número muy grande de niños en un barrio no asistía a la escuela. Entonces, se hizo un relevamiento de aquellos niños, luego los docentes fueron a dialogar con las familias y a convencerlos de que manden los niños a la escuela. Se encontraron con que gran padre de esos padres, que no mandaban a los niños a la escuela, eran analfabetos. Entonces construyeron, además de un proyecto de inclusión de los niños, otro para que los padres aprendan a leer y a escribir, que además contaba con una biblioteca itinerante. Fue un proyecto que duró dos años, pero la biblioteca sigue funcionando hasta el día de hoy; y recorre casa por casa prestando libros y fortaleciendo la lectura. Ahora, a la biblioteca itinerante, se incorporaron las netbooks; entonces, se les enseña a usarlas. Se pasó de la inclusión social a la educativa, y ahora a la inclusión digital.
¿Recomienda que estas actividades sean obligatorias?
No me gusta la palabra obligatoria en ningún lugar del sistema educativo. Creo que a los chicos hay que convocarlos, entusiasmarlos, lograr que el tema les interese. Por eso, incluso, los días previos al comienzo de la educación solidaria propiamente dicha, se les ofrece un panorama de problemáticas sociales diversas para que ellos vayan viendo con cuáles se engancharían, para que ellos elijan el eje del proyecto en el que quieren trabajar. Que tengan una involucración absoluta y que sean los protagonistas del proyecto; que ellos propongan las ideas y que vayan modificando las acciones del proyecto porque se les ocurrió una idea nueva y valiosa; que experimenten y que aprendan de sus errores. La solidaridad no se le puede imponer a nadie, sino que la construimos desde adentro y para eso tenemos que ser convocados y sorprendidos; para que la solidaridad entre a nuestras vidas y se instale definitivamente.
¿Con chicos de qué edad recomienda trabajar?
Desde el jardín, desde sala de 4. Hay una amplia gama de temas y experiencias para proponer en cada nivel. Esto me hizo acordar a un proyecto que se hizo acá en Corrientes en relación a la cultura, que fue investigar cuáles son las leyendas guaraníes que están presentes en la vida de los correntinos y a partir de ahí, descubrir las costumbres que están incorporadas a la identidad correntina. Luego, se realizó una fuerte difusión para el sostenimiento de la cultura guaraní. Los chicos visitaron las radios y los medios, modelaron en arcilla las leyendas correntinas y a sus personajes. Fue una experiencia lindísima.
¿Qué se está haciendo en el rubro a nivel país?
Sí, el Ministerio de Educación de la Nación tiene un programa que se llama Educación Solidaria. Ellos convocan a presentar proyectos de este tipo en distintos niveles y se presentan propuestas desde todas las provincias.
¿Es una apuesta por la integración? ¿Ayuda esto a eliminar los prejuicios desde ambos lados?
Totalmente. El primer camino clave de educación para la solidaridad es la desestructuración de la escuela. Se flexibiliza el currículum, se empieza a perder la normativa rígida y se trabaja en un marco de cordialidad y respeto mutuo entre niños, adolescentes y adultos. Abre las puertas a la incorporación a las temáticas sociales, a formar a los chicos para la vida. Es un puente entre la escuela y la sociedad.