En el año 2002 Arturo Ballester se topó con un diminuto pueblo jujeño conocido como Cochinoca y se enamoró de la amabilidad de su gente. Fotografió sus rostros y sus manos, y volvió unos meses más tarde con las fotos impresas y también con ropa, alimentos y libros. Comenzó a viajar cuatro veces por año forjando amistades que aún mantiene. Llevó las fotos a Finlandia y aparecieron impresas en los diarios más emblemáticos del país. A partir de entonces, la ayuda se multiplicó: se mejoró la provisión de agua, llegaron computadoras, camiones con ropa, termo tanques para el agua caliente y hasta un grupo de odontólogos para atender a los chicos.
No por nada se dice que una imagen, a veces, vale más que mil palabras.