La seducción del puro se combina con la amabilidad del cacao y la intensidad del ron; sabores que confluyen en una experiencia de disfrute y placer. Fumar cigarros no es sólo para expertos, pero requiere paciencia y para comenzar, la compañía de un sommelier.
Txt: Vanesa Ivanoff
Una mesa alta de roble es la bienvenida al pequeño local de degustación en el barrio de Palermo. Un espumante de burbujas pequeñas a modo de aperitivo, luces sutiles pero con la intensidad justa, invitados que se alistan en los lugares reservados, son los condimentos indispensables para una noche distinta. La ‘mise en place’ está lista, pequeños vasos de cristal, cortadores de metal, copones de agua, cerillos largos de madera y la sommelier en el centro del salón. La experiencia invita a liberar los prejuicios y dejarse envolver por la bruma del humo, el amargor de los chocolates oscuros, la untuosidad de los blancos y la presencia del ron añejado.
Es inevitable que la primera imagen que aparece al pensar en cigarros, puros o habanos, es la de un señor de bigotes y tiradores en un gran sillón de cuero marrón, a punto de cerrar un negocio millonario. Sin embargo, la nueva moda se ha impuesto, el placer de fumar un buen cigarro ya no está reservado para unos pocos. Hoy los jóvenes eligen el disfrute de estos productos. “La gente se engancha rápidamente, la idea es jugar con las experiencias sensoriales, se trata de un maridaje perfecto entre lo ‘gourmand’ y lo placentero”, dice Lilly Wang, la sommelier de puros a cargo con más de 15 años de experiencia en el rubro. “En este tipo de degustaciones lo que se logra, además del momento de relax y disfrute, es aportar nuevos conocimientos sobre la producción, elaboración y consumo de cigarros. En general, las catas son pensadas para 15 personas, un número ideal para que todos presten atención y ninguno se pierda por el camino”, asegura al tiempo que dispone los cigarros sobre la bandeja de servicio.
Habanos, puros o cigarros
El tabaco de puro, originario de América, crece en cantidades significativas en zonas tropicales de México, Cuba, República Dominicana, Honduras, Brasil, Nicaragua, Venezuela, Estados Unidos, las Canarias (España), Camerún e Indonesia.
Para hablar correctamente en el mundo de los cigarros, es necesario diferenciar entre puros y habanos. Un puro es aquel que está elaborado con las hojas enteras “torcidas” de tabaco, cuya calidad depende no sólo del cultivo, sino también de las manos que intervienen en su producción, conservación y añejamiento.
Así como algunos vinos, el whisky o el champagne, los habanos también cuentan con una Denominación de Origen Protegida (D.O.P.). Sólo se incluye a los puros mayores de tres gramos, fabricados en la República de Cuba, bajo las normas de calidad establecidas por la industria tabacalera cubana, con variedades de tabaco tipo negro del mismo origen y cultivado en regiones específicas del archipiélago. Para decirlo más claramente, Lilly Wang sostiene que “puros y cigarros son genéricos, los hay en todas partes del mundo, pero si hablamos de habanos nos referimos a los que se producen exclusivamente en la isla”.
Se podría diferenciar las partes del cigarro de la siguiente manera: la tripa es el contenido o “relleno”, el capote es la envoltura de la tripa y la capa es la hoja más exterior del cigarro. Ahora bien, a la hora de elegir un buen puro, los entendidos en el arte de fumar, recomiendan abrir bien los sentidos: empezando por la vista, un cigarro bien terminado debe tener un color uniforme con brillos. Es a partir de la coloración que se define la intensidad de sabor en boca, de suaves a robustos. La capa debe ser elástica, no reseca, ni tener nervaduras muy marcadas. Al tacto, la textura debe ser firme, sin llegar a una dureza extrema cuando se lo sostiene entre los dedos índice y pulgar. Al acercarlo a la nariz, las notas deben ser frescas, libres de ‘off notes’ o notas a humedad y rancias, defectos en cualquier testeo profesional.
El tamaño del cigarro se encuentra íntimamente relacionado al tiempo que se dispone para disfrutarlo. A su vez, los momentos del día son un factor decisivo, dado que un cigarro a media mañana o tarde no se degusta de igual manera que luego de un buen almuerzo o cena. En este sentido, hay que darle tiempo al puro para saborearlo sin prisas. Como mencionan los grandes conocedores, contrario a los cigarrillos, “los cigarros o habanos no se fuman… se saborean”.
Corte, encendido y disfrute
La experiencia comienza. Es que fumar un puro exige cumplir con el protocolo. Una vez elegido el cigarro, la ceremonia de corte tiene la atención de todos los participantes. Wang toma uno de los puros con la mano derecha y con la izquierda sostiene un pequeño cortapuros de metal, a modo de guillotina. Con un movimiento firme corta la parte trasera del cigarro. Una de las invitadas más jóvenes, pero experta fumadora, sostiene que “el corte debe hacerse en forma precisa, la idea es dejar una apertura lo suficientemente amplia para asegurar un buen tiro pero que la capa no se desprenda. A mí me gustan los sabores suaves, así que el corte lo hago chiquito”. Wang, se acerca al joven más novato y le indica:“Hacer un buen corte no es una mera cuestión estética, sino que es fundamental a la hora de fumar. Será determinante para la correcta combustión del puro e impactará en el sabor en boca”. Al momento de recomendar los cigarros ideales para alguien que nunca fumó, la sommelier prefiere los de República Dominicana, por las notas suaves del tabaco. Además sugiere contar con el asesoramiento experto de un tabaquero para que la experiencia no sea agresiva al principio. Entre las marcas más conocidas se encuentran Cohiba, Montecristo, Romeo y Julieta, Rafael González y Bolívar; sin embargo, Wang explica que hay otras que no son tan famosas pero tienen un gran balance entre precio y calidad.
El primer paso está dado, llegó la hora del ritual del encendido. Con paciencia y esmero, los invitados sostienen el cigarro con la mano izquierda, y con pequeños movimientos circulares lo hacen girar alrededor del fósforo de vara larga. La misión es mantenerlo en una posición de 90° con respecto a la llama e ir aspirando despacio para que quede perfectamente encendido. “El humo tiene que pasar por la lengua, el paladar y luego largarlo. No se inhala, no es como el cigarrillo. Si se apaga hay que sacarle la ceniza y encenderlo de nuevo”, dice la experta.
Tais Ambrosio, ‘chocolatier’ y responsable de Cocoabit, dispone chocolates sobre las mesas. “Elegí para esta ocasión, lajas de chocolate amargo con pimienta, lajas de chocolate blanco con pimienta rosa o Guaribai -mucho más suave- y chocolate amargo con sal. Todo ello maridado con ron añejo de Venezuela. El ensamble de las notas especiadas, el ron y el sabor del puro queda de maravillas”, dice Tais mientras toma un sorbo del destilado.
Una bocanada de humo, una laja de chocolate con sal y para redondear un sobro de ron, es así como los sabores explotan y la experiencia vale la pena. La trilogía funciona de maravillas: los sabores se balancean entre el lujo excéntrico del tabaco, la nobleza del cacao y la personalidad del ron caribeño.
de las invitadas más jóvenes, pero experta fumadora, sostiene que “el corte debe hacerse en forma precisa, la idea es dejar una apertura lo suficientemente amplia para asegurar un buen tiro pero que la capa no se desprenda. A mí me gustan los sabores suaves, así que el corte lo hago chiquito”. Wang, se acerca al joven más novato y le indica:“Hacer un buen corte no es una mera cuestión estética, sino que es fundamental a la hora de fumar. Será determinante para la correcta combustión del puro e impactará en el sabor en boca”. Al momento de recomendar los cigarros ideales para alguien que nunca fumó, la sommelier prefiere los de República Dominicana, por las notas suaves del tabaco. Además sugiere contar con el asesoramiento experto de un tabaquero para que la experiencia no sea agresiva al principio. Entre las marcas más conocidas se encuentran Cohiba, Montecristo, Romeo y Julieta, Rafael González y Bolívar; sin embargo, Wang explica que hay otras que no son tan famosas pero tienen un gran balance entre precio y calidad.
El primer paso está dado, llegó la hora del ritual del encendido. Con paciencia y esmero, los invitados sostienen el cigarro con la mano izquierda, y con pequeños movimientos circulares lo hacen girar alrededor del fósforo de vara larga. La misión es mantenerlo en una posición de 90° con respecto a la llama e ir aspirando despacio para que quede perfectamente encendido. “El humo tiene que pasar por la lengua, el paladar y luego largarlo. No se inhala, no es como el cigarrillo. Si se apaga hay que sacarle la ceniza y encenderlo de nuevo”, dice la experta.
Tais Ambrosio, ‘chocolatier’ y responsable de Cocoabit, dispone chocolates sobre las mesas. “Elegí para esta ocasión, lajas de chocolate amargo con pimienta, lajas de chocolate blanco con pimienta rosa o Guaribai -mucho más suave- y chocolate amargo con sal. Todo ello maridado con ron añejo de Venezuela. El ensamble de las notas especiadas, el ron y el sabor del puro queda de maravillas”, dice Tais mientras toma un sorbo del destilado.
Una bocanada de humo, una laja de chocolate con sal y para redondear un sobro de ron, es así como los sabores explotan y la experiencia vale la pena. La trilogía funciona de maravillas: los sabores se balancean entre el lujo excéntrico del tabaco, la nobleza del cacao y la personalidad del ron caribeño.
Para Wang, el ron, whisky, o coñac son muy buenos amigos del puro. También los vinos tintos con cuerpo y con madera se pueden combinar. La tendencia hoy también es acompañar con un buen Proseco, por ello invitamos un espumante como antesala a la degustación.
Las cenizas plateadas se van formando lentamente. Algunas, largas y erguidas, otras más suaves que caen por su propio peso. Los aromas se vuelven más intensos. El humo y las risas son parte del encuentro. La experiencia termina con la última pitada, un bocado de final, esta vez, chocolate con leche y un secreto bien dulce. Los ‘bon vivant’ se despiden, los humadores se cierran, la espera aparece: la promesa de la próxima ceremonia a puro placer…