La posible demolición de un espacio ferroviario abandonado fue la chispa necesaria para reunir a una comunidad. La recuperación de The High Line y su incorporación a la vida de Manhattan es un ejemplo de transformación de espacios urbanos bajo principios sustentables y en armonía con el entorno.
Txt: Soledad Gherardi
Ph: Gentileza The High Line
Luego del crack de Wall Street, Nueva York era una de las numerosas ciudades que, en la década del ’30, intentaba recuperarse de la crisis económica mundial. Miles de inmigrantes llegaban diariamente a la Gran Manzana en busca de nuevas oportunidades y una mejor calidad de vida.
Al oeste de Manhattan, por sus barrios más industriales, cruzaban constantemente trenes de carga que transportaban comida y productos agrícolas a las fábricas y depósitos de la zona. Con el crecimiento demográfico de la época y el aumento del uso del automóvil, ese trazado ferroviario se convirtió en un factor de incomodidad y riesgo para la población.
Fue por esa razón que, en el marco del proyecto “Mejoras del Lado Oeste”, el gobierno decidió crear una nueva infraestructura que levantara las vías a casi 10 metros de altura y despejara la circulación de las calles. La iniciativa se inauguró en 1934, y llevó el nombre de The High Line.
Años más tarde, el traslado de mercancías por rutas comenzó a ganar protagonismo y el transporte ferroviario cayó lentamente en desuso. Así, en 1980, el último tren circula por The High Line y abre una etapa de abandono total de las instalaciones.
Dos décadas después, la ciudad había sufrido una completa transformación y sus calles eran símbolos del desarrollo y progreso. Sin embargo, esa construcción en las alturas, ya recubierta por plantas silvestres, se había convertido en un espacio oscuro e inaccesible, símbolo de otra época.
Frente a este panorama, los funcionarios locales comenzaron a evaluar la posibilidad de demoler a The High Line en su totalidad. Bajo esa discusión, se llevó adelante una reunión entre vecinos y autoridades que facilitó que Joshua David y Robert Hammond se conocieran. Ambos eran de los pocos que confiaban en el potencial de la recuperación del espacio. Motivados por la idea de preservar la estructura, en 1999 dieron nacimiento a Friends of The High Line, una iniciativa alimentada a partir de la esperanza de incorporar a la comunidad esa imponente edificación que era una pieza representante de una historia pasada.
Espacios reinventados
“Cuando comencé a prestarle atención a The High Line, me dio la sensación de descubrir un espacio verde enorme, secreto, que había estado escondido por años, tan cerca de mi casa. Allá arriba es un poco más fresco, el sonido es diferente, es como una zona especial, un tanto poética. La gente de la compañía ferroviaria estaba dispuesta a demolerlo o a que una organización, como la que terminamos por formar, se hiciera cargo, sólo querían que fuese algo práctico. Fue después de esa reunión en el World Trade Center con la gente de la compañía de trenes, cuando con Robert Hammond dimos comienzo a Friends of The High Line”, recuerda Joshua David, co-fundador y Presidente de la agrupación.
Friends of The High Line no sólo se encarga de preservar y mantener el espacio, sino que es responsable de organizar anualmente una amplia variedad de programas culturales que buscan alentar el desarrollo de la comunidad y el fortalecimiento de sus vínculos. Además, esta ONG trabaja constantemente para recaudar fondos, en su mayoría privados, que le permitan completar las obras que requiere la línea y planificar todo tipo de actividades.
“Cuando te involucras con algo y te comprometes profundamente con la comunidad, se empieza a revelar el poder de la ciudad. Creo que mucha de la energía de The High Line viene de algo más. Al principio era una batalla cuesta arriba. Era muy difícil explicarle a la gente cómo podía ser la transformación sin mostrarles el lugar. Se habían tomado muchas medidas de seguridad y era complicado llevarlos hasta allá”, cuenta David.
Hoy, con poco más de dos kilómetros de largo, el predio recorre desde la calle Gansevoort en el Distrito Meatpacking hasta la calle 34 West, entre las avenidas 10 y 11. Su diseño es una colaboración entre el estudio de urbanismo James Corner Field Operations, el estudio de arquitectura neoyorquino Diller Scorfidio + Renfro y el reconocido paisajista holandés Piet Oudolf. La premisa fue mantener conceptualmente la flora que había crecido naturalmente durante los 25 años en los que el espacio había dejado de funcionar.
Recorrido obligado en Nueva York
De paseo por el lugar, escaleras en distintos puntos de su extensión alejan a los visitantes del bullicio citadino, para elevarlos al ecosistema creado por The High Line. Dividido en secciones, la primera fue inaugurada en 2009 y cada una tardó alrededor de dos años en ser diseñada y ejecutada. En ellas se manifiesta una personalidad única, y en su totalidad funcionan como un clásico Green Roof. Un techo verde en el que el concreto, las vigas de hierro y otros elementos industriales, conviven con los pastos, flores, arbustos y árboles que crecieron de forma silvestre en cada recoveco del lugar.
En gran parte del recorrido, la construcción se divide en dos o tres niveles, que permiten disfrutar de diversas vistas de la ciudad. Además, los visitantes pueden sentarse a contemplar su entorno en algunas de las orgánicas reposeras o bancos construidos a partir de listones de madera apilados, ubicados en determinados lugares de la línea.
Ya entre la calles 15 y 16, The High Line se convierte en un dock de carga semi-cerrado, que tiempo atrás solía ser la panadería industrial Nabisco. El edificio pasó a ser de uso público cuando tomó la identidad del Mercado de Chelsea en 1990. Además de albergar carros gastronómicos y cafés al aire libre, actualmente este paisaje se completa con la instalación artística de Spencer Finch, “El río que fluye en ambos lados” (The River That Flows Both Ways). En ella, el artista representa el movimiento del Río Hudson, a través de la proyección en paneles vidriados, de más de 700 minutos de imágenes que documentó en un viaje realizado en el transcurso de un día, sobre la superficie del río.
En 2011, Friends of The High Line estableció su propio sistema de comida sustentable. Reunió a específicos proveedores orgánicos de alimentos y bebidas, para que, además de proveer los servicios gastronómicos del parque, organicen periódicamente eventos y ferias en los que se difundan valores relacionados al consumo responsable y al cuidado del medio ambiente. Las ganancias que se obtienen a partir de esta red, son destinadas a apoyar el financiamiento de obras de mantenimiento.
En este extenso parque, uno de los rincones más característicos descansa a la altura de la Décima Avenida. Para su creación, las vigas de acero de la cubierta superior fueron retiradas y se diseñaron asientos de madera que componen una especie de anfiteatro, desde el que los paseantes pueden admirar un bosque de altos arces rojos con un fondo protagonizado por la Estatua de la Liberad.
Para el reciclado de The High Line, no sólo se aplicó un innovador diseño en sintonía con el medio ambiente, sino que también se buscó mantener su esencia, respetando también su costado histórico. Es por eso que distintos artefactos ferroviarios, como cambiadores de vías, asoman entre las plantaciones y evocan así el período en que el espacio aún funcionaba para la circulación y depósito de trenes.
Consagrado como uno de los puntos clave de la vida urbana de Manhattan, The High Line es un claro reflejo de lo que la voluntad y el compromiso de una comunidad puede alcanzar. Su recuperación no sólo permitió la revalorización de una zona, sino que representa un modelo de reincorporación de un espacio abandonado mediante principios amigables con el medio ambiente, que dieron como resultado la creación de un nuevo espacio verde de uso público.
“Siempre tuve la idea de que The High Line fuera un lugar de uso comunitario y fue justamente lo que terminó pasando. Es cierto que el diseño fue pensando para ser un escape de la ciudad, pero la esencia del lugar tiene mucho que ver con la forma en que la gente ocupa el parque e interactúa con la ciudad a través de él”, concluye su co-fundador, Joshua David.
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The High Line
Dónde: Desde Gansevoort Street en el Distrito Meatpacking hasta West 34th Street, entre las Avenidas 10 y 12, Nueva York, Estados Unidos.
www.thehighline.org