Una escuela sustentable

En Jaureguiberry, a 80 kilómetros de la capital uruguaya, se construyó la primera escuela autosustentable de América Latina. El edificio fue construido con un 60% de materiales reciclados y la institución busca que tanto sus alumnos como la comunidad, incorporen la reutilización de residuos y el aprovechamiento de los recursos naturales.

Txt: Catalina Pelman
Ph: Gentileza Organización TAGMA

En enero de este año, el reconocido arquitecto estadounidense Michael Reynolds y su equipo llegaron a la localidad uruguaya de Jaureguiberry para construir, junto a la organización TAGMA, la primera escuela autosustentable de la región. Se utilizaron botellas, latas, cartón y neumáticos, entre otros materiales reciclados. Durante siete semanas, más de 200 voluntarios de todo el mundo aprendieron el modelo constructivo ideado por Reynolds y construyeron este edificio ecológico de 270 m2, capaz de albergar a 100 niños que crecerán en vínculo directo con la naturaleza.

 

Innovar desde los cimientos

Ya en los setenta, Michael Reynolds aseguraba que los edificios debían responder a las necesidades del ser humano. Por eso, creó una comunidad en el desierto de Taos, Nuevo México, y proyectó un método constructivo que permitiera a las personas ser más independientes y relacionarse de una forma inteligente y armoniosa con el medio ambiente. Sus proyectos están diseñados para generar energía eléctrica, calefacción, agua corriente y alimentos orgánicos; y para lograrlo convierte en materia prima a los residuos reciclables, como neumáticos, latas y botellas de plástico y vidrio.

Así nació Earthship Biotecture, la empresa fundada por Reynolds que lleva 45 años construyendo viviendas autosustentables en diversos países, como Sierra Leona, Australia, Escocia, Bélgica, España, Francia, Holanda, Canadá, Estados Unidos, Guatemala, Haití, Argentina y México.

Atraídos por esta idea, los profesionales de la organización TAGMA, dedicados a trabajar de forma voluntaria “con la misión de construir y habitar el mundo de formas más sostenibles”, decidieron impulsar el proyecto de la escuela sustentable en Uruguay. La iniciativa necesitó de una inversión aproximada de US$ 300.000, que se financiaron con el aporte de empresas privadas reconocidas por su responsabilidad social, la participación de la comunidad y la colaboración de organismos del Estado. En este sentido, Martín Espósito, director de TAGMA y coordinador de este proyecto, explicó que buscan “resignificar la escuela como un espacio de encuentro para la comunidad -el sector público, privado y la sociedad en su conjunto- porque una escuela sustentable implica innovar desde los cimientos”.

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Materia prima: la basura

La construcción se realizó con un 60% de residuos reciclados y 40% de insumos tradicionales. Se necesitaron alrededor de 2000 neumáticos, 5000 botellas de vidrio, 2000 metros cuadrados de cartón y 8000 latas de aluminio, que permitieron reducir significativamente el gasto en materiales.

Los sistemas diseñados para este edificio se encargarán de proveer energía a través de paneles solares y molinos de viento, y agua potable por medio de la recolección de agua de lluvia en tanques capaces de almacenar hasta 30 mil litros. Además de convertirla en apta para el consumo por medio de un sistema de purificación, se prevé el uso de este recurso en cuatro etapas, lo cual permite su optimización y reduce la contaminación. En cuanto a la calefacción, la forma y orientación de la construcción, ayudado por un sistema cruzado de ventilación, mantiene la temperatura agradable, entre 18°C y 25°C todo el año. Y con el objetivo de cultivar plantas y alimentos orgánicos, la escuela cuenta también con un gran invernadero.

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¿Por qué en Jaurieguiberry?

A unos 80 kilómetros de Montevideo, sobre la Ruta Interbalnearia, se encuentra Jaureguiberry, un pueblo de 500 habitantes aproximadamente. Según explican los desarrolladores del proyecto, la escuela pública rural que allí funcionaba recibía cada año a más niños de los que podía albergar. Además, este colegio funcionaba en un predio alquilado, en una ciudad balnearia reconocida por mantener su ambiente natural más allá del crecimiento demográfico que registró en los últimos años. Por todo eso, la primaria N° 294 fue elegida para llevar a cabo este ambicioso proyecto de implementar un edificio autosustentable que minimice los costos operativos y facilite aprendizajes significativos sobre innovación y sustentabilidad en toda la comunidad.

Desde fines de 2014, alumnos, maestros, padres y vecinos de Jareguiberry participaron de charlas y talleres que los acercaron al proyecto, del que ya forman parte 40 alumnos de hasta 12 años. Las autoridades de la escuela afirman que “es increíble el amor, el cuidado y el compromiso con el edificio que los niños han demostrado, mientras que la comunidad está en un proceso de acercamiento y apropiación cada vez más sólido”.

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Educar en valores

Los conocimientos que los niños deben adquirir en su pasaje por esta escuela son similares al de cualquier otra escuela rural de Uruguay. Sin embargo, la forma de adquirirlos y el énfasis puesto en las relaciones sustentables con los otros y con el entorno, la protección del ambiente, el reciclaje, la producción de alimentos orgánicos, la alimentación saludable y el desarrollo de energías limpias, son un producto propio de la educación en este edificio tan particular. Es decir, la conciencia ambiental de los alumnos de esta escuela estará signada no sólo por la teoría, sino por la práctica y el contacto cotidiano con la naturaleza.

El consejero y maestro del Consejo de Educación Inicial y Primaria, Héctor Florit, asegura al respecto que “desde 2008, Primaria tiene una preocupación curricular por lo ambiental, que se suma al creciente interés de la población por las condiciones de vida del planeta. Una visión ingenua, que pudo existir durante décadas, de un Uruguay con recursos naturales infinitos, con una gran pureza en el agua y praderas que estaban más allá de los efectos de cualquier contaminación, se está revertiendo”.

Por su parte, el director de TAGMA explica que el edificio es una excusa para “aprender contenidos y prácticas relacionadas con la vida sustentable y al mismo tiempo, transmitir a los niños y niñas que crecen dentro de él, valores y una visión del mundo diferente”. En este sentido, contar con una currícula que no se divide por materias es una gran ventaja, porque permite integrar los aprendizajes de una manera armoniosa. Dentro de la propuesta educativa de la institución, también se incluyen talleres de huerta orgánica, reciclado y alimentación saludable, dentro y fuera del horario escolar, que también están abiertos a la comunidad. Porque el desafío no es sólo innovar en la construcción, sino modificar el paradigma tradicional de la educación, proponiendo que la comunidad se involucre en la vida del centro educativo. Como describe Espósito, “la idea es que los padres no sólo concurran a la escuela para llevar a sus hijos, sino que sea un espacio de encuentro y formación para todos”.

 

Dos siglos de consumo desmesurado y de productos y servicios cada vez más costosos, convierten a la filosofía de Reynolds en una alternativa natural a la cual la sociedad deberá acoplarse, tarde o temprano. En este contexto, la construcción de escuelas sustentables que hagan hincapié en el cuidado del ambiente desde una práctica real, se convierte en una necesidad. Esta escuela demuestra que es posible conectar y potenciar la educación, la tecnología y la innovación en el marco de un estilo de vida confortable y sustentable, con una concepción distinta sobre las propias prácticas y el entorno. Como afirma Espósito, estamos ante “la escuela sustentable a la que nos hubiese gustado ir cuando éramos niños”.

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