La tecnología incide en los comportamientos de niños y jóvenes, de la misma forma que puede potenciar sus individualidades. Frente a un escenario cada vez más complejo, la escuela se desafía a repensar su estructura, contenidos y didácticas para reencontrarse con el alumno, sin correr el eje de sus funciones principales.
Txt: Soledad Gherardi
Ilustración: Daniel Roldan
Millenials, nativos digitales, generación Z; son todas definiciones que agrupan, bajo determinados comportamientos y características, a quienes actualmente transitan su juventud, adolescencia o niñez. Más allá de los múltiples debates que se abren alrededor de estas etiquetas, es innegable que todas ellas están atravesadas por un elemento crucial que las diferencia sustancialmente de las generaciones precedentes: la tecnología.
En términos generales, y ese es uno de los principales puntos del debate, los niños y jóvenes contemporáneos se han desarrollado inmersos en una era en la que la tecnología se integra como una herramienta formadora y facilitadora. Distinguidas por una gran actividad digital, principalmente en redes sociales, estas generaciones se sienten motivadas por la naturaleza colaborativa de las nuevas plataformas, así como también por el altísimo grado de conectividad que estas les permiten. Una conectividad que afecta el modo en que se informan, se entretienen y sociabilizan, y les da la posibilidad de adaptar el contenido que reciben, a sus intereses personales.
Identificar estos rasgos significa entender que hay una modificación trascendental en la forma en la que los chicos aprenden y se relacionan con el mundo, tanto en entornos informales, como formales. Es por eso que hoy, el sistema educativo enfrenta uno de los principales desafíos de su historia y debe, necesariamente, repensarse a sí mismo.
Para Pablo Vommaro, especialista en Educación e Investigador del CONICET, CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) y el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, los chicos que actualmente transcurren su período escolar suelen buscar un aprendizaje continuo. Un modelo que les facilite una actualización constante, alejada de los ciclos que empiezan y terminan, y más cercana a la diversidad de sus temporalidades y velocidades. Con el foco puesto en los cambios generados en la última década, a partir del uso de dispositivos tecnológicos, los estudiantes se relacionan cada vez más con producciones inmediatas de contenido. Esto pone a la escuela en la encrucijada de mantener su carácter permanente, pero, al mismo tiempo, transformarse en una institución flexible, que vaya a la par de los cambios y estímulos que experimentan sus alumnos.
“La híperconectividad hace que los estudiantes sean más dinámicos y, en un punto, mucho más dispersos. Esto último no lo concibo desde un sentido negativo, sino pensando más en la capacidad que tienen de ejercer diversas tareas al mismo tiempo. El mundo digital les da la posibilidad de acceder a otros conocimientos, hacer búsquedas más completas, diversas y, por otro lado, hace que tengan una actitud más curiosa e inquieta sobre esas búsquedas. De esta forma, el aprendizaje tradicional se descubre cada vez más ineficaz y pone en evidencia la obsolescencia de sus metodologías y de las pedagogías clásicas, lo que obliga a pensar en otras formas de enseñanza”, señala Vommaro.
Sin necesidad de pensar en los dispositivos más sofisticados, Isabelino Siede, Doctor en Ciencias de la Educación e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), reconoce que las nuevas tecnologías se acomodan al sujeto, en lugar de exigirle a él que se acomode a ellas. “Antes te tenías que reservar el horario del programa que querías ver o levantarte para cambiar de canal. Ahora, el control remoto te permite estar en el sillón y que el resto se acomode a tu interés momentáneo. Esta subjetividad llega a la escuela, que es un medio que exige que los chicos se adapten a una estructura bastante cerrada, donde no pueden disponer de horarios, ni poner pausa a un profesor que no les gusta. Hay un quiebre entre el modo de habitar las tecnologías domésticas y el de habitar las tecnologías escolares”, explica.
Reconfigurar lo tradicional
Testigos de la transición tecnológica, las generaciones anteriores protagonizaron un sistema educativo basado en memorizar, copiar y repetir aquello que maestros y profesores dictaban desde el pizarrón. Un proceso que, originariamente, fue pensado con fines homogeneizadores, hoy se encuentra con alumnos más conscientes de su individualidad, con diversas motivaciones. Su convivencia con la tecnología les permite relacionarse con plataformas que los exponen constantemente a nuevos contenidos que alimentan esas motivaciones y que, a su vez, pueden modelar y filtrar para evitar exponerse a aquello que no les resulte de interés.
Pensar en pedagogías que incorporen esta conectividad, así como la capacidad de los estudiantes de enfocar su atención en distintas cuestiones al mismo tiempo, es uno de los objetivos que señala Vommaro: “Es importante no entender siempre a la multi-tarea como una desatención o dispersión, sino en que es la forma en la que los estudiantes se relacionan con el conocimiento. Se trata de una manera dispersa, desde diferentes lugares y espacios, y en simultaneidad”.
Al respecto, Siede agrega: “Durante mucho tiempo, la escuela entendía que garantizar la igualdad era dar lo mismo a todos, todo el tiempo. Cada vez más, la escuela va buscando herramientas didácticas que permitan atender una diversidad que requiere respuestas didácticas diferentes. A diferencia de algunos años atrás, hoy, la igualdad en la escuela tiene que estar en ofrecer las herramientas, las formas de pensar y los productos culturales para generar efectivamente cambios en la vida de los alumnos”.
Un modelo de inclusión
Entonces, ¿de qué manera la escuela puede aliarse a la tecnología, para conectar con los múltiples perfiles de alumnos que conviven en sus aulas?
“La escuela está explorando la forma de incorporar la tecnología, aunque todavía lo haga de un modo insuficiente. Esto sucede, en primer lugar, porque su inclusión obliga a repensar y descentralizar el rol de la escuela como único espacio reconocido de enseñanza y aprendizaje; y en segundo, porque replantea el papel del docente, quien dejaría de ser el portador de los conocimientos para transformarse en un guía que promueve y orienta toda esa información incorporada desde otros espacios, como es el digital. Ambos factores hacen que esta asimilación sea más lenta y más contradictoria de lo que debería”, manifiesta Vommaro.
Con todo esto en mente, se puede pensar en un nuevo rol de la escuela, que brinde herramientas para aproximarse con una mirada crítica, a ese contenido al que los niños y jóvenes se ven permanente expuestos. “Se trata de trabajar en sus capacidades para no ser devorados por la información, para que puedan tener una actitud crítica, clasificar, ordenar, guiarlos en la navegación del mar de la web. Construir con el estudiante, una hoja de ruta. Esto es muy difícil porque significa repensar la escuela incorporando el dinamismo dentro de la propia propuesta pedagógica, cuando la escuela está pensada como un espacio rígido”, define Vommaro.
Entender la diversidad, así como los nuevos rasgos de los estudiantes, e incluirlos en la dinámica educativa es uno de los debates de gran relevancia en la actualidad. Un sistema que inicialmente se ideó para modelar en base a patrones fijos, hoy precisa, por el contrario, flexibilizarse para incorporar los cambios propios de la modernización, liderados por el continuo surgimiento de dispositivos digitales.
Plantear un nuevo proyecto de escuela implica modificar una de las instituciones más instauradas de la sociedad. Sin embargo, la transformación de aquellas características que vienen arraigadas del pasado, parecería marcar un nuevo camino que invita a la inclusión y retención escolar, y convierte a la escuela en un espacio que brinda herramientas para construir una mejor calidad de vida.