Colonia del Sacramento en Uruguay seduce con sus lentas maravillas. Recorrer sus calles en zig zag, descubrir aromas y sabores, y atrapar atardeceres sobre el río, son invitaciones a otro compás.
Txt: Vanesa Ivanoff
Ph: Gentileza hoteles, restaurantes y artistas
La luz del día comienza a ceder, atrás quedan los brillos de la ecléctica Buenos Aires. Las farolas amarillas se vislumbran desde lejos, la calma charrúa provoca otro andar. Sobre la orilla oriental, a 50 km de distancia o una hora en ferry desde la capital porteña, Colonia del Sacramento enamora con su espíritu pueblerino.
A través de adoquines imperfectos, pintores y leyendas, la ciudad se balancea entre aromas, sabores originales y de vanguardia. Con una gastronomía renovada, platos de autor, hoteles boutiques, y paseos entre suspiros, la clave es recorrerla sin apuro.
Descanso al estilo charrúa
Colonia cuenta con una oferta que alcanza a todos los estilos. De camino al casco histórico, por la calle 18 de julio, se encuentra la posada El Capullo. De construcción original española, con más de cien años, aggiornada a las expectativas de los visitantes. Actualmente es propiedad de la familia Pombo; los mismos creadores de la mítica confitería Vicente López en Buenos Aires.
Lucila Pombo cuenta que su padre Norberto o Cacho -como lo conoce todo el mundo-, se enamoró de El Capullo ni bien cruzó la puerta de doble hoja. ´Cacho´, de mirada clara y compromiso de palabra, al estilo coloniense, imagina el futuro de su familia entre las dos orillas.
Con catorce habitaciones, de líneas simples y un jardín bien verde, es un acierto si se quiere experimentar la naturaleza de la vida coloniense. La de andar despacio, saludarse en cada esquina, perderse por ahí o pedalear en dirección al paseo San Gabriel para atrapar los atardeceres más rojos.
Cuando las luces comienzan a surgir, camino al Real de San Carlos, emerge de improviso, el hotel Costa Colonia, uno de los nuevos en la ciudad. Con una construcción definida por el terreno en forma triangular, de lejos se parece a la proa de un barco. Cecilia Saibene, gerente del hotel, cuenta que “el arquitecto Martin Gómez, encontró en la complejidad del terreno, la magia del hospedaje: la sensación es estar dentro de un crucero.”
En una posada antigua o en las nuevas instalaciones, la impresión del viajero es la misma: experimentar esa extraordinaria sensación de un espacio sin tiempo, de sentirse como en casa, entre la calidez del pasado y el confort de lo nuevo.
Arte entre suspiros
Historias de amor y penas se respiran sobre la callejuela de estilo portugués dibujada entre piedras de cuña. Sin veredas pero con tránsito a pie constante, la Calle de los Suspiros, tan estrecha como íntima, esconde secretos, piropos de amor y hasta relatos de prisión que vale la pena descubrir.
Entre puertas que parecen de cuento, hormas de queso Colonia, vinos con el sello Tannat y hasta salamines de Juan Lacaze, reside el bar de vinos y picadas regionales El Buen Suspiro. Miguel González Moreno, chef a cargo del ‘resto’ cuenta que “el ‘wine bar’ está enmarcado en una casa de origen portugués de 1720. La gente entra y no sabe si es una tienda, un restaurante o un museo y al final termina siendo un poco de todo.”
A partir de quesos con herencia suiza, bodegas con sello propio, aceites de oliva boutique y hasta el mate bien cebado, la impronta de Colonia se descubre entre bocado y bocado. “Los gringos se entretienen aprendiendo a tomar mate. Les enseñamos a prepararlo, desde mojar la yerba, cebarlo y darlo vuelta”, concluye el cocinero.
Hacia el final de la calle, en la misma mano y casi llegando al río, aparece La Sellada, un rancho también portugués, original, de colores entre rosas y rojizos, inspiración de estampillas de correo y musa de pintores. Subiendo el primer escalón de entrada, las obras del artista uruguayo Fernando Fraga, se exponen sobre muros con historia. Entre paredes de piedra y barro, la inspiración del pintor se pone a prueba cada mañana. “Este es un punto estratégico, es la calle más antigua y patrimonio de la humanidad. Me gusta que la gente se entrevere, revuelva, que haya cuadros en el piso y pueda interactuar. Este lugar tiene esa magia. No hay separación con el público”, dice el artista.
Sobre una de las paredes, se despliega la serie Las Olivas. Se trata de una forma de mujer sintetizada, con trazos simples, resultado de la búsqueda de un concepto universal. “Tienen un sólo ojo, pero no por contar con pocos detalles pierden sentimiento o expresan menos, sino al revés: ofrecen más sensaciones que una mujer más rígida o bien real”, concluye Fernando.
Oasis para ‘foodies’
Lo que fascina del otro lado del charco también es el buen comer. La propuesta gastronómica se ha renovado con platos de autor, en los que se prioriza lo casero y lo sabroso.
Bordeando la rivera del Río de la Plata, con Buenos Aires a lo lejos, Charco, un hotel y restaurante de diseño, es la opción de vanguardia. También dentro del casco histórico, sobre la calle San Pedro se ubica esta casona de estilo español y portugués a la vez, con imponentes faroles amarillos, escenario especial para las recorridas nocturnas. El hotel contiene siete ‘white rooms’ en los que convive el diseño, el confort y la tranquilidad. Santiago Estellano, Brand Manager de Charco, cuenta que “vale la pena disfrutar de la experiencia, la invitación de Charco Bistró es degustar platos mediterráneos, con toques regionales y acompañados por los mejores vinos uruguayos. Todo sobre el balcón a la rivera y con el perfume de las aromáticas sembradas en la huerta”.
A los clásicos, se suman más lugares donde comer y pasarlo bien. Sobre la calle Misiones de los Tapes, de camino a la rambla, se ubica Refugio Churana, que en quechua significa “armario” o “arcón”. La cocina está comandada por el chef Felipe González. Entre braseros y mantas es posible almorzar o cenar en el jardín, a pesar de que la brisa del río intente incomodar. Según Felipe, valoran lo casero con toques originales. Privilegian el lujo de lo auténtico y se inspiran en una cocina orgánica que recupera el valor por lo fresco y lo natural. Al atardecer, las cervezas heladas desaparecen en un santiamén.
Pero si de cervezas se trata, Barbot es la primera cervecería artesanal de Colonia del Sacramento. Allí, entre snacks, pizza a la leña o el clásico chivito uruguayo, es posible conocer quince estilos de maltas premium. Para una tabla de quesos de la región, el maridaje sugerido es comenzar con una Thames Pale Ale para acompañar un queso dambo de cabras, continuar con una Mumbai I.P.A que le va muy bien al parmesano estilo piamontés y finalizar con una Monastere Dubbel Belgian para el sublime queso azul tipo gorgonzola.
Si se quiere viajar en el tiempo, hacia principios del siglo pasado, una visita al complejo Recrear La Historia, enfrente a la Plaza de Toros, bien vale la pena. Además de ser un museo del ferrocarril, es un restó. “Nuestro sueño era crear un Orient Express criollo y ponerle el alma del bon vivant”, asegura Julio Palacio Pérez, quien comanda el establecimiento. Por las noches los vagones se visten de fiesta, con una propuesta bien gourmet.
Visitar una bodega para degustar un vino Tannat o una Grappa al modo italiano, es otro de los imperdibles. Sobre la Ruta 1, camino a Montevideo, en la Laguna de los Patos se encuentra la bodega Bernardi, fundada en 1892 por David Bernardi. Roberto, su bisnieto, es quien recibe a los visitantes. “Producimos Grappa por variedad de uva como en Italia e invertimos mucho en la imagen, nuestras etiquetas están intervenidas por artistas plásticos de la zona de Colonia”, explica el experto en uvas.
Cafés y tés con sello de autor
Cuando el cansancio del recorrer se hace notar y la pausa es urgente, sobre la calle Real, en dirección a la Avenida Flores, asoma Ganache, café por barista. Dahianna Andino, propietaria, cuenta que su especialidad y su pasión es el café. “Importamos los granos verdes y hacemos el proceso de tueste, somos especialistas”. Son las pequeñas tostadoras las que permiten dar un perfil particular a cada café y brindar un producto artesanal.
Un pizarrón lleva la leyenda: “un buen café lleva su tiempo”. Según la experta, el barista debe respetar el proceso de hacer un buen café y ponerle la mejor energía. “Es encontrar el sentimiento de empatía. La idea es que la gente se sienta como en su casa, se relaje y disfrute sin apuro”, dice mientras le da el punto a la crema de color avellana.
La hora del té también tiene su espacio de privilegio. Sobre la calle Lavalleja, saliendo del barrio histórico se ubica La Taza de Té. Una casa bien estrecha de sólo seis metros de frente, donde funcionaba el taller de herrería artística de Colonia. Allí, Fred, un argentino con acento francés -por haber vivido demasiado tiempo en París- es el anfitrión de las tardes. Entre ‘crepes’, con un secreto bien guardado, ‘blinies’ y ‘omelettes’ de tres huevos, la merienda se disfruta al son de una canción inesperada, un libro recomendado o una muestra de pintura improvisada.
Con hoteles boutique y antiquísimos, atardeceres grandiosos, platos frescos y caseros, vinos que se llevan aplausos y paseos con arte, Colonia tiene un latir de otro tiempo y encanta con sus maravillas cotidianas.