Sofía Nicoloni Llosa se fue de viaje durante dos años y retrató el universo femenino, reflejando su belleza y también la enorme entrega que vio en ellas para con sus comunidades. Fotografías de aquí y allá, desde una mirada cómplice.
Txt: Paula Mom
Ph: Sofía Nicoloni Llosa
Sofía tiene 25 años, estudió Historia del Arte y también Guión Cinematográfico. El motivo del viaje que transformaría su vida, fue el proyecto “Pequeños Grandes Mundos”, que consiste en dar talleres de ilustración gratuitos para niños de diferentes culturas y realidades. Ella estuvo a cargo del registro audiovisual integral y de parte de producción. En ese viaje, Sofía trabajó y convivió con cientos de familias locales, en lo que fue la experiencia más intensa y nutritiva que declara haber vivido.
Casi por inercia, empezó a fotografiar a las mujeres de cada comunidad o ciudad que visitaba. “Existe una conexión universal entre las mujeres. Siento que al retratarlas soy parte activa de ese lazo invisible. Es algo que hago sin plantearme el motivo, simplemente necesito hacerlo”, explica la fotógrafa.
Con muchas más preguntas que respuestas, con frescura e inocencia, Sofía usa su cámara para hacer visibles otras realidades del universo femenino: “Me asombró la entrega de las mujeres en general para con sus comunidades, el esfuerzo desmesurado por mantener las cosas a flote. Durante el viaje, siempre tuve una marcada inclinación por los retratos femeninos. Siento que lo más apreciable de mis fotos es la conexión con el sujeto, la complicidad de la mirada. Sin darme cuenta, al fotografiar a las mujeres, busqué sentirme cómplice de todas ellas, entrar en esa mirada de amor y resistencia”.
A través del periplo, esta viajera empezó a cuestionarse el rol social de la mujer. “Me di cuenta que cuanto más viajo, más conozco y menos entiendo; y considero que las mujeres son las grandes trabajadoras, las que mantienen al mundo en movimiento. Para mí, son ellas las que mueven el mundo porque con sus acciones responden a las necesidades vitales de todos los humanos”.
Junto al equipo de Pequeños Grandes Mundos -Iván Kerner y Mey Clerici-, Sofía recorrió 32 países durante dos años. “Volví a Buenos Aires con la sensación de haber vivido cinco vidas condensadas en dos años. Lo que más me llamó la atención fue la inmensa hospitalidad que abunda en el mundo”.
Sin embargo, además de la bondad del ser humano, Sofía también fue testigo de historias desgarradoras y de un gran desequilibrio social que la conmovió. “En este sentido, el viaje fue un excelente ejercicio de desnaturalización de aquellos bienestares que damos por sentado en nuestro día a día. La contención de la familia es algo excepcional. La libertad de elegir con quién casarme es algo excepcional. Estudiar es algo excepcional. Muchas veces tuve la sensación de que en diferentes partes del mundo las personas nacen ya sabiendo cómo vivirán cada día hasta su muerte. En general, las opciones para que esa vida se desarrolle de manera alternativa son ínfimas”.
A pesar de las diferencias de cada cultura, Sofía descubrió una suerte de injusticia y resistencia común entre las mujeres que subyace en muchas comunidades. En Palestina, por ejemplo, conoció a mujeres exiliadas criando doce hijos: “Ellas deciden usar hiyab como signo de resistencia y reivindicación de la cultura árabe ante el avance israelí. También hay abuelas que añoran volver a ver el mar y pisar la tierra a la cual ya no pudieron volver”. En el mercado central de Guatemala, el más grande de Centroamérica, conoció a un grupo de niñas vendedoras de frutas, “me sorprendió que todas estuviesen buscando marido, porque ninguna superaba los 14 años. Sentí que lo que realmente buscaban no era una relación para formar una familia, sino que simplemente necesitaban recibir afecto, contención y sustento”.
También descubrió que en distintas tribus del mundo, las mujeres son las más sacrificadas. “En Tanzania las mujeres de la tribu Maasai no tienen propiedades, todo pertenece al hombre. Una mujer casada debe construir su propia choza, criar a sus hijos, proveer de agua y de leña a la comunidad, cuidar a los animales, cocinar. En general cada célula familiar cuenta con un hombre, tres esposas y decenas de hijos. La manera que tienen los hombres de participar en los quehaceres domésticos, es multiplicando a las esposas”, explica y agrega: “En Etiopía, la tribu Dassanech celebra un ritual en el cual las mujeres son azotadas con varas en la espalda. Lo sorprendente es que ellas reclaman con euforia los latigazos que las hacen sangrar, mientras que los hombres se muestran poco afines al ritual. Es para las mujeres una manera de demostrar su amor. Y no vi a ninguna mujer dassanech que no tuviese la espalda cruzada por grotescas cicatrices, como si se tratase de una cuestión de pertenencia, de honor”.
Fotos que dan voz
¿Qué buscás cuando retratás a estas mujeres?
A veces me encuentro sacando fotos de mujeres en situaciones que nunca hubiese imaginado que podrían ocurrir. Entonces intento componer, a través de la cámara, una imagen que transmita la esencia de lo femenino en cada caso, para poder tener un registro de cada situación particular, y compartirlo.
¿Qué tienen en común las mujeres de tus fotos?
Veo a las mujeres como seres creativos, expresivos, resistentes. Me gusta retratarlas en su entorno natural, siempre están en constante movimiento.
¿Qué dicen las fotos sobre la belleza de la mujer?
La mujer es bella por definición. Yo intento encontrar de ellas el mejor encuadre.
¿Qué te atrae del universo femenino alrededor del mundo?
Lo íntimo y lo ancestral, lo cotidiano, lo vital.
¿Por qué sacás fotos cuando viajás?
Sacar fotos, para mí, es una manera de vivir el presente, de conectarme con lo que me rodea, de canalizar las ganas de hacer. Para sacar una foto necesito analizar lo que sucede a mi alrededor, entender el espacio, los movimientos de las personas, los vínculos, la luz. De todo esto, elijo mi instante favorito y lo recorto.
Con estas imágenes sensibles, la joven artista se encuentra preparando una muestra fotográfica que busca hacer visibles las diversas realidades de la mujer. También está editando un documental que realizó sobre el colectivo artístico feminista “Dora Morgen”, y un segundo proyecto para la FAO (ONU) con el fin de mostrar el trabajo de la mujer en zonas rurales. Pero, fundamentalmente, Sofía quiere seguir viajando: “Siento que este viaje tan fantástico fue la antesala para lo que me espera. Hoy, mi búsqueda pasa por desarrollar un lenguaje propio para contar historias del mundo, quiero ir más allá de la superficie, de lo que para mi es natural”.