Pedro Luis Barcia, expresidente de las academias nacionales de Educación y de Letras, reflexiona en esta entrevista sobre el amor por el castellano, el papel que cumplen la familia y la escuela en la formación de los chicos, y los desafíos que trae la tecnología.
Txt: Bernardita Ponce Mora Ph: Gentileza Pedro Luis Barcia y Facultad de Comunicación de la Universidad Austral
El castellano es el segundo idioma en el mundo por la cantidad de personas que lo hablan y tiene exponentes enormes de la literatura, no solo en España sino también en Hispanoamérica. Pedro Luis Barcia, expresidente de la Academia Nacional de Educación y de la Academia Argentina de Letras, invita, en esta entrevista con BA MAG, a volver a enamorarse de nuestra lengua.
Incansable trabajador de las aulas, Barcia repasa las funciones importantísimas de la familia y de la escuela en la educación de niños, niñas y adolescentes. Advierte los riesgos del avance de la tecnología sobre la intimidad -e identidad- de los jóvenes, al tiempo que destaca los desafíos que trae consigo la misma herramienta. Reconoce también una disminución de la lectura, tanto en formato digital como en papel. Los libros impresos, asegura, están aún lejos de desaparecer.
Barcia es doctor en Letras, profesor emérito de la Universidad Austral, miembro correspondiente de la Real Academia Española y autor de incontables libros, artículos y monografías.
¿Cree que el castellano pierde terreno en la Argentina ante el avance del inglés, por la tecnología y las exigencias del mercado?
Las dos lenguas en mayor expansión mundial en nuestros días son el castellano y el inglés, que se nos anticipó en ese avance global.
En estos momentos hemos superado los 510 millones de hablantes. Después de México (110 millones), el país con mayoría de hablantes de nuestra lengua es EEUU, con más de 50 millones. Es la segunda lengua en las universidades y escuelas secundarias de Norteamérica. El avance de nuestro idioma ha sido incesante, pero debemos trabajar para que esto continúe. Hay que reconocer que en los campos científico, técnico, administrativo y económico mundial el inglés es lengua franca y que las ponencias y las convenciones se hacen en esa lengua.
¿Es importante volver a valorar al castellano?
Debemos pujar para que nuestra lengua mantenga su dinámica expansiva en todos los terrenos. Para ello, lo primero es enseñarla con firmeza y sin complejos a nuestros alumnos. Todo docente, cualquiera sea la asignatura que dicte, debe ser un ejemplo vivo del uso fluido y correcto de la lengua: debe ser un oficioso de lengua. Lo segundo es que los padres se ocupen de la estimulación lingüística de sus hijos. Lo tercero, que los profesionales la dominen en sus registros oral y escrito. Lo cuarto es exigir mayor riqueza y respeto en el uso de la lengua por parte de los medios de comunicación, que se instalan como una escuela insomne iterativa plagada de deformaciones y errores, hasta de ortografía.
¿Está a favor de la castellanización de los anglicismos?
Sí, en toda ocasión que podamos transformarlos a nuestra fonética, debemos hacerlo, sin caer en ridiculeces. “Güisqui”, propuesto por España –en lugar de las dos grafías inglesas: whiskey y whisky– fue rechazado por los usuarios, y con razón el vocablo inglés ya estaba asentado en nuestro uso en su forma original. Hay distintos tipos de anglicismos: los llamados necesarios o crudos, que no pueden adaptarse sino mediante una perífrasis que extiende las palabras y no cumple con la ley de la economía, como software, hardware, streaming. Hay que mantenerlos en su lengua y escribirlos en cursiva para indicar que no son propios.
¿Qué otros tipos de anglicismos existen?
Están los anglicismos superfluos, que debemos descartar porque tenemos en la lengua sus correctos sinónimos: no sponsor o su inútil adaptación “espónsor”, sino “auspiciante”. No attach porque tenemos: “archivo, anexo, adjunto, anejo” (si quiere ser más jovato). Una tercera actitud, en tanto sea sensato, es imponer nuestra fonética –la más rotunda y simple entre todas las lenguas actuales– a la forma inglesa. Así han hecho los ingleses con todas las lenguas del mundo: se han apropiado y aclimatado miles de voces de otras lenguas. Es el caso de “máster”, anglicismo al cual solo me bastó ponerle un acento gráfico para castellanizarla y que hoy se ha impuesto. Así, ya rigen castellanizadas: tóner, por toner; toples, por topless; tuit, tuitear, tuiteador; blog, bloguero; cedé, devedé; adaptaciones más firmes aun como “guglear”; menos frecuentes: yin, por jean o vaquero.
¿Por qué es la escuela el principal espacio para aprender a hablar y amar el idioma castellano?
Desde que el monje medieval Alcuino, bajo Carlomagno, inventó la escuela vecinal o parroquial, para el común del pueblo (los griegos y los romanos no tuvieron escuelas como tales) hasta la fecha no hemos podido reemplazarla por un mejor instrumento educativo. De vez en cuando surgen profetas, como Ivan Illich, que anuncian la muerte de la escuela. Por supuesto que murió la escuela del siglo XVIII, la del XIX, la del XX, pero estamos laborando en la escuela del XXI. La institución se mantiene cambiando sus formas, adaptándose a nuevas realidades y contextos, a diferente dinámica y tecnología. En eso estamos y trabajamos todos los que entendemos la cosa, salvo los dinamiteros que no proponen nada en lugar del vacío que dejarían. Pero la institución, en lo esencial, es la misma.
La escuela es, junto a la familia, el puente con la vida. La función de la educación, que en la escuela tiene asiento, debe ser desarrollar a una persona autónoma íntegra y resiliente, con capacidad de insertarse creativamente en la vida. Como la familia, la escuela debe ser un simulador de vuelo para vivir. Si no lo es, falla en su base. La lengua es el cemento comunitario: por la expresión que se hace comunicación el hombre convive, se articula y dialoga con los otros hombres; por la lengua funda y sostiene la sociedad.
¿Cuál es la función de la familia en este escenario?
La casa es la célula social que debería enseñar al niño el lenguaje gestual, el lenguaje oral, los contenidos actitudinales (“permiso, perdón y gracias” son los tres vocablos básicos de la convivencia), principios de orden, de disciplina, idea de autoridad (augere significa “hacer crecer, promover”; no debe confundirse autoridad con autoritarismo, que no libera sino que oprime), hábitos de cuidado personal, de desarrollo afectivo, de autodominio y poco más.
Las familias prestan poca atención al desarrollo lingüístico y la estimulación temprana del hijo. La familia debe articularse naturalmente con la escuela para que se avance en el proceso de socialización del hijo y se ordenen los contenidos conceptuales y procedimentales que sirvan para el desarrollo de múltiples competencias. Pero la competencia lingüística es la base porque ella es instrumento para el desarrollo de casi todas. Hoy está roto, en la mayoría de los casos, el puente y pacto entre escuela y familia, y la maestra es la primera madre, no la segunda.
Nuevos desafíos
¿Cuáles son los riesgos del avance de la tecnología, que amenaza ocupar cada espacio de la vida? Parece que hay cada vez menos tiempo para pensar…
Heidegger escribió en su testamento: “La tarea fundamental será controlar la tecnología”. Es decir que no afecte a lo humano al desbandarse. El tiempo para pensar, el frenar la celeridad en todo y darse espacio, el estar consigo mismo en la intimidad es labor de cada uno. El saber dejar de lado el celular y no responder, como un perro condicionado de Pavlov, a cada sonido de reclamo de entrada de un mensaje, es tarea de cada persona. La tecnología es una herramienta: debemos servirnos de ella y no servirla. El adolescente es adicto del amo que tiene en su mano. El celular lo tiene a él cautivo, aunque parezca lo contrario. Es grave y creciente la ciberadicción en la muchachada. Una primera educación en la administración de lo técnico debe darse en casa, con el ejemplo de los padres a la cabeza. He escrito un ensayo: “Cómo dar clase con un celular”, esa maravilla técnica pigmea. Para que, después de probado, indicar que lo apaguen para hacer otra cosa.
¿Cree que la gente lee más o menos que antes? ¿Ha empeorado la calidad de lo que se lee?
La reducción drástica de la lectura se da en los soportes impreso y digital por igual. Se comenzó por desplazar las novelas, y aun los cuentos, y ejercitarse solo con minirelatos y ficciones enanas, lo que no está mal, pero el aprendizaje se descompensa si no se leen textos más extensos que requieren otras competencias. La carrera de velocidad de 100 metros desarrolla ciertas habilidades: la maratón, otras. No hay que excluirlas sino sumarlas.
No se trabaja en corpus de lectura pensados y elaborados para los alumnos a lo largo de su primaria y secundaria. Se improvisa en esto. Cuando Filmus, ministro de Educación, me pidió mi lista de Cien de los mejores libros para leer antes de los 20 años, se la alcancé y los editó a todos y tal vez se distribuyeron en el país las 16.000 copias. Pero los libros pueden dormir el sueño de los justos si no se da el paso hacia ellos, motivados por el docente inteligente que sabe despertar el interés.
¿Cree que los libros digitales van a reemplazar a los de papel?
No, van a convivir por mucho tiempo. Las estadísticas informan que han bajado, incluso, los consumos de libros digitales, pese a las agorerías apocalípticas. Nuestra generación no verá definición por una u otra forma.
¿Cómo influirán estos cambios en las generaciones próximas?
No lo sabemos. Lo que vemos es un creciente deterioro de la atención en nuestros adolescentes y jóvenes, producido por los incesantes requerimientos, por estímulos de todo tipo, desde lo electrónico. Esto es grave porque afecta al estudio, a la investigación, a la planificación y a la ejecución de proyectos.
El zapineo mental a que lo acostumbran los medios electrónicos afecta al muchacho. El celular le quita intimidad porque vive requerido hacia afuera por los llamados. Si no tiene intimidad no tendrá identidad, y será un zapallo en carro. El promedio más bajo de apertura del celular en un pibe es de 50 veces al día. A ello se le suma la banalización, la trivialidad, la falta de reflexión en que lo sumen las redes sociales, tan útiles en otros planos. Las empresas trabajan arduamente para generar una dependencia creciente de los usuarios respecto de los instrumentos que maneja. Es su negocio.
¿Necesitamos más adultos orgullosos de nuestra lengua y convencidos de su riqueza para que las juventudes se expresen con claridad tanto en forma verbal como escrita?
Por supuesto, debemos tener el orgullo de pertenecer a una comunidad panhispánica que nos permite andar por todo un continente manejando un solo instrumento lingüístico. Tenemos el orgullo de que en esa lengua disponemos de obras maestras de la expresión humana, de trascendencia universal, y que en las últimas cuatro décadas, muchas de esas obras han sido escritas en Hispanoamérica. Frente a este legado tenemos el deber de ser merecedores de tal herencia, visitando esas obras para enriquecer nuestro espíritu y nuestra lengua.