De los cerros coloristas en Jujuy a las afueras residenciales de la capital salteña, un recorrido por el ‘terroir’ del vino, los sabores andinos y alojamientos coloniales de ensueño.
Txt: Carolina Cerimedo Ph: PlayRum; gentileza restaurantes y hoteles
Cocina folk, bodegas de autor, rutas de paisajes supremos y spa en la naturaleza. Tocar las nubes, probar los vinos más altos del mundo y descansar en estancias coloniales. Estas son todas las sensaciones que promete el norte argentino. El turismo local se acentúa, la posibilidad de conocer lo propio también.
Arcoíris de Jujuy
Los colores de Purmamarca no son solo siete. Aunque así se llame su cerro más famoso, el azul claro del cielo, los rosados de las telas que venden en la plaza, los ocres de las casitas del centro y los tonos de los tejidos, conforman una paleta de colores mucho más vasta. A 65 kilómetros de San Salvador de Jujuy, este es el pueblito ideal para instalarse al visitar la Quebrada de Humahuaca, declarada Patrimonio Natural y Cultural por la UNESCO en 2003.
Decorado con objetos de familias históricas del norte argentino y construido con materiales autóctonos (paredes de adobe y cañas huecas en los techos, como las casas tradicionales de la zona), El Manantial del Silencio fue diseñado por un arquitecto especializado en el estilo colonial español. El spa y el restaurante del hotel también merecen distinciones. La vista suprema a los cerros del primero y la alta cocina regional de Sergio Latorre en el segundo, diseñan una estadía perfecta. “Mi pareja es de la puna jujeña. Cuando su madre venía de visita no dejaba que la señora que nos ayudaba en casa cocinara. Así empezaron a desfilar motes, charquis, ajíes y yuyitos que me generaron curiosidad”, recuerda el chef sobre los ingredientes regionales que hoy dominan su gastronomía andina moderna. De entrada, un ‘carpaccio’ de llama. De fondo, bifecito de llama con papas quechuas confitadas y un cremoso risotto de quínoa. El postre, ‘creme brûlee’ con aromas de hojas de Coca y helado de api.
La ubicación geográfica de Purmamarca es estratégica para recorrer diferentes atracciones. Tilcara es paseo obligado, donde hay que darse una vuelta por los mercados, por la plaza de artesanías y por la feria de alimentos. Bolsas de papines andinos de diferentes variedades, flores, especias, frutas, carnes, productos regionales, y hasta puestos de herboristería indígena.
Maimará es un pueblito vecino, cercano a la bodega Fernando Dupont, primer emprendimiento vitivinícola de la Quebrada y primeros vinos que embotellan su terruño irrepetible. Llevan un sistema natural de cultivo que rescata las técnicas ancestrales de cuidado y convivencia con el medio ambiente y su ciclo de energías.
Otra excursión imperdible es la de las Salinas Grandes, el tercer salar más grande de Sudamérica. La ‘van’ parte desde el centro de Purmamarca y lleva a los viajeros hasta el paisaje blanco en pocas horas.
Salta residencial
A los pies de los Andes y a pocos minutos de Salta, la estancia House of Jasmines está rodeada de eucaliptus y un parque de 100 hectáreas. Se trata de una elegante mansión de 100 años de antigüedad atendida por sus dueños.
Hogar, horno de barro y el comedor La Table, especializado en cocina argentina, con platos típicos y vinos de la región. El atardecer llega con una cata de las mejores etiquetas locales, acompañada por un surtido de carnes curadas ahí mismo. El tradicional asado argentino es un éxito, preparado al buen estilo nuestro y con el toque gourmet de la familia francesa que dirige la estancia.
Otro hotel boutique que vale la pena descubrir es Kkala. Para llegar hay que dejar atrás el bullicio del centro y subir calles que llevan el nombre de Los Paraísos, Los Membrillos y Las Papayas, hasta dar con la esquina de Las Higeras. Se trata de un pequeño hotel –de solo diez habitaciones- en una lomada de Tres Cerritos, el rincón más apacible de la capital salteña. El interiorismo combina tradicionales puertas de hierro y aguayos antiguos, con detalles rústicos, madera de cardón y antigüedades. Las artesanías de la región decoran hasta el detalle –como los picaportes de hueso- cada espacio. Frente a la chimenea hay un sillón bordado con plumas, y en la escalera externa cuelga un telar que es una obra de arte. La exquisita selección de objetos andinos tradicionales, que fueron reinterpretados por artistas locales para decorar Kkala, continúa por todos los ambientes.
El desayuno se sirve con vajilla de estilo, huevos al gusto, frutas, dulces caseros y pastelería artesanal en un salón bellamente ambientado para la ocasión. La piscina climatizada invita a pasar la tarde en el deck que mira a los cerros. La hidroterapia sigue en la habitación, con un jacuzzi privado de vista abierta. Para la noche, la salida es La Casona, “una peña auténtica”, como recomiendan los salteños, donde cada uno se acerca con su guitarra y la música surge con improvisación.
Tren del cielo
Uno de los ferrocarriles más altos del mundo, que además de ser un ícono turístico que el año pasado recibió 16 mil pasajeros, es una obra de ingeniería impresionante a 4.200 metros de altura y un factor clave en el desarrollo de las comunidades que atraviesa en su recorrido. Para adentrarse en la puna salteña, lo mejor es contratar la excursión BUS + TREN + BUS, una propuesta que se ganó el sello de Marca País, el programa para difundir la calidad turística nacional, destacando los valores distinguidos de la Argentina.
El paseo parte en vehículo desde la ciudad de Salta (con coches ambulancia, médicos y tubos de oxígeno por si alguien se apuna) y atraviesa el valle de Lerma para introducirse en la Quebrada del Toro. En el paraje El Alfarcito se desayuna al aire libre con delicias de dulce de leche elaboradas por locales. Es el lugar para adquirir artesanías: ahí funciona un centro operativo que vende el trabajo de 25 comunidades. El viaje continúa por la Quebrada de las Cuevas para llegar a San Antonio de los Cobres –el pueblo más alto de la Argentina- donde se aborda el mítico tren. El viaje es emocionante, y aunque la memoria del teléfono alcance para sacar cientos de fotos, ninguna cámara es suficiente para captar la emoción de estar allí. ‘Selfies’ con el precipicio de fondo, con los coyas, sus llamas (caminan hasta 50 horas y pueden vivir tres días sin agua), y esos paisajes difíciles que habitan: por la amplitud térmica, aquí se pueden vivir las cuatro estaciones del año en un solo día.
Para almorzar, ya de regreso en San Antonio de los Cobres, entre sus calles de tierra, casas de barro y paneles de energía solar, aparece Quinoa Real, especialista en este cultivo milenario que se volvió gourmet. Los elegidos: cerveza de algarrobo, crêpe de quinoa y queso de cabra, y lomo de llama a las hierbas nativas con papines andinos aplastados.
El último ‘stop’ es Santa Rosa de Tastil, por donde pasaba el Qhapaq ñan o sistema vial andino. Estas tierras pertenecían al dominio Inca y vivían del trueque, en los valles y en la alta montaña. Ritos de más de 500 años se conservan por estos lados, como el de la Pachamama.
Cafayate es 100% vino
De aquí viene el torrontés más famoso y más premiado del país, una cepa originaria de España, que allá se extinguió y acá supo crecer. De este ‘terroir’ también es el vino más alto del mundo (en Colomé alcanza 2400 msnm), de colores profundos, aromas intensos, sabores distintivos. Para conocer todos estos récords sin aburrirse, el Museo del Vino propone un relato sensorial, lleno de paisajes y poesía: “En la memoria de las uvas están presentes el agua; que en silencio dialoga con la tierra, el aire de los Valles Calchaquíes; puro y transparente, el deslumbrante sol; que todas las siestas abraza los viñedos.”
Muy cerca, aguardan las bodegas: la posibilidad de meterse en el corazón de Etchart, Amalaya, Nanni, Quara, El Esteco, Domingo Hermanos. Algunas son ruteras y otras están en el centro, como El Porvenir, la elegida para una visita guiada a fondo que nos cuente todos los procesos del vino.
Para alojarse por estos pagos, Grace Cafayate tiene una propuesta tentadora. Se trata de un ‘wine’ hotel y ‘country’ de viñedos, hay más de 500 hectáreas para explorar, más cancha de golf y ‘club house’ que da a la laguna -tener agua en este clima seco, una pileta sin fin y spa es todo un privilegio-. Abrir la cortina automática y empezar el día con la mirada en el cerro y sus viñedos. Las plantaciones de uva son el jardín de la espectacular habitación con jacuzzi privado, parrilla y solárium. El desayuno es completísimo, con una estación de ‘crêpes’ y ‘omelletes’, yogur natural casero y bar de semillas y cereales. Quienes elijan comer por la noche en el restó del hotel, tienen que pedir el ojo de bife con papines y de postre, la degustación de flanes.
Para la noche siguiente, el plan es Bad Brothers, el bar que Agustín Lanús armó con dos amigos norteamericanos. El enólogo va comprando uvas para hacer sus ‘blends’ con diferentes terruños. Lo mejor para probar sus creaciones es pedirse el combo degustación y catar dos o tres copas. Para acompañar: una picada de quesos y fiambres de la zona. Para completar: un tabulé de salmón.
Rutas míticas
Para llegar a Cachi desde Cafayate hay que tomar la famosa ruta 40. Eso si estás con auto propio, porque los locales no son muy adeptos a manejar ese tramo por el estado del camino.
Este preámbulo nos prepara para lo que veremos: un pueblo aislado que lleva su propia vida enmarcada por el espectacular Nevado de Cachi, con la pulpería, la plaza central con su mercado (perfecto para comprar especias y cerámicas) y una iglesia que es Monumento Histórico Nacional del siglo XVI.
Para alojarse o para pasar un excepcional día de spa, hay que dirigir el GPS hasta la entrada de La Merced del Alto. Una construcción blanca y colonial sobre el valle verde, rodeada de cerros y arroyos que entran por los ventanales del hotel. El spa es una casa de piedra que emula las viviendas originales de la zona, que antes era poblada por Diaguitas.
En el centro de Cachi, el lugar para comer cabrito es El Zapallo, con su formato de parrilla libre. La vuelta a la ciudad de Salta es por la ruta 33, para deleitarse con una sucesión de paisajes casi surrealistas. Una manada de llamas corriendo por el altiplano, el Parque Nacional Los Cardones, la recta del Tin Tin atravesando el desierto, la impactante Cuesta del Obispo y la selvática Quebrada de Escoipe. Difícil será elegir en qué mirador detenerse para asimilar las maravillas naturales argentinas.
+info_
hotelmanantialdelsilencio.com
houseofjasmines.com
hotelkkala.com.ar
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trenalasnubes.com.ar
museodelavidyelvino.gov.ar
gracehotels.com/cafayate
badbrothers.com
facebook.com/lamerceddelalto