Junto con el ‘machine learning’ y la realidad virtual, la Inteligencia Artificial se posiciona como uno de los motores más pujantes de una cuarta revolución industrial. De qué hablamos cuando mencionamos esta rama tecnológica y por qué cada vez son más los que creen que estamos ante una aliada indispensable para cambiar el mundo.
Txt:Laura Piasek
La ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia como si las hubiera hecho un ser humano”. Así definió allá por 1950 Marvin Minskyel, científico y padre de la Inteligencia Artificial, a esta tecnología revolucionaria cuando todavía sus alcances apenas eran tangibles. Su mítico laboratorio -el Computer Science and Artificial Intelligence Laboratory- fue la cuna de alguna de las primeras innovaciones de este campo: un brazo robótico capaz de manipular bloques de juguete, el primer casco de realidad virtual de la historia y el hoy conocido con el nombre de microscopio confocal. Décadas más tarde, lejos de pertenecer al terreno de la ciencia ficción, la IA (por sus siglas) nunca antes había estado tan presente en nuestros días. Tanto es así que los sistemas bajo su ala nos rodean, muchas de las veces, sin que ni siquiera lleguemos a darnos cuenta.
Desde los asistentes personales -como Siri o Alexa- que responden cada vez más rápido a un mayor número de demandas, pasando por aplicaciones como Waze, que nos indican el mejor camino para llegar a destino, hasta la posibilidad de Netflix de recomendarnos la película ideal para un viernes a la noche según los contenidos que consumimos previamente. Todas estas soluciones nunca hubieran visto la luz si la Inteligencia Artificial no hubiese dicho presente. Pero más allá de las puertas que nos abre para hacernos la vida mucho más fácil, esta rama de la tecnología tiene un potencial todavía más importante, y mucho menos conocido: el de generar un impacto positivo en el planeta tierra.
IA al rescate
En septiembre de 2017, el huracán Harvey en pocas horas arrasó con el estado de Texas. Desbordados, los equipos de rescate encontraron ayuda en un lugar inesperado: una aplicación de IA que, combinando las imágenes satelitales del lugar con un software de detección de objetos logró divisar, en tiempo récord, las mejores rutas para llegar hasta los sobrevivientes. Algo similar ocurrió, apenas un mes más tarde, en California. Después de un incendio forestal en el condado de Sonoma -que se cobró la vida de 24 personas- las autoridades llegaron a una conclusión escalofriante: las víctimas -más de la mitad mayores de 70 años- no habían escuchado las advertencias de los megáfonos cuando el fuego comenzó a expandirse o, por problemas motrices, no habían logrado huir.
En este caso fue la start-up Geospiza Inc. la que entendió que la Inteligencia Artificial podría haber ayudado, y mucho, para reaccionar de manera más eficiente frente a esta situación extrema. Usando el poder de los datos, la compañía terminó desarrollando una plataforma que determina quiénes son las personas de una comunidad que necesitan, ante este tipo de situaciones extremas, atención especial. Pero la IA no es solamente una aliada para dar una mejor respuesta frente a las catástrofes sino también, y cada vez más, se está volviendo capaz de prevenirlas.
La hora del planeta
En las últimas décadas, el sueño de Minskyel dejó de parecer tan lejano: los sistemas de Inteligencia Artificial, de la mano del ‘machine learning’ (o aprendizaje automático, en español) hoy procesan información a un volumen, y a una velocidad, con la que un cerebro humano nunca podría competir. En este escenario se entiende que los gobiernos, las organizaciones y las empresas más importantes del mundo, hayan puesto el foco -y sus recursos- en esta tecnología. Ya no considerándola únicamente como un peligro latente para el normal funcionamiento de las sociedades, sino más bien como una de las armas capaces de solucionar algunos de sus problemas más graves.
La propia Organización de las Naciones Unidas sugirió hace poco tiempo, en un documento, que la IA podía ser útil para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Fue una invitación a que los países trabajen por un mundo mejor, con menos contaminación y mayor igualdad.
Pero, ¿de qué manera la ciencia de datos puede salvar el planeta? Los expertos aseguran que las oportunidades ya no se cuentan con los dedos de las manos. “AI for Earth” -una iniciativa de Microsoft- es una de las referencias a la hora de hablar de cómo las máquinas pueden ponerse al servicio del medioambiente. Uno de los proyectos bajo su ala utiliza la IA para estudiar cómo, en Puerto Rico, las tormentas afectan a los bosques y cuáles son los efectos a largo plazo.
En la República del Congo, otra de sus investigaciones colocó sensores acústicos en la selva tropical para monitorear los sonidos que realizan los elefantes del lugar durante el día. Con este material sobre la mesa, los investigadores hoy pueden conocer con mayor detalle a esta comunidad y dar un paso adelante para asegurar su supervivencia. En resumidas cuentas, en estos dos casos la Inteligencia Artificial sirvió para transformar a los datos que ofrece la naturaleza en información útil y accionable.
Con este objetivo en la mira, en algunos años, se espera que las soluciones de IA desembarquen todavía con mayor fuerza en el sistema de transportes y en las ciudades. El norte es alcanzar dos metas impostergables: hacer un uso más eficiente los recursos naturales y reducir las emisiones de carbono. Ya lo decía Stephen Hawking: Ia inteligencia Artificial puede ser “lo mejor o lo peor que le suceda a la raza humana”. Será responsabilidad de los actores que la tengan en sus manos el qué hacer con ella. Ojalá se logre eliminar -o, al menos, reducir al máximo- su uso malintencionado para concentrarse en el enorme potencial que trae bajo el brazo. Ya no solo para aumentar el bienestar de las personas, sino también para dejarles a las próximas generaciones un planeta más sano.
City Brain: IA al servicio de las ciudades
Hangzhou -capital de la provincia de Zhejiang, en China- fue la primera urbe del mundo en quedar bajo el control de un evolucionado software de Inteligencia Artificial. El proyecto para darle forma a esta ‘city brain’ se puso en marcha en 2016 y fue impulsado por el gobierno local y dos pesos pesados del mundo de la tecnología: Alibaba y Foxconn. Desde aquel entonces, hasta hoy, los más de 9 millones habitantes del lugar ponen sus datos personales -historial de compras, trayectos realizados, actividad en redes sociales- de todos los días, a disposición de este sistema de IA. ¿El objetivo final? Que este cerebro artificial, analizando estos grandes volúmenes de información, pueda tomar decisiones estratégicas -y en tiempo real- para gestionar mejor la ciudad, además de anticiparse a posibles escenarios futuros (como una tormenta o un embotellamiento).
Sin ir más lejos, desde que esta red neuronal empezó a trabajar en conjunto con las autoridades y con sus propios ciudadanos -que reciben alertas y notificaciones en sus smartphones- se mejoraron algunos de los principales indicadores del bienestar de los locales: se redujo el número de accidentes de tránsito, bajaron los crímenes y se alcanzó una mejor organización del tráfico. Más adelante, se espera que el “cerebro” consiga también analizar información sobre el consumo de agua y energía para ayudar a que sus habitantes hagan un uso más responsable de los mismos. Hangzhou hoy puede jactarse de ser el ejemplo más acabado de lo que se logra cuando la Inteligencia Artificial se pone al servicio de las ciudades, pero también, de la importancia de entender -de punta a punta- qué uso se les está dando a los datos de las personas.