Diseños más amigables con el medio ambiente marcan la tendencia puertas adentro. La disposición de los espacios, así como los objetos y materiales seleccionados son claves al momento de idear un ambiente que genere el mínimo impacto sobre el ecosistema y responda eficientemente a las necesidades de la vida cotidiana.
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Con el objetivo de proporcionar una mejor calidad de vida desde sus orígenes, el diseño de interiores se definió en base a la relación que mantienen las personas con un espacio, teniendo en cuenta parámetros psicológicos y físicos. Sin embargo, con el paso del tiempo, las alteraciones que ha sufrido el medio ambiente a causa de las prácticas de producción y consumo implementadas por el hombre, obligaron a que la disciplina comience a reflexionar sobre la problemática. De esta manera, la palabra sustentabilidad incorporó una variable fundamental al momento de diseñar nuevos espacios que satisfagan las necesidades diarias.
Así, la sustentabilidad suma al diseño de interiores una concepción de uso a largo plazo, planteada a partir de la utilización de materiales perdurables y ecológicos, así como la optimización de recursos naturales y la disposición de objetos, puestos en función de generar el mínimo impacto posible sobre el medio ambiente y sus habitantes.
En un plano más institucionalizado, la arquitectura estandarizó estos criterios en determinados aspectos con los que calificar las construcciones, lo que se tradujo en la creación de distintas certificaciones. Por ejemplo, proveniente de los Estados Unidos, LEED es una de las clasificaciones más utilizadas en Argentina. En ella se evalúan puntos tales como el desarrollo sustentable del lugar, la eficiencia en relación al uso de agua y energía, la selección de materiales, la calidad del ambiente interno y los procesos de innovación y diseño utilizados en la construcción.
De la mano de estos lineamientos, la tendencia en diseño de interiores incorpora criterios fundamentales para disminuir la incidencia negativa en la naturaleza.
Materiales amigables
Una de las premisas básicas consiste en seleccionar materiales considerando su posterior uso, su perdurabilidad y el impacto que generan en el medio ambiente una vez desechados.
La madera, por ejemplo, es uno de los elementos que reúne condiciones favorables para estas cualidades. No sólo representa un bajo consumo energético para su producción y transformación, sino que además, es un recurso renovable y abundante si proviene de explotaciones de madera controladas, comprometidas con el cuidado forestal y la replantación. A su vez, al ser un material orgánico, se comporta como un deshecho biodegradable, que también puede ser reciclado. Además, sus propiedades como aislante térmico disminuyen la necesidad de acondicionadores artificiales, por lo que contribuye al ahorro energético.
Del mismo modo, procedente de una gramínea que crece en Asia, Centroamérica y África, el bambú permite obtener cosechas en un periodo de tiempo de entre 5 y 6 años, lo que es relativamente breve para lo que se refiere a especies de maderas. Además, al ser una hierba, brota naturalmente y no necesita replantación. El rendimiento de sus bosques hace que sea una opción incluso de menor impacto para el medio ambiente que la madera tradicional.
El corcho también es un material comprobado como sostenible. Ideal para la utilización en pisos, paredes y techos, ya sea en interior o exterior, es 100% natural, rápidamente renovable y contribuye a la eficiencia energética por sus propiedades térmicas y aislantes. Ignífugo y de larga duración, además permite su reutilización y reciclaje.
En contraposición, algunos materiales como los plásticos y los metales, sobre todo el aluminio, son altamente nocivos para el medio ambiente. Su alto consumo de energía durante el proceso de fabricación se suma al hecho de que una vez finalizada su vida útil, los químicos utilizados hacen imposible su degradación y dificultan su combustión a causa de la emisión de gases tóxicos. Por lo tanto, la sugerencia es intentar emplear materiales orgánicos, que permitan ser reciclados fácilmente luego de su uso, ya que su materia prima proviene de la naturaleza y no tiene una fuerte composición química ni artificial.
Por otra parte, al momento de pensar en el amueblamiento de un ambiente, una buena opción es considerar la reutilización de objetos o muebles usados. De esta manera, se reaprovechan deshechos y se disminuye el impacto ambiental generado a partir de la producción de nuevos productos. Muchas compañías de diseño alrededor del mundo ya se han adueñado de esta filosofía y ofrecen a sus clientes muebles 100% restaurados.
En materia de pinturas y barnices, también se puede tener un comportamiento sustentable, a través de la selección de opciones que estén elaboradas con una menor cantidad de componentes tóxicos. Aunque por ahora la oferta no es muy abundante en Argentina, existen marcas enfocadas en este segmento que, además de ser más ecológico, disminuye las repercusiones negativas en la salud de sus usuarios.
Recursos más eficientes
En materia de iluminación, la luz del día es el principal recurso natural. Tenerlo presente durante la etapa inicial de edificación y distribución de espacios es fundamental para facilitar la posterior colocación de aberturas que permitan recibir la mayor cantidad de luz durante los momentos de sol y extenderla a través de los ambientes. Esta iniciativa, no sólo permite evitar el abuso de dispositivos artificiales de iluminación y el ahorro de energía, sino que la calidad de la luz proporcionada es notablemente mejor.
Sin embargo, en materia de luz artificial es posible considerar algunas fuentes de energía sustentables. Una de las alternativas pueden ser los paneles solares, pese a que sus costos de instalación requieren una gran inversión. Una opción más accesible para hogares y oficinas es la que propone la iluminación LED.
A diferencia de las luminarias tradicionales, este tipo de lámparas desperdicia sólo una pequeña parte de la energía consumida, emitiendo calor. Su bajo consumo no sólo significa ahorro de energía en términos de costos, sino también en disminución de emisiones de carbono. A su vez, no está compuesta por mercurio, lo que permite que su reciclado sea más sencillo y genere menos impacto en el medio ambiente, reforzado por el hecho de que su vida útil es de 50 mil horas, cuando el de una bombilla tradicional es de 20 mil. De esta manera, requiere menor frecuencia de renovación, lo que reduce el volumen de deshechos. Al mismo tiempo, no emiten radiación infrarroja ni ultravioleta, por lo que tienen menos posibilidades de ser perjudiciales para la salud.
Una vez resuelta la iluminación, otro factor central para potenciar el ahorro energético y disminuir aún más el impacto ambiental, es la utilización de electrodomésticos y artefactos electrónicos que cuenten con certificaciones de bajo consumo.
Con el diseño como elemento de cambio en la construcción de interiores sustentables, esta tendencia también se complementa con hábitos responsables de consumo de recursos y una utilización consciente de los espacios. Es así como el interiorismo sustentable permite generar un entorno amigable con el medio ambiente, más saludable para sus usuarios y que proporcione mejores condiciones para el desarrollo de la vida diaria.