Claudia Cristiani sueña, anhela y crea. Con una obra que conquista desde lo visual y lo filosófico, la artista no se conforma y siempre va por más. Una pintora que siempre trabajó a puertas cerradas decidió abrir su taller a niños, adultos, chicos con capacidades diferentes y muy pronto lo hará para mostrarle al mundo su universo interior. Presente de una artista que no se detiene.
Txt: Connie Royo
Ph: Gentileza Claudia Cristiani
Comprometida y creativa, Claudia Cristiani nos recibe en su casa, en pleno barrio de Las Lomas, donde a través de un tupido jardín se llega a su taller, un espacio vidriado en medio del verde. Allí, dicta clases de arte para chicos, adultos y niños con capacidades diferentes, y es en ese mismo lugar, rodeado de naturaleza, donde nacen todas sus obras. Óleos en grandes tamaños, pequeñas tintas sobre papel de arroz, algunas monocromáticas y otras con mucho color, muestran los contrastes de una personalidad inquieta, donde la línea gestual y expresiva define su trabajo,“y un poco me define a mí también…”, explica Claudia con una sonrisa.
Nacida y criada en Buenos Aires, recién a los 22 años el arte llegó a su vida y se instaló para siempre. “Hasta entonces desconocía este universo, jamás había pisado un taller”, expresa la artista, feliz de haber encontrado su pasión. “A esa edad viajé a Europa por primera vez con una amiga arquitecta que me iba mostrando todo lo que sabía de Historia del Arte, quedé impactada con la pintura figurativa y volví convencida de que el arte era lo que quería para mí”, define.
“Pienso que hubieron cosas que me marcaron sin saberlo. Por un lado, mi padre nos obligaba de chicos a leer la Historia de Roma y Grecia. Por otro, siendo adolescente elegí estudiar italiano, con lo cual descubrí el arte de Florencia y del Renacimiento. Y finalmente, yo admiraba a mi hermana mayor que era una excelente dibujante e infructuosamente intentaba copiarla pero era un desastre absoluto”, recuerda entre risas.
Así, de vuelta en la Argentina, ya no pudo ignorar el llamado y tomó clases de cerámica y pintura. “Y fue ahí cuando aprendí a dibujar. Creí que nunca iba a poder pintar porque era desastrosa dibujando, pero… todo el mundo puede aprender”, aclara convencida.
Como un camino que la lleva a comprender el pensamiento humano detrás del arte contemporáneo, Claudia sumó a su formación práctica, amplios conocimientos en filosofía e historia del arte, lo que convierte su trabajo en una obra llena de sentido y búsqueda personal. Espontáneo y fundamentado, su arte invita a la reflexión, a contemplar en silencio y a encontrar en uno mismo las respuestas, como parte de un camino que incita a ser explorado. “Siempre pensé que un artista debe tener una vida interior rica, porque si no la tiene… ¿qué puede ofrecer?”
Después de presentar su obra en el exterior y hacer una experiencia de creación en Australia, Cristiani se entusiasma con todos los proyectos que aún quedan por concretar, entre los que se cuentan mostrar sus nuevos trabajos e invitar con cenas privadas en su casa-taller.
Una artista en verdadero movimiento.
Claudia, tus principios fueron figurativos… ¿Cómo fue virando tu trabajo hacia la abstracción?
Tuve períodos figurativos porque hice un recorrido muy académico, pero a mí me gustaba la abstracción. La figuración fue lo que me encantó al viajar, el derecho de piso que tuve que pagar para aprender a dibujar y pintar, pero no obstante eso, mi cabeza ya estaba puesta en la abstracción.
Tu estética fue respondiendo a un deseo interno…
Sí claro. Pero el paso de la figuración a la abstracción lo hice de la mano de los ejercicios de visión.
¿Un paso un poco impulsado por la teoría?
Totalmente. Todo el camino lo hice probando e indagando con cada uno de los fundamentos visuales, fue el camino que me permitió soltarme. Yo soy absolutamente expresiva, espontánea, libre y gestual.
¿Qué te seduce de la abstracción?
Lo anecdótico de la figuración hace que una gran mayoría de las personas busque ver el virtuosismo, si está bien pintado o no y no pueda conectarse con los sentimientos y las sensaciones; la abstracción, creo, te induce a conectarte con tu mundo interior, a sentir qué es lo que a vos te produce lo que estás observando. Para mí es mucho más interesante sugerir, crear algo que te remueva internamente y que te haga imaginar, volar, transportarte a otro lado y no quedarte simplemente en la imagen. La abstracción tiene que ver con la contemporaneidad, y yo quiero ser artista de mi tiempo.
Claudia, vos hacés pintura, dibujos en tinta, instalaciones… ¿Cómo fueron surgiendo estos canales de expresión?
Fue una búsqueda personal yo creo. Soy discípula de Alberto Delmonte, aprendí en el Taller Sur que se entronca con la escuela de Torres García. Pero mi imagen, luego de un largo recorrido, es distinta, pasó a tener una composición más orgánica y con una paleta de mucho color. Fue algo que fui logrando a través del tiempo, yo quise encontrar mi lugar, tener mi propia estética, esa fue mi búsqueda…
También tu pintura aduce mucho al arte Zen…
Sí. Había pintores abstractos que habían aprendido con maestros orientales y sus pinturas me fascinaban. La pintura Zen siempre me pareció muy sugerente y raíz de eso fui a buscar a un maestro japonés. Con él estudié el arte Sumi-e y luego de varios años pude llevar a la abstracción lo que había aprendido con él.
¿Así llegaste a las tintas chinas y al papel de arroz?
Sí, yo ya era abstracta pero todo mi aprendizaje con Tomás Yamada fue figurativo. Me fascinaba pintar solo con tintas negras y evitaba los colores. La austeridad del Sumi-e me subyugaba.
El papel de arroz y las tintas no permiten cambios ni correcciones a la hora de crear, ¿condiciona eso tu trabajo?
Sí, absolutamente. Tuve que cambiar mi cabeza. Mi manera de componer pasa del caos al orden constantemente, como si volcara todo lo que me nace sin pensar, impulsivamente, y después ordeno. Pero claro, lo que hago sin pensar es porque ya lo tengo incorporado, porque aprendí composición, el uso del color, de la línea, del plano, de todos los fundamentos visuales… La tinta tiñe y si te equivocás no podés volver atrás, eso implica mucha repetición, práctica y control mental.
¿Cómo es la elección de las paletas? Porque hay obras monocromáticas, otras súper coloridas…
Ese es un tema de personalidad, puedo pasar del color absoluto al blanco, el negro y los grises. En la misma época aparecen trabajos con distintas paletas y composiciones, algunos cuadros son muy despojados y otros muy fuertes… Así soy yo.
¿Qué te lleva a la ausencia de color?
A veces me hastía el color y necesito el blanco y el negro. El negro me apasionó siempre, me provoca una fascinación especial. Además, la ausencia de color remite al encuentro con uno mismo, a no quedarse en lo impactante del color y permitir que algo distinto surja de nuestro interior. Con esto me refiero tanto a lo que me sucede a mí como a la persona que mira un cuadro.
Tus cuadros tienen nombres muy específicos y descriptivos, apelan mucho al ser espiritual…
Los títulos siempre vienen una vez terminada la obra, es rarísimo que un título venga ‘a priori’. Me divierte mucho titular, lo siento parte del proceso creativo. Además me encanta que las personas se queden pensando.
Hoy estás incursionando en un nuevo camino…
Sí. Por un lado, un mayor uso de materiales de descarte y por otro, la inclusión de todo lo que una mujer despliega, desde el uso de herramientas hasta lo absolutamente femenino como coser, bordar, tejer, etc… Mi nuevo trabajo combina todo esto, y es lo que voy a exponer en mi próxima muestra.
Claudia, ¿en qué galerías expusiste ?
Siempre expuse en Buenos Aires, porque es a donde van los críticos de arte. Muchos años lo hice en la Galería van Riel y las últimas muestras fueron en la galería Palatina. Sólo una vez expuse en mi zona, en la Usina del Boulevard Sáenz Peña, Tigre. Yo vivo en San Isidro y me gustaría que hubiera un circuito de galerías en Zona Norte, pero siguen pasando los años y esto no sucede.
Vida de artista
Claudia, contanos de “Connection”, la instalación que realizaste el año pasado en tu residencia para artistas en Perth, Australia.
“Connection” fue una instalación dedicada a esa gente que tiene la capacidad tan especial de poder ver en el otro lo que necesita, sin que el otro se lo diga. Cuando esto me sucede a mí, o cuando soy yo quien descubre en el otro lo que necesita, se produce algo mágico entre dos personas, es algo así como tocarle el alma con las manos… Yo quería que quienes visitaran la instalación la recorrieran y comprobaran luego si lo que habían sentido tenía que ver con mi propuesta. Trabajé con telas, papeles, cartones, transparencias y colores cálidos en una propuesta monocromática. Lo único que llevaba desde Buenos Aires era la idea del proyecto porque no sabía con qué materiales me iba a encontrar allá. Fue todo un desafío salir del plano bidimensional y trabajar exclusivamente con materiales en desuso. Fue una experiencia muy rica para mí y aprendí mucho.
¿Cómo llegaste a trabajar en Australia?
En realidad siempre apliqué materiales de descarte en mis cuadros, y hacía tiempo que necesitaba salir de la bidimensión de los cuadros. Esa fue la razón por la que propuse hacer una instalación. RemidaWA en Perth es un Centro que recolecta todo tipo de materiales en desuso para ofrecérselos a los artistas y a las Escuelas que trabajan con el sistema pedagógico de las Escuelas de Reggio Emilia, Italia.
Además de la residencia propiamente dicha, hice un entrenamiento para consustanciarme con el funcionamiento y la logística de los Centros Remida, que hay en varios en el mundo. Cuando me enteré de la existencia de estos centros me conecté y así fue surgiendo todo.
¿Qué te nutre de estas experiencias en el exterior?
Como artista, estas experiencias tienen para mí un alto impacto visual y espiritual. Las muestras y ‘workshops’ en el exterior, el mural que hice en la ciudad de Antigua, Guatemala, o la residencia en Australia fueron vivencias muy gratificantes. El intercambio con la gente, otros artistas, otras muestras, me hacen crecer, tener autocrítica, repensar lo que hago y hacia dónde quiero ir.
¿Sentís que el contacto con la gente en las muestras es parte esencial de tu trabajo?
Sí, por supuesto. La crítica es lo más importante. La crítica de los que saben y de los que no saben y hablan desde lo que sienten. Sin crítica no hay crecimiento.
¿Así surge el proyecto del restó a puertas cerradas?
Sí. Es un emprendimiento que me inquieta. Abrir mi casa/taller el primer viernes de cada mes con una cena de autor, hecha por un chef, es “abrirme”, mostrar mi interior. Me encanta quitar el prejuicio de que el arte es para los que tienen talento. Ofrecer una cena en el taller entre obras a medio terminar, olor a óleo y tintas, es quizás otra obra en sí misma. Quiero crear un clima cálido y de libertad donde mis invitados se sientan cómodos para preguntar lo que alguien nunca preguntaría por creer que no sabe de arte… Ese es un desafío, juntar a los que saben con los que no, en un clima amable, con una rica cena, un buen vino y una charla enriquecedora.
¿Esa llegada al otro es lo que también te gusta de la docencia?
Claro. Las personas son creativas en infinidad de situaciones, entonces ¿por qué no serlo también en el arte? Cuando enseño a chicos no sé si van a ser economistas, ingenieros, abogados o artistas, pero quiero que sean creativos desde donde les toque desarrollarse. Intento darles las armas para que tengan una cabeza abierta.
¿Cómo se logra potenciar esa creatividad?
Con trabajo, con conocimiento de los elementos del lenguaje visual. No puedo escribir poesía si no sé conjugar, es como aprender cualquier idioma. Pero para mí, algo muy importante es lo lúdico, jugar, dejar que el azar nos sorprenda y disfrutar haciendo. Al adulto le cuesta más disfrutar porque está pendiente del resultado, del producto terminado. Demasiada cabeza y poca emoción no ayudan en la creación. Hay que dejarse llevar, descontrolar, navegar las tormentas aunque naufraguemos… quizás encontremos algo mucho más interesante…
También trabajás con chicos discapacitados…
Sí. Hace cuatro años tuve la necesidad de enseñar a chicos con inteligencias diferentes y empecé ‘ad honorem’ en una Escuela Especial en el Delta, en el Paraná Miní. Me gusta mucho la libertad que tienen para crear, la lógica, la ironía, el humor. Disfruto y aprendo estando con ellos viendo como expresan lo que llevan dentro.
¿De ahí surge el anhelo de un taller modelo?
Sí. Hoy doy clases en mi taller, pero tengo todas las ganas de armar un taller modelo al estilo Remida, para que los chicos con capacidades diferentes encuentren en el arte, una salida laboral. Sé como artista que no es fácil, pero soy muy perseverante y lo voy a lograr. Armar un taller con una gran variedad de materiales de reuso es una muy buena opción para incentivar la creatividad. ¿Qué empresario, comerciante o industrial se negaría a darme lo que no utiliza si va a ser aprovechado con un fin tan importante? Yo sólo puedo ayudar desde lo que sé y mi sueño es darle a estos chicos la posibilidad de vivir de lo que les gusta, de la misma manera que lo hago yo, con pasión.