Algunas de sus obras transportan a los bellos paisajes del Río de la Plata, y otras revelan la gestualidad de personajes anónimos que observa con detenimiento y luego retrata. Juan Pfeifer, arquitecto y artista, se aventura a transitar nuevas experiencias sobre el lienzo. Un hombre que pinta sus ideas.
Txt: Catalina Pelman
Ph: Gentileza Juan Pfeifer
Inspirado por el paisaje del Delta en el Tigre, el arquitecto Juan Pfeifer, da rienda suelta al pincel cada fin de semana en la isla, aunque también lo hace diariamente en su taller en Belgrano. La pasión por la pintura comenzó en su infancia y desde hace cinco años la practica con mayor dedicación.
La obra de Juan Pfeifer, que pasó brevemente por el taller de Hermenegildo Sábat y estudió con Juan Doffo, posee un campo temático doble: aborda tanto al paisaje como a las personas.
Después de exponer “Miradas” en el Centro Cultural Plaza Castelli en mayo pasado, sueña con una nueva muestra pero en el Tigre, su lugar en el mundo y escenario de muchas de sus pinturas.
A continuación, el perfil de un artista que se define como “un observador compulsivo” de lo que sucede a su alrededor.
¿Desde cuándo pintás?
Pinto desde chico, con una profesora de plástica del barrio. Allí hacía de todo: óleo, acuarela, dibujo; también aprendí a trabajar la arcilla y a moldear con yeso. Siempre tuve inclinación por el arte, así fue que me enviaron a tomar clases de dibujo y pintura, práctica que luego nunca dejé. Lo hice también con amigos en San Pablo, ciudad en la que vivimos con mi esposa e hijos durante 8 años. Entre los ´70 y los ´80 hacíamos excursiones a pueblos cercanos para pintar y dibujar; también modelo vivo en nuestras casas. En Brasil trabajaba como ilustrador de arquitectura, en mi estudio, con colaboradores que me ayudaban a enmascarar con la técnica de aerografía sobre ampliaciones fotográficas que usaba. Previamente hacía las perspectivas a mano. No existía la computación y los programas de hoy, como el Photoshop y el modelado 3D, por lo que tenía que usar herramientas que me agilizaran el trabajo. Era una labor ardua que me permitió incursionar en distintas técnicas.
¿Por qué creés que continuás pintando?
Siempre lo hice, aunque en los últimos cinco años con más determinación. Me propuse hacerlo con una cierta disciplina porque probablemente fuera una asignatura pendiente, es algo a lo que no quiero renunciar porque me da placer y porque me ayuda a conocerme un poco más.
¿Qué es la pintura para vos?
Me resisto a pensar que la pintura sea para mí una terapia o un hobby. Eso me haría pensar en la edad que tengo, pensarlo como un pasatiempo sería para mí como ponerse a bordar esperando la muerte. En cuanto a la isla, siento que es mi lugar en el mundo, mi cable a tierra. Si bien soy un bicho urbano, la isla me da una visión de campo abierto, de tener por delante un mundo por conquistar. La ciudad en ese sentido me resulta un tanto claustrofóbica, es difícil ver más allá del horizonte en términos literales y también filosóficos. Necesito reflexionar y pensar sobre las cosas que hago como arquitecto, como persona, sobre mis relaciones con el entorno. Por eso me identifico con la frase de Juan Braque: “La pintura es un cuadro al que cuelgo mis ideas”.
¿Qué te motiva a pintar?
El gran motivador en este retorno a la pintura ha sido el Delta del Tigre, es un paisaje que me estimula mucho. Allí es donde comencé a pintar todos los fines de semana, acompañado por Silvia, mi compañera de toda la vida, de música y mucho verde y río. Recuerdo que Sábat -que es un melómano -se acompañaba en su taller con tango y jazz, creando la mejor atmósfera para la actividad creadora. Al entorno propicio hay que crearlo también.
¿Cómo es el proceso creativo?
Prefiero la palabra “creatividad” entre comillas, no quiero que se confunda con esta cuestión de las musas inspiradoras que de repente nos tocan con una varita y se enciende la imaginación. Creo en Picasso cuando decía que si esas musas vienen, mejor que te encuentren trabajando. De todas formas, es uno quien va diseñando su propio recorrido a partir de sus intereses y de esas pequeñas y grandes decisiones cotidianas.
¿Qué importancia tiene la técnica?
La técnica representa a los instrumentos con los que podés -o no- alcanzar tus objetivos. Un músico sin instrumento de expresión es inimaginable. En la plástica sucede lo mismo; al final, la técnica con los instrumentos, los objetivos y los pensamientos que sobrevuelan la obra se funden en el resultado. En mi caso, intento explorar todo lo que me gusta de los artistas que admiro; en mis últimos cuadros, trabajo con mucha materia. Con acrílicos, pasta de gesso, ceniza, arena, barnices, polvo de ladrillo o de carbón, pigmentos, y otros materiales que me ayudan a expresar lo que estoy buscando.
¿Qué creés que debe provocar la pintura en aquel que la contempla?
Yo creo que debe ser movilizadora. Mi idea es conmover y alcanzar complicidad en el observador, que a la persona que está mirando tu cuadro le pase algo, que puedas emocionarla con alegría, tristeza o espanto.
¿Cómo define a su obra?
Soy una persona bastante inquieta, que en mi proceso de búsqueda encuentra su sentido de ser. Lo importante es mantenerme activo, siempre estar buscando. Mi obra es corta todavía para poder definirla, pero tengo toda una vida por delante.
¿Qué influencias tiene tu pintura?
No creo que tenga una influencia particular, pero sí me han interesado varios artistas. Recientemente hice un viaje que me permitió recorrer París, Ámsterdam y Barcelona, estaba muy interesado en ver de cerca algunos cuadros de Van Gogh, de los cuales conocía muy poco “en vivo”. Y la verdad es que me di una panzada. En Ámsterdam hay dos museos dedicados a su obra, a la que yo considero paradigmática y que ha influido en muchos artistas. Me interesa también el pintor alemán contemporáneo Anselm Kiefer, Francis Bacon, y el catalán Antoni Tàpies. Es muy distinto ver las obras en un libro o en internet que apreciar los originales, en su tamaño real. En este viaje pude descubrir también la pintura de Alberto Giacometti, de quien sólo había conocido sus esculturas, y tuve enorme satisfacción de ver “El grito”, de Edvard Munch.
¿Por qué hiciste tu propia versión de ese cuadro?
A veces las cosas llegan por caminos insondables. “El grito” significa el espanto, esa desesperación que a veces veo en la naturaleza agredida. Ella también grita su angustia. Tal vez sea ese el significado de mi versión en el cuadro.
Entre las expuestas, ¿cuál es tu obra preferida?
“Nocturno”, sin dudas, porque es una de las más intrigantes y misteriosas. Hay que detenerse un poco más para descubrir lo que está sucediendo, tal vez sea una expresión de una suerte de tránsito entre lo figurativo y lo abstracto, algo interesante que también tiene que ver con la fantasía y la realidad.
Etonces puedo pintar sobre superficies más amplias. Sigo con mis paisajes isleños, pero incorporando enseñanzas del Vincent “en vivo”, de Kiefer y de Tápies. También con un tema que me interesa: “gestos”, una serie en la que intento situarme en ese instante tan expresivo de la comunicación humana.
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