Con distintos materiales, crea piezas sobrias y elegantes, que cuentan una historia atravesada por los recuerdos de su infancia. Aunque expone eventualmente en el exterior, disfruta de trabajar en su taller de Villa Urquiza y de recibir allí a quienes se interesan por sus obras.
Txt: Catalina Pelman
Ph: Nacho Lunadei
Manuel De Francesco trabaja la técnica de modelado con cementos y resinas poliéster combinados con “materiales de descarte, que están esperando para ir a la basura”. Pero no les aplica color, sino que recurre a los tonos neutros, dejando que la postura de sus personajes sea la verdadera protagonista.
Durante sus primeros pasos como estudiante, esculpió en piedra y madera. Pero su lenguaje preferido es el modelado: al comienzo fue en arcilla, y luego fue descubriendo cementos y resinas que hoy ensambla con materiales de descarte. Nació en La Rioja, creció y estudió Psicología en Córdoba, pero finalmente cursó la carrera de Artes Visuales en el U.N.A., donde ahora es profesor de una materia teórica en esa misma carrera. Sin embargo, supo que iba a dedicarse a la escultura mucho tiempo antes de experimentar con ella durante su formación académica.
¿Cómo llegaste a la escultura?
Yo venía de estudiar Psicología en Córdoba, ya estaba en tercer año, también había estudiado Diseño Gráfico, que era un delirio cuando todavía no existía el trabajo por computadora y era muy manual. Al venir a Buenos Aires decidí que a la Psicología había que darle un corte porque no me sentía ya identificado. Entonces le di prioridad a la pulsión que siempre estuvo ahí, que es el arte y que por distintos factores, inhibición y dudas, había desplazado. A diferencia de muchos compañeros que inician una carrera de artes visuales, yo sabía desde un principio que iba a dedicarme a la escultura, lo supe incluso antes de empezar.
¿Cómo te definís?
Ahora están mucho más entrecruzadas las disciplinas y los lenguajes, los límites se van abriendo. La denominación “artista visual” no me identifica del todo. En cambio, yo prefiero definirme escultor. La palabra artista es muy rimbombante. No tengo demasiadas pretensiones fuera de la escultura, y estoy feliz con eso. Además, me da mucho orgullo cuando hay que llenar un formulario en un mostrador, “Profesión: escultor”.
¿Con qué materiales trabajás?
En mis comienzos experimenté con piedra y madera, cuando estudiaba. Pero mi lenguaje es el modelado en arcilla, y los materiales que finalmente uso en las obras terminadas son cementos con algunos aditivos y resinas poliéster; me gusta mucho ensamblar otros materiales como maderas. Me gusta el contraste que se produce entre las resinas, que son frías y que tienen tanta mala prensa, con los materiales de descarte como las maderas y los alambres oxidados que suelo usar.
¿Cómo es la paleta de colores que usás?
Tengo una relación muy especial con los colores, en general el color me inhibe un poco, de hecho no pinto. Al color me gusta disfrutarlo pero no aplicarlo. Mis esculturas van más por los neutros, y cuando aplico algo de color responde más a una experimentación que a una intención. Tal vez estoy probando una anilina que descubrí y quiero ver cómo reacciona con cierto material, no suelo comprar pigmentos premeditadamente para una obra. El color es como un acento que aplico.
¿Cómo llegaste a lograr un personaje que es el mismo pero en distintas situaciones?
Si bien es el mismo, hay muchas diferencias en las proporciones, en la escala. Llegué a partir de la necesidad de síntesis, que de entrada me la dio el propio material. Cuando estudiábamos, la formación académica implicaba el modelado pero en un momento se impuso el cambio de material y pasamos de la arcilla a la piedra. Ese cambio es el que me indujo a sintetizar y quizá a pasar de esa forma humana natural y con muchos detalles, a la síntesis. Era algo que yo también buscaba, la eliminación de detalles para quedarme con la forma más contundente. Hoy retomo esa figura pero no desde la piedra sino otra vez desde el modelado. Lo que yo busco es que los personajes tengan mucha intencionalidad, pero que esté más en lo corporal que en la gestualidad del rostro. A estos rostros si le sacás el cuerpo no tienen gran expresión; la actitud corporal es lo que hace que cuenten alguna historia.
¿Qué transmiten tus personajes?
Muchas cosas, pero no están puestas en un relato consciente. Mis personajes tienen mucho de melancolía, que tal vez no se ve, una mirada hacia la atrás, hacia mi infancia, el silencio. Tienen que ver con una parte mía y mi relación con la soledad, con los recuerdos de mi niñez, con las siestas, con el sol fuerte, el silencio. Eso es lo que sale aunque yo no me lo proponga. Cuando hago escultura, rara vez los personajes funcionen de manera exenta, sola. Es decir que hago varias figuras con esa misma escala, color y proporción, pero en distintas poses. Me gusta armar esos diálogos con piezas que idealmente funcionan juntas, están hechas para estar juntas. Me encanta la repetición, las secuencias donde el mismo módulo está repetido.
¿Cómo es tu proceso creativo?
Para mí es un privilegio tener el taller en mi casa, en Villa Urquiza. Soy un poco desordenado con los horarios, pero trabajo mucho. Cuando siento que van a surgir cosas nuevas, surgen de muchas fuentes: la música y el cine me acompañan mucho. Nunca tuve ese famoso problema de la falta de inspiración. Yo llevo a cabo el uno por ciento de todo lo que me he propuesto a hacer, hay muchas imágenes que no llego a resolver por diversos motivos. Imágenes y ganas de experimentar tengo siempre. En un punto creo que hay un ciclo que estoy cerrando, no puedo trabajar siempre con estas imágenes. Hay algunas que quizás se agotan y eso está bueno porque sirven para dar paso a otra cosa. Para mis próximas muestras habrá -seguramente- algo de las obras actuales, que se articule con lo que viene, que se vea la transición.
¿También hacés esculturas para exterior?
Originalmente no las pienso para el jardín, pero si hay que ubicarlas en el exterior lo resuelvo técnicamente. Hay algunas que, por escala, sí son para exteriores. Algunas me las han pedido por encargo, que es una experiencia que disfruto mucho también. Me instalo en el lugar y en diez días las termino. Son esculturas macizas de cemento, que nunca más se pueden mover porque están amuradas al suelo y son muy pesadas. El mantenimiento es mínimo, con un encerado basta.
¿Cómo influyen las nuevas tecnologías en el arte?
Las redes sociales e Internet han posibilitado la democratización del acceso a la información. Cualquiera puede difundir lo que hace, como herramientas son geniales. También es cierto que se achicaron más las distancias, la información está más cruzada: hoy puedo contactarme con esa persona a la que admiro, estar al tanto de sus actividades, ver qué hace. Estamos tan expuestos a la reproducción, a la industria cultural, donde todo se puede convertir en objeto de consumo y perder así la idea inicial. Ese contenido original más sensible se banaliza. Pero la tecnología hoy hace muchos aportes, hay esculturas increíbles que no podrían haber sido resueltas sin ella.
En relación al trabajo artesanal, Manuel asegura que es válida y útil la aplicación de la tecnología, pero cree que “la huella humana es muy interesante y valiosa”. A este escultor no le cuesta desprenderse de sus obras. Por contrario, disfruta de vender y conocer a cada uno de sus clientes, tanto en su taller como en las ferias: “Es una alegría porque es mi trabajo”, asegura.
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