Estudió diseño de interiores, pero pronto descubrió que quería dedicarse solo a la pintura. Empezó con los colores y las formas del campo; luego su obra evolucionó hacia un universo más simbólico, donde reina la geometría y los colores planos. Con actitud siempre curiosa e inspirada en el universo de lo cotidiano, Iliana Reguerio presenta su mundo artístico.
Txt: Catalina Pelman Ph: Gentileza Iliana Regueiro
La última serie de Iliana Regueiro está realizada 100% en acrílico sobre canvas, lino o madera; en formatos grandes y pequeños. Ella disfruta creando piezas de tamaños opuestos porque representan “dos escalas, un cambio gestual y corporal. Son dos experiencias bien distintas”.
Las muestras que le dieron más satisfacción fueron la exposición colectiva en el Jardín Botánico y la individual en San Pablo. En 2016 fue seleccionada como invitada argentina por el artista-curador Fernando Durao para participar de una muestra colectiva de arte contemporáneo brasileño llamada Encontro na Garagem, en un nuevo espacio del Museu de Arte Bunkyo en San Pablo. Además, el año pasado dos de sus obras fueron seleccionadas en concursos nacionales: Diálogo #32 en el Premio Nacional de Pintura BANCOR, y Dialogo #40 en la 4ta Bienal de Artes Visuales AREATEC.
A pesar del camino recorrido y de los reconocimientos recibidos, Iliana Regueiro reconoce que no empezó “muy joven” su carrera como artista: primero estudió Diseño de Interiores y apenas se recibió empezó a trabajar en un estudio de arquitectura de San Telmo, donde dio sus primeros pasos con el dibujo técnico en un tablero, “un oficio desconocido por los millenials”.
¿Cómo comenzaste a dedicarte al arte?
De una manera u otra siempre estuve cerca del arte. En mi casa había libros de pintura clásica y enciclopedias, algunos originales en las paredes y conversaciones flotando siempre. La que era una apasionada y autodidacta, era Taía, mi abuela materna. Ella pintaba, dibujaba y escribía. Pintó hasta los 90 años solo porque le gustaba, sin exponer ni vender sus obras. Tenía un entusiasmo y una perseverancia envidiables. Parte de ese interés y curiosidad pasó a mi mamá, y a su vez a mí. También recuerdo que a los diez años, mi madrina, que trabajaba en una empresa muy importante, me encargó las tarjetas navideñas para mandar a todos sus clientes. Eran como un recorte de vitrales, muy abstractas, todas pintadas a mano. ¡Una valiente total!
Trabajé en estudios de ariquitectura, con diseñadores gráficos, diseñadores textiles y de muebles. Pasé por talleres de todo tipo, pero recién en 1999 empecé a tomar clases de pintura en el taller de Laura Messing. Fueron muchos años, uno más valioso que el otro. Aprendí mucho, fui pasando por etapas bien diferenciadas, con la libertad y la convicción de que solo quería dedicarme a la pintura.
¿Cómo fueron tus primeras obras?
Empecé con los paisajes, rutas y caminos de campo. Siguieron los pastos, los papiros y los cielos, hasta que llegó la serie de las Señales, una serie más simbólica, de más síntesis y donde aparecieron los colores planos. Después llegó la serie de las Redes, un elemento urbano totalmente descontextualizado y resignificado. Y un día a las redes les aparecieron sus sombras, que seguramente eran las mías, y en una etapa de caos propio, surgió la serie Gris Caos. Una serie muy zen, monocromática, muy sanadora.
¿Cómo se pasa de una serie a otra?
No sé bien cómo, pero el paso de una serie a la otra se da de manera natural y cada serie se alimenta de la anterior y no podría existir sin ella. Desde hace tres años estoy trabajando en la serie Diálogo. Hay mucho estudio del color, síntesis y una especie de geometría orgánica, o situaciones geométricas, que me sirven de vía para graficar un registro. Como si fuera un diario que registra el proceso de la memoria de lo cotidiano. Cada obra es una captura de un instante de ese registro. Como una fotografía testimonial, con mi lenguaje propio.
¿Qué te inspira?
Me inspiran muchas cosas. Siempre hay un algo que dispara una idea. Puede ser un objeto cotidiano, un color, el cielo, un texto, la calle, un comentario, la lista es interminable. En realidad es un momento, en que uno está predispuesto o abierto a recibir ese disparador, y en ese momento algo se nos revela. Es una actitud de mirada curiosa, que puede llevar a cualquier parte. En esa revelación hay un cambio, algo se modifica y ya no hay vuelta atrás. Y ahí hay que poner manos a la obra.
¿Te gusta exponer?
Exponer es parte del trabajo. Cada situación de exposición es diferente y representa un nuevo desafío. Intento disfrutar de cada uno como se presente. No es lo mismo una individual que una colectiva, una galería que un centro cultural o una feria. De las últimas experiencias destaco una colectiva que hice en el 2014 en el Jardín Botánico Carlos Thays, junto a artistas como Andrea Moccio y Lucía Warkmeister. Y la última individual que hice en San Pablo, invitada por el Consulado Argentino y el Instituto Cervantes de España. Fue un desafío, un trabajo y un estrés enorme, pero que definitivamente valió la pena hacer. Me permitió conocer gente increíble y estar en contacto con la movida cultural que tiene esa ciudad, que es de un nivel impresionante.
¿Qué es el arte?
Si la pregunta me la hubieran hecho hace 150 años, la respuesta hubiera sido más sencilla. Pero la respuesta se vuelve hoy muy compleja porque estamos en la era del arte contemporáneo, o post Duchamp, o post vanguardias. El comienzo del arte contemporáneo marcó una ruptura abrupta con todo lo anterior. Lo que puedo decir, es que para mí lo importante es la búsqueda genuina, que la obra sea auténtica, salida de las entrañas. No importa a través de qué técnica y formato, sino que uno crea fervientemente en ella.
¿Qué tipo de público se siente atraído por tus obras?
De todo: matrimonios jóvenes y no tanto, decoradores y arquitectos. No creo que eso tenga que ver con una edad o profesión determinada, sino más bien una cierta atracción por el color, la geometría. Mis obras están en casas, entradas de edificios, oficinas. Es decir, lugares y compradores bien diferentes unos de otros.
¿Qué importancia tiene para vos la interacción con el público?
Mi trabajo es bastante solitario, yo necesito silencios, internos y externos. Pero llegar al público, ya sea espectador o posible comprador, es parte del trabajo, del proceso, y lo disfruto. De antemano no me gusta explicar mucho la obra. Me parece que al que está frente a ella le tiene que pasar algo, de alguna manera algo lo conmueve, lo afecta o lo atrae, y eso está buenísimo. Y si después quiere saber algo más, adentrarse, ahondar, es bienvenido. Al menos eso me pasa a mí: primero tengo un ‘flash’, un instante de conexión con la obra que tengo ante mis ojos y no quiero ni necesito que me expliquen nada. Sólo quiero contemplarla, disfrutarla. Y si no tengo ese instante de atracción, ya se me va el interés. Podré analizarla, entenderla o no, pero ya no me interesa detenerme frente a ella.
En este sentido, Regueiro se muestra convencida de que las nuevas tecnologías no son mejores ni peores que las formas artísticas tradicionales, sino que “aportan nuevas miradas”, y asegura que lo importante es que “el concepto, la idea, el mensaje estén presentes en la obra”, más allá del soporte en el que esté representada.