Alec Franco usa la tela para contar, muchas veces, historias inspiradas en vivencias personales. Lo hacía desde su infancia, aunque la vertiginosa tarea laboral como diseñador gráfico le fue ganando terreno al arte visual. Hace siete años retomó su gran pasión y con aires renovados, encara una carrera en promisorio ascenso.
Txt: Catalina Pelman
Ph: Gentileza Alec Franco
Tiene 43 años y es diseñador gráfico, pero sus primeros trazos los dio en su infancia, cuando tomaba clases en un taller de Caballito. Sin embargo, no fue una buena experiencia: “Nos enseñaban a dibujar la realidad y era frustrante porque el desafío que se planteaba era que cuanto más se pareciera a eso, mejor”. De todas maneras, aprovechó ese comienzo para adentrarse en el mundo de los bastidores y los pinceles.
Ya en la universidad, un profesor de aerografía lo ayudó a conocer un poco más las texturas, colores y transparencias: “Eso sí me empezó a gustar y lo disfrutaba mucho, pasaba noches sin dormir pintando y explorando tramas; y ahí ya no necesitaba de las formas, ni de los ojos, ni de la nariz o el paisaje; de nada. Ahí empecé a crear mi propio universo”. Sin embargo, el trabajo de diseñador y el auge de las nuevas tecnologías terminaron desplazando su veta plástica durante algunos años.
¿Qué te llevó a retomar la pintura?
Entre el 2007 y el 2008 tuvo lugar mi revolución interna y fue un momento de reflexión, nuevas elecciones y reencuentros, y por eso empecé de nuevo a jugar con óleo, con telas, con acrílicos. Después de diez años empecé a probar otra vez, a introducirme nuevamente en este mundo maravilloso de las artes plásticas. Fui a diferentes talleres, donde lo que más aprendí fue a sentir lo que voy haciendo, a reconocerme más allá del resultado. Me volví a encontrar con mi esencia. Soy un afortunado y un agradecido. Tenía la mochila cargada y encontré la manera de ir vaciándola. Creo que esa tarea nunca termina, se llena y hay que vaciarla permanentemente para andar livianito.
¿Qué diferencias existen entre tu trabajo de diseñador y la pintura?
Lo interesante del arte es que uno trabaja sin saber si a alguien le va a gustar, si lo va a querer, cuánto lo va a pagar y por qué. No conozco la cara del dueño, es un misterio. En cambio, el trabajo del diseñador responde a las necesidades del otro. Frente a la tela yo respondo a mis propias necesidades. La pintura y el diseño parecen primos, pero en realidad no tienen nada que ver.
¿Cómo definís a tu obra?
Mi obra es una explosión de colores, de texturas y de símbolos, a veces reconocibles y otras no. En este último tiempo empezaron a aparecer los signos, y la obra está compuesta de muchas capas. Hay obras que son tres o cuatro cuadros: pinto y si no me cierra lo dejo y al tiempo lo vuelvo a agarrar, y así hasta que me pasen cosas con él. Recién ahí lo firmo. Mi pintura es un grito que me sirve para contar lo que me va pasando en la vida, las cosas buenas y las no tan buenas. Por ejemplo, durante diez años tuve cálculos renales, fui a distintos médicos y no le encontraban la vuelta. En ese tiempo comencé un tratamiento con bio energía que me despertó y comencé a liberar mis cosas, así me curé. Siento que al pintar expongo la radiografía de lo que soy y eso me va sanando.
¿Quiénes son tus referentes?
Tengo muchos referentes, pero van cambiando con las épocas. Creo que a medida que van pasando las etapas, empiezan a aparecer distintos referentes. Me parece que el arte se renueva y cada uno pone su sello, a mí lo que más me interesa son las vidas detrás de los artistas, los grandes maestros siempre tuvieron una vida intensa y eso está plasmado en sus obras, eso los hace únicos y atemporales. Todo artista va mutando: una obra mía de hace siete años no tiene nada que ver con la de hoy, y espero que lo que haga dentro de diez años no tenga nada que ver con lo que estoy haciendo hoy, porque no me imagino repitiéndome.
¿Qué materiales usás para pintar?
¡Lo que haya! Me gusta experimentar. He mezclado acrílico con carbonilla, fotografías, óleo, pasteles, de todo. Uso lo que tenga a mano. En mis obras hay mucha materia, textura, rayaduras, planos y uso colores indiscriminadamente. Alguna vez quise ver qué pasaba si me voy a una paleta más liviana, discreta, monocromática, pero no puedo. Es más fuerte que yo, y además el uso del color me alegra la vida.
¿Con telas de qué tamaño te sentís más cómodo?
Me gusta pintar en grande, de 2×2 o más grandes aún, así es como me siento más cómodo porque creo que mi obra me pide expansión. Incluso este año me convocaron para pintar diferentes murales y fue una muy buena experiencia. Es un mundo que estoy descubriendo y me apasiona, pintar las paredes de un bar, de un colegio o un hospital es dejar mi sello por unos años, un lujo para cualquier artista.
¿Cómo es tu rutina de trabajo?
No soy muy rutinario, pinto todos los días desde las 11 -porque no madrugo mucho- hasta la hora que sea. A veces pinto, pero también arreglo, enmarco o barnizo. No soy muy ordenado con los horarios: vengo un rato al taller, cuelgo una tela, la mancho y sigo. Dicen que si trabajás de lo que te gusta no vas a trabajar nunca en tu vida, yo siento eso: yo no vengo a trabajar sino a pintar. Sigo mis instintos, por lo general mi obra está ligada al momento que estoy transitando, ya sea de búsqueda o de reflexión o lo que sea, es algo que trato sacar de adentro. No me gusta representar la realidad como se la ve, no me siento cómodo con eso; prefiero el lenguaje de los símbolos, los códigos, y los mensajes.
¿Cómo es trabajar por conceptos?
Trato de no clasificar mi obra, yo trabajo por épocas y lo que esas épocas me movilizan, después lo que surja de ahí. Para realizar una muestra o una presentación puntual, sí lo bajo a un concepto, pero el génesis de la obra no es el concepto sino lo que estoy transitando en ese preciso momento. Este año trabajé con el concepto “Estúpida Perfección”, que expuse en el Centro Cultural Borges.
¿De qué se trata “Estúpida Perfección”?
Surge de una gran duda acerca de las formas, los usos y costumbres, a veces las necesidades interiores, los sentimientos verdaderos tan difíciles de decodificar, chocan con las rutas tomadas, con las religiones o con lo aprendido y eso en mi caso generó una contradicción muy profunda. Justamente en mi obra hay mucha contradicción. Alguna vez escuché “me reservo el derecho de cambiar de opinión cuando se me antoje”. Así son mis cuadros, un constante “cambio de opinión”.
¿Cómo te llevás con la tarea de exponer?
Las primeras veces me costaba mucho. Le puse mucha garra, exponer en esos momentos de mi carrera era una aventura, una tensión que por más pánico que me generaba, evidentemente me gustaba. Luego uno va creciendo y creyendo en su obra, entendiendo que la obra nace y parte de uno, pero no es uno. Y surgen esas ganas de expresar lo que nos pasa. Me parece que el trabajo más importante que pude hacer, o que me fue sucediendo, es reconocerme en la obra, sentarme frente a un cuadro mío y disfrutarlo.
¿Qué sentís cuando alguien te compra un cuadro?
Cada obra transmite algo diferente, y depende del estado de cada espectador qué le transmite a él. No creo que mis cuadros transmitan una sola cosa, sino todo lo contrario. Yo no estoy pendiente de eso cuando realizo la obra, me enfoco en la tela y en mi momento. Tal vez sea egoísta, pero es mi proceso. Por eso, que a alguien le guste mi obra es maravilloso, eso me da la certeza de que yo dejo algo que me va a trascender…pero no en términos masivos, sino trascender el tiempo real. Yo me voy a ir pero esto va a quedar, aunque sea en una casa desconocida para mí, en algún galpón o un museo.
¿Qué comentarios recibís en las exposiciones?
Generalmente son muy buenos los comentarios que recibo. ¡Me han dicho de todo! En mi última muestra en el Borges me han enviado mensajes de todos lados del país y del exterior, muy variados, me han dicho desde que soy “mágico” hasta que mi pintura es una “mier… o no la entiendo”. Igual lo que más me reconforta es que alguien se detuvo, miró la obra, escribió y siguió. Algo les pasó, mi obra no les fue indiferente. En estos tiempos de “alta velocidad”, donde todo lo queremos para ya, es un lujo que alguien se tome el tiempo de hacerte una devolución.
¿Qué público creés que se siente atraído por tus obras?
En términos de edad, no hay un público definido. Tiene que ver con una filosofía, los que vienen al taller y se llevan una obra tienen en algún punto un espíritu en común, creo que tiene que ver con la libertad, con ver la explosión y amigarse con ella, con entender a la obra como algo más que un objeto decorativo. Creo que todos los que me han ido comprando obras comparten una misma energía.
¿Cuál de tus obras es tu preferida?
No tengo una obra preferida, casi siempre la que más bola le doy es a la última que terminé, hasta que empiezo otra. En este momento sería “Quién es quién”, una obra de 160cm x 210cm que tiene que ver con laberintos mentales, con la idea de que nunca nos terminamos de conocer, ni a los demás ni a nosotros mismos. Ahí entran las idealizaciones y luego las decepciones, que en definitiva son invenciones que nosotros mismos armamos. Esa obra tiene mucho camino, mucho recoveco, idas y vueltas.
¿Qué es arte?
Es muy difícil definirlo. Yo creo que no se necesita de un artista para que defina qué es el arte. Hay estudiosos del tema, pero ese no es mi mundo. Me encanta el arte y lo disfruto, valoro a las obras y a los artistas que las hicieron. Me parece que es interesante transitar el puente entre una obra y el artista que la hizo: creo que, por lo general, los artistas que recordamos son gente que ha vivido una vida muy intensa, y eso es lo que se ve reflejado en su obra ¿Qué es arte? Creo que es tratar de poner cosas de un mundo en otro, del mundo de los sentimientos, las intuiciones y lo inexplicable en el mundo de la lógica, y no me parecen muy compatibles.
Alec le dedica mucho tiempo al arte y avanza a trazo firme: en lo inmediato expondrá sus obras en Brasil y Estados Unidos. Lo tangible no lo moviliza tanto, sino que aprovecha la inspiración que le provocan sus vivencias para seguir compartiendo su rico mundo interior, lleno de intensidad y misterio.
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