A través de sus obras en mármol, llenas de flexibilidad y calidez, Juan Ramón Giménez propone una nueva mirada hacia la escultura. Un trabajo que logra trascender la solemnidad del material y volverse accesible para todo aquel que quiera disfrutarla.
Txt: Connie Royo Ph: Gentileza Juan Ramón Gimenez
Juan Ramón Giménez rompe estructuras. Y con esa mirada irreverente fue que un día decidió perderle el respeto al imaginario que la palabra mármol tenía en su mente. Así fue que el artista marplatense se aventuró, autodidacta e inquieto, al camino del arte.
Nacido y criado en Mar del Plata, la infancia de Ramón transcurrió con una madre organizadora de eventos “en donde el color, las texturas y los aromas eran el lenguaje habitual, y con un padre ingeniero agrónomo, pero que como hobbie tenía un taller de talabartería en casa, mucha paciencia y minuciosidad para con pequeñas piezas de cuero, todo con mucho placer. Si bien no fueron artistas (en el sentido habitual de la expresión), fueron dos personas muy creativas que me enseñaron el valor de disfrutar de lo que se hacía”, explica hoy el escultor.
Luego estudió Diseño Industrial y más tarde Historia, pero nada de eso lograba colmar su deseo… hasta que la escultura llegó a su vida. “Me daba cuenta que algo faltaba, algo de trabajo manual, algo de fantasía tal vez. Empecé haciendo pequeñas piezas con piedras que encontraba en la playa que pretendía vender mientras iba a la facultad, pero después conocí la piedra Mar del Plata, y en cuanto me topé con el mármol de Carrara, decidí que era por ahí que debería buscar. A tientas, sin la menor idea de lo que suponía el mundo del arte, pero con un placer que venía desde muy lejos; un placer que extrañamente sigo experimentando en cuanto puedo encerrarme un par de horas a cortar y pulir piedras mientras sueño con una buena historia”, relata Ramón.
Con ese placer y la inspiración como emblema, Giménez se zambulló de lleno en una búsqueda que todavía hoy continua. Búsqueda que lo impulsa a crear cada una de sus obras, donde el movimiento y la textura dan vida a un lenguaje propio. En ellas, pequeñas piezas de diferentes mármoles que se combinan con papel y palabras, y donde mucha veces invita al público a participar, Ramón logra darle flexibilidad y calidez a la piedra. Así, grandes cajas de luz, cuadros y collages, y hasta botellas con mensajes encontrados son parte de su repertorio. Aquí, vida y obra de un artista que invita a reflexionar.
El arte en un principio fue parte de una búsqueda personal, ¿sentís que esa búsqueda aún continúa?
Absolutamente. Creo que las búsquedas (y los encuentros), si uno está bien vivo, son cíclicas, recurrentes, vuelven a comenzar cada tanto. A veces con el placer o la tranquilidad de la práctica; a veces con la impaciencia, el desenfreno o la frescura de la inexperiencia. Afortunadamente mi trabajo me ha dado la posibilidad de disfrutar de cada logro o cada encuentro, sin dejar de buscar y esperar ansiosamente el próximo paso.
¿Cómo llegó el mármol a convertirse en tu material principal?
En un pequeño taller que tenía, había un pedazo de Carrara que había pertenecido a un antiguo banco de mármol. Una vez, ordenando, lo corrí de lugar y se golpeó. Ahí descubrí que no era tan duro como creía y empecé a probar, al tener como antecedente una piedra dura como la granítica Mar del Plata, este nuevo -aunque tan conocido material- se me reveló como una verdadera dulzura, un lujo para mis manos duras e inexpertas. Inmediatamente lo adopté como el elemento principal de trabajo. Creía que para conocer a esta piedra y sus posibilidades, debería concentrarme e investigar; aún hoy, después de muchos años, sigo descubriendo algún que otro camino intransitado por este bellísimo material.
¿La “dificultad” fue la responsable de la originalidad de tu trabajo?
Yo creo que cuando uno está decidido, la dificultad es tan valiosa como la facilidad. Al vivir en Mar del Plata me fue muy difícil conseguir bloques de mármol, entonces empecé a construirlos, aprovechando mi familiaridad con la resina y las tablas de ‘surf’, empecé a pegar pedacitos de mármol para generar volúmenes. Y después, ya que era mi propio fabricante de bloques, empecé a agregarles color, mezclando diferentes tipos de mármoles. Trabajando con escalones, mesadas de cocina, frentes de edificios desmontados, etc. Y en la medida que empecé a viajar y a exponer cada vez más lejos del taller, por una cuestión práctica de distancias y costos de fletes, empecé a afinar las piezas, a hacerlas más livianas, pero no leves. Menos peso, más movimiento, menos quejas y durezas, más poesía. Últimamente a las pequeñas y livianas piezas de mármol he sumado el papel como soporte, para poder hacer obras más grandes y fáciles de transportar.
Vos afirmás que la crisis en Argentina nos ha dejado cosas buenas. ¿Qué sentís que te dejó a vos?
En primer lugar, la certeza de que con trabajo e inteligencia se puede superar cualquier cosa. Antes de la crisis, tal vez no hubiera creído que podía ser escultor, trabajar en mármol y vivir de la obra en Mar del Plata. Pero al estar rodeado de tanto miedo, de tanta frustración, de tanta gente que se iba, me propuse hacerme cargo de mi destino mucho más cerca de mis deseos que de las conveniencias. Al menos para mí, los períodos de crisis en vez de achicar, han agrandado el mundo y sus posibilidades.
¿Cómo juegan los colores de las piedras y su textura en tu obra? ¿Aportan al mensaje?
El mármol es fabuloso; puede ser la luz más blanca con un ‘thassos’ griego o la noche más oscura con un negro belga; puede estar pulido y ser brillante como para querer acariciar o ser rústico y expresar frío y pesadez. Un crema marfil italiano muy finito y de bordes rotos puede ser una hoja de papel escrita hace cientos de años. Una luz detrás de un blanco de Turquía nos puede dar tanta calidez como la madera. Trato de buscar en cada piedra la mayor posibilidad de intercambio, el mejor equilibrio para poder decir lo que quiero, y lo que no sabía que quería decir.
¿Cómo surge la idea de incluir la luz como un elemento más en tu obra?
Otra vez la dificultad; al principio era muy difícil vender esculturas, y como estaba decidido a vivir de la obra y en especial de las piedras, empecé a probar con los objetos de autor. Allí nacieron las lámparas de mármol, noté que la luz pasaba a través de algunas piedras de una manera muy especial, muy cálida, generando contradicciones entre un material en apariencia frío y el hecho de un objeto de luz. Además fue una buena forma de hacer esculturas en mármol, un tanto más distendido y sin el rótulo “Esculturas de mármol”; las piedras me fueron ablandando y aclarando el camino.
Tu obra muestra dinamismo en la luz, en las formas, los colores. ¿Cómo lo fuiste logrando?
Con trabajo, con mucho trabajo. Con el placer de haber encontrado un gran material, con la atención y el deseo puestos en descubrir lo que no imaginaba que una piedra podía llegar a ser. Con la esperanza de llegar a la poesía y también, por qué no decirlo, con la necesidad de sacar la obra del taller…
¿En qué estas trabajando hoy?
Sigo trabajando en pequeñas piezas de diferentes mármoles que combino con papel como soporte y con palabras, e investigando sobre diferentes telas, quizás para incluirlas también como soportes. Y en algunos proyectos en los que invito a la gente a escribir, a veces sobre papel, a veces sobre mármoles.
Todas tus obras son en tres dimensiones, pero hay algunas que son esculturas y otras parte de ‘collages’. ¿Qué te inspira a crear cada una?
El placer, las ganas de contar historias, a veces con palabras, a veces con piedras. Hay días que tratar de decir con un material no me alcanza, y entonces busco otro camino, empiezo por otro lado y veo a dónde llego.
Contános de la obra “Herencia de Federico”…
Fue un proyecto para una Bienal Internacional en Granada, donde intervine un espacio dedicado al escritor Juan Ramón Jiménez. La idea era que la “Herencia de Federico” (por García Lorca) sea la poesía y las ganas de decir; invitaba a la gente a escribir sobre decenas de pedacitos de mármol que había pegado en las paredes y simulaban papeles. Les proponía que se declaren, que sean pequeñas y cotidianas declaraciones de amor. Fue una experiencia extraordinaria ya que convivieron durante algunos meses (la idea era que dure una semana pero se extendió) mis escritos, junto con algunos manuscritos del poeta con el cual desde chico me habían identificado y a lo que mecánicamente respondía: soy Giménez con G y el poeta es con J…
¿Hay alguna otra obra que te haya dado muchas satisfacciones?
En general toda la obra me ha dado satisfacciones, me produce un gran placer hacerla y compartirla. Aunque, por ejemplo, fue muy lindo el año pasado recibir el premio adquisición del Museo Castagnino de Mar del Plata, ya que en ese museo fue mi primera exposición, y después de mucho andar, fui con mis hijos a recibir el premio. La obra era una hoja de mármol de Carrara, hecha con un escalón de una casa derrumbada, que salía de una máquina de escribir y simulaba un papel.
En algunas obras usas piedra, luz y palabras. ¿Qué mensaje transmitís en esos trabajos?
En general busco trasmitir sensaciones, buenas sensaciones. Quiero contar pequeñas historias, que no sean tan de otros y que más de uno se refleje en ellas. Trato de llegar, a través de la poesía y con distintos elementos como la piedra, la luz o las palabras, a las buenas cosas, a los buenos lugares que gustan de ser transitados. A veces apelo a la ironía para decir cosas serias. Y el hecho de trabajar un material como el mármol ayuda, ya que la gente inconscientemente lo respeta mucho.
¿Y en los que no llevan palabras?
Lo mismo, hay buenas cosas que no se dicen con palabras.
Ramón, ¿qué buscas que la gente sienta al ver tu arte?
Al igual que Brancusi, no creo en el tormento creativo. Si bien hay cosas que duelen, busco que al menos mi obra sea un buen lugar. Que trasmita cosas cercanas a lo saludable e invite a buenas reflexiones; que la gente se encuentre, se divierta y sobre todo, piense.
¿Cómo se acerca el público a tu trabajo?
En general la gente se acerca con una sonrisa, llega desde el material, desde la imagen o desde los textos. Es extraordinario cuando personas muy diferentes se encuentran en alguna de mis historias. Disfruto mucho del humor y me encanta cuando reímos con un desconocido frente a una obra. Y cuando los invito a participar, al principio les cuesta, son los chicos los que arrancan, pero tal vez las sonrisas y mi mala letra los impulsa y gente muy seria termina declarándose en algún mármol o pedazo de papel frente al público.
¿Sentís que de alguna manera pudiste romper el concepto del mármol en el arte y mostrar una cara menos dura y solemne, más accesible?
Al menos en el pequeño sendero que significa mi camino, creo que sí. Me gusta bromear con la idea de encontrarme entre Miguel Ángel y la mesada de la cocina. Trabajo un material legendario, riquísimo, y me empeño en encontrarle un nuevo lugar, más amable, más flexible, más liviano, más cálido. Una vez le vendí unas obras de mármol de Carrara, en una muestra en Comodoro Rivadavia, a un italiano… de Carrara. Estaba de paso y me decía que ni se le ocurría contarle a su mujer lo que le llevaba de regalo, eso me dijo muchas cosas.
En Casa Foa 2014 presentaste obra. ¿Te divierte que tu arte coquetee con el diseño y la decoración?
Algunas cosas las tengo muy claras, y otras no tanto. Vivo de mi obra, tengo mucho para decir y me encantó ponerle poesía a un espacio dedicado a la decoración y el diseño. Para mí, la experiencia de transitar estos lugares, convocado por diseñadoras talentosas como Urzanqui y Calamante, que además han demostrado un gran sentido del humor, ha sido absolutamente enriquecedora.
A partir de tu trabajo en escultura te animaste a la fotografía. ¿Cómo son tus trabajos en esta disciplina?
Sólo testimoniales, a veces se juntan muchas obras en el taller y tengo que ajustar la mirada para retratarlas con un mínimo de dignidad. De todas maneras el hecho de fotografiar las obras me ha enseñado a mirar y verlas desde otro lado, con más detenimiento.
Expusiste tu obra en galerías y bienales en el exterior. ¿Cómo fue la recepción?
Siempre ha sido positiva la mirada de los otros, y el hecho de trabajar el mármol en un formato nada habitual ha llamado mucho la atención. En general “Escultura en mármol” implica un bloque o al menos una gran chapa, y el hecho de que alguien venga de muy lejos y que de una caja empiece a sacar piezas de diferentes mármoles y arme una instalación es algo raro, eso me ha llevado a muy buenos intercambios de técnicas con escultores de diferentes países. Y algunas buenas críticas en lugares con una gran tradición en el trabajo con mármol, como Portugal y España. Y algo entrañable, que una crítica italiana especializada en escultura me dedique unas cuantas palabras y una revista haga una nota sobre mi trabajo, justo de Italia, que para mí es el lugar en donde habita el espíritu de esa piedra.
Alguna vez afirmaste que los eventos, ferias y bienales son como “una excursión de caza mayor”. ¿Cómo vivís el momento de exposición?
No negaré que aún me ponen nervioso esos momentos previos a la inauguración, pero ya son otros nervios o inquietudes, relacionadas con la calidad y la claridad de lo que quiero mostrar y no con el resultado de la muestra. Una vez colgada y montada la obra, empieza el tiempo de compartir el trabajo y desde hace algunos años he comenzado a disfrutar de los intercambios que se suceden con cada muestra.
¿Cual sentís es la clave de tu trabajo?
La paciencia, la perseverancia, el placer, la necesidad de contar, la fantasía mezclada con la capacidad de cálculo, en fin, como en cualquier trabajo, un sano equilibrio entre muchas claves y la capacidad de utilizarlas a su tiempo.
¿Cómo sigue tu agenda?
Este ha sido un gran año, me restan una serie de compromisos en Buenos Aires, algunas subastas solidarias, y después, espero, unas buenas vacaciones con mi familia.
Ramón, ¿qué sueños o anhelos quedan por cumplir?
Afortunadamente se me han cumplido más sueños de los que creía tener; he caminado por la rambla de San Sebastián con Eduardo Chillida, he recibido en mi casa un catálogo afectuosamente dedicado por Josep María Subirachs, he compartido gratos momentos con Pablo Larreta en su magnífico taller, he conocido la obra de grandes escultores como Miguel Ángel, Rodín, Brancusi o Moore; y en todo ese tiempo no he dejado de trabajar, de aprender y de avanzar. Tal vez si tuviera que pensar en un anhelo o en un sueño, pediría más de lo mismo…