Con más de 20 años de carrera, la artista Silvina Resnik detiene los instantes y los vuelve creación. Observadora de la realidad y la inmediatez de los momentos, su arte retrata en fragmentos, la fugacidad del mundo actual. La mirada detrás del pincel.
Txt: Connie Royo Ph: Gentileza Silvina Reznik
Silvina nació y se crió en Buenos Aires. Y el arte no se hizo esperar para aparecer en su vida. De chica asistió a varios talleres de pintura, dibujo y cerámica, y recuerda que con sus hermanas, “de chicas, el arte era como un entretenimiento. Dibujábamos muñequitas, las recortábamos y después les hacíamos en papel toda la ropa”, expresa entre risas desde su casa, un cálido rincón en pleno barrio de Saavedra.
Cuando habla de arte sus ojos se iluminan. Y haciendo memoria, evoca el momento en su adolescencia en el que este camino se volvió un deseo. “Yo tenía 15 años, y fue una percepción muy fuerte. En un taller del barrio, viendo a mi profesor, me dije a mí misma: ´Esto es lo que yo quiero hacer; dedicarme a dar clases y pintar´. Lo sentí fuerte adentro”, rememora. Y el anhelo se volvió realidad.
Luego de estudiar Diseño Gráfico en la UBA, se graduó en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. Trabajó como diseñadora y lentamente fue volcándose a las artes.
Como una transición lenta y armoniosa, hace más de 15 años Silvina dedica sus días a crear sus dibujos y pinturas, mostrando su arte en Argentina y el mundo, y dictando clases a adolescentes y adultos. “La docencia me interesa, me gusta, me nutre”, exclama con alegría.
En sus comienzos, su obra se acercó al expresionismo abstracto, donde lo onírico fue parte esencial de la estética. Hoy, Silvina se vuelca a una interpretación de la realidad más personal e íntima, una lectura única y característica del mundo visible que la rodea.
Silvina se sienta y observa, quizá su arma principal a la hora de hacer arte. Así, retrata con fotos todas las imágenes que más tarde pasarán a la madera o al papel. Y mientras sus pinturas retratan exteriores y espacios muchas veces abarrotados de gente, como las series “Las milongas”, “Pasajeros – Línea D”, “Parque Saavedra” y “Patio de comidas”; sus dibujos representan, con cierto intimismo, la vida puertas adentro.
Interesada en la fugacidad, Silvina inmortaliza en imágenes la brevedad de los momentos. “Me atraen los espacios donde la gente está de paso o esa clase de instantes en la vida”, enfatiza.
Sus dibujos en carbonilla se recortan de sus series de pintura, que crea de la mano de una antigua técnica Renacentista: el temple, un tipo de pintura que se logra disolviendo pigmentos en líquidos calientes o glutinosos.
Después de ganar una beca de intercambio en París y mostrar su arte en varios países de Occidente, los cuadros de Resnik llegaron al mundo oriental, donde debutaron con éxito en las ediciones del Art Fair en Singapur y Beirut.
Entusiasmada y feliz, la artista abraza un presente lleno de proyectos, y anuncia con emoción su próxima muestra individual de dibujo en el Centro Cultural Plaza Castelli, que se llevará a cabo en el mes de junio. “Entrevero” mostrará en más de 30 dibujos, el resultado de los últimos tres años de trabajo.
El mundo según Silvina.
Silvina, a lo largo de tu carrera fue cambiando tu mirada del mundo, impulsando también a un cambio en la temática… ¿Cómo se fue dando esa transición?
Supongo que en el momento en el que ingreso a la Cárcova empiezo a interesarme más en la observación de la realidad. Comienzo a observar a pintores prerrenacentistas, también a contactarme con la obra de Balthus, cuya obra, como la mía, está muy ligada al oficio de la pintura y el dibujo.
¿Cómo es tu obra hoy?
Mi obra parte de una interpretación del mundo visible. Mis pinturas o dibujos parten de la observación de una imagen fotográfica, aunque luego se despeguen de ella en mayor o menor medida. En los últimos años mi obra, en algún punto, también es fotográfica. La fotografía no se ve pero está, porque yo saco mis fotos hace 15 años y trabajo sobre ellas, por lo tanto hay una relación que yo establezco con la fotografía.
¿Cómo surge el uso del temple, una técnica poco usual en actualidad?
Yo trabajé mucho tiempo el acrílico, después pasé al óleo, y en un momento, el que era mi profesor y al que yo considero mi maestro, Julio Racioppi, me mostró el temple. No logré conectarme al principio porque no es una técnica tan fácil, pero después lo volví a usar y me encantó. Yo utilizaba, como en el Renacimiento, una base de temple y luego óleo. El temple me fue gustando cada vez más, su terminación mate, su transparencia, ese corte seco… hasta que sentí que el óleo era meramente decorativo y la obra no lo necesitó más.
Además de lo técnico, ¿conlleva algo conceptual el uso de esta técnica?
En mi arte prima el deseo de hacer, las ideas están pero se van leyendo a partir de lo hecho, y en principio acudí al temple por una cuestión de afinidad con el material. Si lo pienso, se puede hablar de que en mi obra hay una recuperación de un oficio antiguo, de ese amor por el oficio, la tradición, por rescatar todo eso, que esta en mí, y el temple también es como recuperar algo olvidado.
También tenés afinidad con la carbonilla…
Claro. Y no con el lápiz… las dos cosas son polvo, tanto la carbonilla como el temple, donde trabajo con los pigmentos puros.
El arte: su trabajo
En tus series, tanto las de dibujo como pintura, se vislumbra una búsqueda de los espacios y las posibilidades…
Sí. La serie “Patio de comidas” responde, en un punto al estilo Pop, donde el color está saturado, es más plano, pero tiene que ver con lo que me da el espacio. Yo creo que esta búsqueda de distintos espacios me da la posibilidad de explorar diferentes maneras de pintar. Si bien busqué ponerle otros colores, en la serie “Pasajeros – Línea D” parto de una imagen fotográfica concreta, pero lo que deviene en la pintura termina siendo una interpretación. Yo necesito que esa imagen fotográfica esté, pero luego la obra se va despegando de la foto.
Tanto la serie del patio de comidas, como la del subte y la del Parque Saavedra son retratos urbanos. ¿Qué te atrae de ellos?
Del 2008 hasta hoy, en pintura vengo trabajando con series urbanas donde lo que las engloba tiene que ver con el dinamismo, el movimiento o la velocidad. Las obras del subte son pasajeros en tránsito en un lugar de paso, la situación del patio de comidas también es de paso, la gente come rápido porque se va al cine o porque está con los chicos, las cosas suceden rápido en esos lugares. El subte tiene una característica menos vivaz porque predomina cierta oscuridad. En la serie del parque están los verdes y la gente en ese entorno de recreo, hay más conexión con el placer, con lo natural. En general elijo lugares de paso y con mucha gente. En su conjunto, todas estas series conforman una especie de retrato de Buenos Aires, ciudad donde nací y resido.
¿Y en cuanto a las formas y el dibujo?
En general mis obras se caracterizan por tener poca definición de los gestos del personaje, cualquiera podría ser ese que aparece retratado.
Silvina, en todos tus trabajos aludís a lo efímero, a la inmediatez… ¿qué te seduce de esa fugacidad?
Creo que es una búsqueda del gesto. Últimamente hay algo que me interesa que tiene que ver con el gesto, con esa cosa de inmediatez. Por un lado he estudiado y tengo mucho oficio, pero el gesto creo que tiene que ver con soltar eso, con decir “todo eso está, pero no me interesa mostrarlo”. El gesto lleva a despojarse. También tiene que ver, calculo, con la fugacidad del tiempo, con el devenir, con la vida esencialmente como presente, instante.
La carbonilla empezó a surgir hace algunos años… ¿cómo fue apareciendo en tu trabajo?
Yo ceo que soy una pintora que dibuja. El dibujo estuvo siempre, por el estudio, por la representación, pero arriba estaba la pintura. En un momento la fotografié a mi hermana en una calesita, hice un boceto y me gustó el resultado. Fue el primer dibujo que vi como obra.
¿Así surge la serie “Aproximaciones al retrato”?
Claro, a partir de retratos a amigas de mi hijo, que en ese momento tenían 9 años, surgieron más de 40 dibujos que luego mostré. Chicas jugando a los juegos que yo jugaba de chica, los de mi infancia: el elástico, la soga… Primero hice fotos y luego trabajé los dibujos a partir de esas imágenes.
¿Por qué la serie se llamo así?
La idea de aproximación tiene que ver con la falta de certezas, más bien un sondeo, una búsqueda, un punto de vista como podría haber otros. Eran muchos retratos dedicados a una sola persona. Quizá eran diez retratos para hablar de un mismo personaje. Componías a esa persona a partir de fragmentos. A partir de esa muestra empezó a aparecer fuerte la idea del retrato. Hoy pienso que, en algún punto, mi trabajo gira en torno al retrato, el de una ciudad, el de una persona…
¿El dibujo fue inherente a la temática?
Sí. Cuando está sometido a la pintura está, pero para ser deshecho. Y yo tengo lapsos de tiempo en los que se intercalan pintura y dibujo. Del 2008 al 2013 pinté, y de ahí en adelante necesité dibujar de nuevo.
¿Entrevero (serie que le da nombre a su próxima muestra) es la consecuencia de estos dos años?
Claro.
¿Qué retratás en ella?
Son escenas interiores. ‘Entrevero’ muestra situaciones de adolescentes, que son esas mismas nenas, que retraté años antes, que crecieron. Las hice posar para las tomas fotográficas en momentos de relax, de ocio, leyendo, con mis maneras de leer, porque su generación ya no lee tanto de libros sino digitalmente. También puse telas estampadas en el lugar, ya que tengo un interés fuerte en pintar o dibujar las estampas de los sillones y mantas. Luego dibujé a partir de esas fotos.
También hablás de la vigilia, ese momento de transición entre la conciencia y el sueño…
Sí. Un poco me interesaba ese espacio no definido entre dos cosas. Al igual que en mi pintura, en mis dibujos está presente la idea de movimiento. En esta serie, busqué captar ese momento entre el sueño y la vigilia. Hay una pregunta velada de la que partí para hacer estos dibujos: ‘¿cuál es la realidad?’, y la verdad es que no sé. Esa sensación de irrealidad de cuando uno despierta también es una de las ideas que me hizo dibujar esto.
En esta serie homenajeás a artistas y autores que te han marcado.
Sí. Quizá por primera vez, aparecen algunos homenajes de manera más evidente. A mí me gusta Hockney, Balthus; los he mirado mucho y las puse a las chicas leyendo estos libros, aparecen en los dibujos los nombres de estos pintores que yo quiero. Me gusta Henry James en literatura, que también aparece. Y un poco la idea era homenajear a los libros, a aquellos que a uno lo marcan, esos que después de leerlos te transforman y hacen que no seas el mismo, que te hacen cambiar la manera de percibir y mirar. Mi punto de partida fue mostrar el cambio que produce el hecho de leer autores que a uno lo sacuden.
Silvina, la artista
En pocos días inaugura tu exposición, ¿cómo vivís los momentos previos a una muestra?
Bien, los disfruto. Voy a mostrar un conjunto de dibujos realizados desde el 2013 hasta ahora. Yo ya mostré dibujos en 2008 y creo que ambas muestras están vinculadas. Son las mismas chicas que crecieron y esta idea, la de trabajar a partir del sueño y la vigilia, surgió en el 2008 cuando sufría desvelos y me iba a dibujar al taller. Varios años después resurgió la idea y el resultado es lo que voy a mostrar ahora.
¿Cómo te llevás con la exposición?
Soy artista de taller mientras produzco. En un momento siento que eso tiene un cierre, mi trabajo llega a cierta conclusión que necesito mostrar. Necesito sacarlo porque en el taller me empieza a pesar, quiero que esté en contacto con otros, con el público, me gusta compartirlo con la gente. Ahí me separo de la obra, la muestra tiene la función de una cierta conclusión, de alejarte un poco. La muestra, desde mi punto de vista, sirve para que la gente también dé su mirada, te haga preguntas, para que esa interacción te movilice también desde otro lado.
De la docencia, ¿qué te nutre, qué te conecta?
Por un lado me gusta dar lo que yo recibí, es un momento donde uno puede dar, pasar al otro lo que uno tiene; y por otro lado, lo que producen mis alumnos y la interacción con ellos me nutre mucho; es interesante, a mí me encanta la docencia.
Fuiste mamá hace un tiempo, ¿cambió en algo la maternidad tu manera de expresarte?
Sabés que ahora que me lo preguntás, sí, cambió en algo práctico. Yo trabajaba con óleo que es tóxico para usarlo en espacios cerrados. Y embarazada no quise utilizarlo, así que volví al acrílico, pero no me llevé bien. Probé los pasteles. Los únicos que tengo en mi carrera son los de la época de mi embarazo. Me conecté con ellos muy bien en ese momento y después no pude usarlos más. Ahora que pienso, los pasteles también son polvo, como que ese tipo materia es una constante en mí.
Silvina, mostraste tu trabajo en muchos países occidentales y también en Oriente, como Beirut, Corea, Singapur… ¿cómo toma el público oriental tu obra?
Con muchas de mis obras se conectan por el color y la danza, en el caso de las Milongas, que son cuadros alegres. Por esta situación de guerra constante que viven algunos países en los que mostré, a la gente le gusta lo que los acerque al color y la vida.
Hace unos años ganaste una beca de intercambio para pintar en París. ¿Cómo fue la experiencia?
Fue una beca de intercambio que organizó un curador. Estuve un mes en la casa de una artista francesa y también trabajando en su taller. Después, varios artistas parisinos y yo mostramos nuestro trabajo allí. Y luego ella vino un mes para Buenos Aires, se quedó en mi casa, trabajó en mi taller y mostramos la obra acá. La verdad que fue una experiencia lindísima y súper enriquecedora. Y la relación con ella siguió. Fue muy lindo.
Silvina, ¿como sigue tu año?
Ahora en junio presento la muestra individual ‘Entrevero’ en el Centro Cultural Plaza Castelli, y mi obra viajará a varias muestras y ferias en el exterior. Estará en una exposición en París y también vuelve a la feria Art Beirut. Hay muchos planes, así que entusiasmada y con ganas de seguir trabajando.