Radicado en Berlín, el artista tucumano Tomás Saraceno hace dialogar a las más diversas disciplinas en cada una de sus obras. Por medio de imponentes instalaciones, construye nuevos conceptos y significados que invitan al espectador a repensar cómo el ser humano se relaciona con la naturaleza y el cosmos.
Txt: Soledad Gherardi Ph: Gentileza Tomás Saraceno
Desde su estudio en la capital alemana, Tomás Saraceno desarrolla proyectos en los que interfieren y se relacionan las ciencias naturales, las sociales y el arte. Sus obras proponen nuevos conceptos para repensar al hombre en interacción con los distintos actores de su entorno y la esencia de esas conexiones.
Nacido en la provincia de Tucumán y egresado de la carrera de arquitectura -profesión que nunca ejerció-, Saraceno elaboró esculturas flotantes e instalaciones interactivas que estuvieron presentes en algunos de los principales centros de arte del mundo, como el MET y el MoMA en Nueva York, o la Bienal de Venecia.
En Argentina, a pesar de ser su país de origen, su nombre comenzó a resonar luego de su desembarco en ArteBA el año pasado. Allí presentó al público instalaciones inspiradas en sus investigaciones sobre arañas y ciudades flotantes, propuesta que funcionó como antesala de su reciente exhibición en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA).
Bajo el nombre “Cómo atrapar el universo en una telaraña”, la muestra de Saraceno en el MAMBA fue el resultado de más de una década de estudio, en la que el artista y su equipo analizaron en profundidad la práctica de comunidades de arañas en la construcción de sus telas.
La obra estuvo conformada por dos instalaciones: Instrumento Musical CuasiSocial IC 342, construido por 7000 Parawixia bistriata (una especie de arañas) durante seis meses y The Cosmic Dust Spider Web Orchestra.
En la primera a lo largo de seis meses, una comunidad de siete mil arañas tejió una telaraña tridimensional de extraordinarias proporciones dentro de la misma sala del museo. Mientras tanto, en la segunda producción, las vibraciones que resultaban de la interacción de las partículas y el andar de los espectadores, se tradujeron en sonidos para combinarse con el movimiento de una araña en su tela y crear una composición sonora de múltiples agentes, que fue reproducida por 25 altavoces en la oscuridad.
Es así como, nutrida por múltiples disciplinas, la obra de Saraceno juega con los límites entre la ciencia y el arte para invitar a sus espectadores a considerar nuevos comportamientos colaborativos y transformadores que permitan entender y actuar sobre las problemáticas de la era moderna.
¿Viajaste a Berlín para dedicarte al arte?
Antes de irme ya había comenzado a hacer un par de cosas en la Escuela de Bellas Artes de la Cárcova, pero no sabía que quería dedicarme al arte. Mi interés fue creciendo con el tiempo y terminó por desarrollarse en otras formas. El hecho de irme tuvo más que ver con que quería estudiar más, aunque no tenía muy en claro qué. Sabía que quería dedicarme a otras cosas, distintas a la arquitectura, y que en Argentina me iba a costar más, sobre todo por una necesidad de presupuesto. Antes de irme tenía cuatro trabajos al mismo tiempo para poder pagar las cuentas.
Más allá de tu reconocimiento internacional, recién en los últimos años tu obra comenzó a difundirse ampliamente en Argentina. ¿Cómo se dio el restablecimiento de este vínculo?
Las muestras en Argentina se fueron dando todas un poco en paralelo. Estuve presente en ArteBA el año pasado y este año realizamos una actividad en Tecnópolis, otra en el Centro Cultural Kirchner y la exhibición en el MAMBA. De a poco, comencé a relacionarme nuevamente con Buenos Aires. Además comenzaron a gestionarse nuevos proyectos para el futuro, que requieren un poco más de tiempo de desarrollo, pero que indican que seguiremos haciendo cosas aquí.
“Cómo atrapar el universo en una telaraña” es el resultado de más de una década de investigación. Más allá de la experiencia adquirida, ¿cómo manejaste lo imprevisible de trabajar con una especie animal?
Claramente las arañas hacen lo que quieren, cuando quieren y como quieren. Es un trabajo que demanda paciencia y predisposición para lo inesperado, pero son esos momentos en los que se refleja la mayor belleza. La pregunta que siento que nos obliga a hacernos es cómo ellas terminan por manejarnos a nosotros, en lugar de nosotros a ellas. Ellas nos manipulan y redefinen nuestros parámetros para convencernos, de alguna forma, de que sus telas son tan lindas que deben ocupar el centro de un museo.
¿Cómo fue tu primera aproximación a las arañas?
Desde el comienzo me interesaron mucho sus telas, ver esas infinitas conexiones que son casi invisibles y entender cómo las telarañas se construyen o cómo cada hilo está conectado uno con el otro, así como ver de qué manera se relacionan esos tejidos y cómo eso abre infinitas posibilidades para que se pueda generar una cosa u otra. En general, me llama mucho la atención entender cómo están conectadas las cosas y cómo son los campos de influencia entre los diferentes agentes que las integran.
¿Cuáles fueron los desafíos de trasladar un entorno natural a un espacio urbano?
La verdad es que no considero cierta ninguna idea que presente al hombre separado de la naturaleza. Somos parte de la naturaleza y en el caso puntual de las arañas, ellas conviven con nosotros mucho más de lo que nosotros somos conscientes. En cada esquina de nuestra casa o de los lugares que frecuentemos, podremos encontrar algún tipo de araña. Aunque no podamos entenderlo así, nuestra arquitectura termina por transformarse en naturaleza para ellas. Es una relación mucho más interconectada y tratar de diferenciarnos de la naturaleza no nos ayuda a reincorporarnos en un medio del que nos damos cuenta que es urgente formar parte.
Teniendo en cuenta la relación entre la naturaleza y el arte que existe en tu exhibición del MAMBA, ¿cuál crees que es el valor que el arte le puede aportar a la ciencia?
Puedo decirte que ningún museo de ciencias naturales en el mundo tiene una colección de telas de arañas tridimensionales como la que expusimos. En el caso de la muestra del MAMBA, para ponerla como ejemplo, hemos desarrollado una técnica que consiste en un sistema de láser, a través del cual es posible reconstruir digitalmente redes tridimensionales complejas, como son las telarañas. Gracias a ello, establecimos un vínculo colaborativo con varias instituciones de investigación, como el MIT o el Departamento de Comportamiento Colectivo del Max Planck Institute, para trabajar en conjunto en el estudio y desarrollo del tema. La interrelación entre el arte y la ciencia es cada vez más necesaria y urgente, dadas las condiciones de nuestra época.
En tus obras se percibe una reflexión sobre las problemáticas de la sociedad y la relación del hombre con la naturaleza, ¿buscás alcanzar al espectador con algún mensaje en particular?
Creo que estamos desconectados unos con los otros, con el planeta y con otras especies. Es necesario que podamos comenzar a dialogar. Siempre y cuando no podamos sentirnos parte de la naturaleza, vamos a ver cómo se complica cada vez más nuestra supervivencia en este planeta. El cambio climático, las urgencias del Antropoceno, era en la que vivimos actualmente, y tantas otras situaciones que no nos unen, agravan este panorama. Si la revolución cognitiva es la que nos lleva hacia el estado en el que estamos hoy, es necesario que inmediatamente encontremos una narrativa que nos permita remediarlo.
En base a esas urgencias del Antropoceno, trabajaste sobre el concepto de Aeroceno, ¿en qué consiste?
Inventamos una nueva época que llamamos Aeroceno. Es un proyecto artístico transdisciplinario que invita a dar forma a un nuevo período, para el que llamamos a diferentes especies a participar y así lograr un diálogo distinto, más fluido. No sabemos cuáles pueden ser sus resultados, pero esperamos que sean trazos diferentes a los que deja el Antropoceno. Es una propuesta para el futuro, para pensar y entender cuáles son las actividades y modos de dialogar que pueden ayudarnos a dejar a un lado la violencia del Antropoceno y traer una época más armoniosa.
¿Considerás que el arte puede funcionar como un agente de cambio?
Muchas veces la gente cambia su relación con lo que la rodea después de ver otras cosas. En el arte el mensaje está expreso a través de un idioma que no necesariamente está articulado a través del lenguaje sonoro. Me interesa que, a partir del arte, el espectador pueda recibir un mensaje que no es verbal, pero no por eso menos comunicativo.