Basta con poner un pie en el departamento de la artista plástica Gabriela Bertiller para deleitarse con la más inusual y exquisita combinación de formas y colores. Un universo lúdico que cobra vida en cada ambiente.
Txt: Victoria Zimmermann Ph: Alejandro Peral
Casi sin buscarla, la oportunidad de comprar su propia casa llegó a los ojos de Gabriela. “Siempre me atrajo este edificio, quedaba a la vuelta de la casa de mis padres. Afortunadamente en plena búsqueda de un departamento apareció un cartel de venta en el edificio”.
Haciendo caso a esa atracción que la artista sentía por el lugar, Gabriela decidió avanzar con la premisa de conservar la arquitectura antigua de este edificio de 1925. Es decir, que su objetivo se centró en respetar su esencia, manteniendo el plano y los detalles originales.
“El departamento estaba abandonado hacía varios años, pero para mí eso era justamente lo valioso; no había sido reformado desde su construcción en 1925. Se conservaron todos los detalles originales como ‘parquet’, baldosas, ‘vitraux’, molduras, chimenea, ventanales de vidrio partido y un nicho de teléfono”, expresa Gabriela. Hoy, el encanto de este hogar de 120 metros radica justamente en la combinación y el contraste de distintos objetos, en donde coexisten desde una lámpara de diseño de Ingo Maurer hasta un acolchado de ‘plush’ comprado en el Once.
En una primera etapa, la artista plástica que tiene un máster en el School of Visual Arts de Nueva York, comenzó a trabajar en las reformas casi sin asistencia, pero en la segunda etapa de adecuación, Gabriela convocó a Delia Tedin para que juntas lograran integrar las vivencias de su estadía en la Gran Manzana.
Espacios encantadores
En el living, un verde Tiffany cubre las paredes y realza la elección de los elementos. Sobre la chimenea y en la biblioteca, hay libros y objetos que fueron coleccionándose en distintos viajes; cajas musicales y un ananá hielera de Beijing, almohadones del diseñador americano Todd Oldham realizados con retazos de telas de sus creaciones, muñecas peruanas, rosas doradas y floreros azules del barrio de Once. Lo que en otro contexto resultaría forzado, aquí fluye con una naturalidad impensada, que convierte lo atípico en sensorialmente seductor.
Dos obras de gran tamaño a cada lado del espacio, y realizadas en óleo con cristales Swarovski, le otorgan solemnidad a la sala. Por su parte, el empapelado rojo de Tricia Guild en el ‘hall’ de recepción, contrasta con el verde claro del living y del ‘hall’ de distribución, en el que se destaca una lámpara de Ingo Maurer.
Comer, cocinar, soñar
La única modificación estructural que se realizó en el comedor fue eliminar el cuarto de servicio para generar un espacio contiguo a la cocina. Llaman la atención aquí, un reloj de estación de tren y unos candelabros oriundos de un anticuario uruguayo.
En la cocina se reemplazaron los muebles y los artefactos originales por otros más funcionales, ya que los que tenía el departamento eran de época. Este ambiente contaba con azulejos blancos partidos en las paredes, y debido a una obra de mejoramiento de la instalación eléctrica y de cañerías, se reemplazaron los azulejos por paredes rojas que bien conviven con el mosaico del piso, original del departamento.
Casi como obsesionada con el contraste entre los distintos objetos, aquí también Gabriela demuestra que las combinaciones excéntricas funcionan y se fusionan en un todo armónico. Individuales comprados en un “Todo por dos pesos” conviven con una línea de utensilios de cocina Alessi.
Para la habitación principal, por su parte, se eligieron paredes claras que destaquen los colores de los objetos. Sobre la cama descansa un díptico en blanco y negro -“Pie y Lechuza”- realizado en tinta. El vestidor, conectado a la habitación, tiene una lámpara colgante de Flos y un sofá estilo Luis XVI color fucsia, sobre el que reposa un tríptico -“Toreros”- realizado en carbonilla.
Por otro lado, tanto en el baño principal como en el ‘toilette’ se conservaron los artefactos originales.
Un trabajo de inspiración
El taller en donde Gabriela trabaja está dividido en dos partes: el espacio donde pinta y el espacio en donde realiza los trabajos en papel. Una gran mesa de trabajo es la protagonista de la sala y la biblioteca resguarda los materiales que utiliza al trabajar: cintas, lentejuelas, telas, carretelas de hilo y papeles. También hay una gran cajonera que contiene algunas obras realizadas en papel. Un mural de cuervos realizados en lentejuelas sobre papel de terciopelo cubre una de las paredes de este acogedor espacio.
“Mi trabajo se enfrenta al olvido y a la omisión para dar lugar al homenaje. Busco develar las virtudes ocultas e indagar sobre encantos innatos. En mi determinación por honrar lo mundano, produzco laboriosamente un embellecimiento que dignifique y enaltezca. Estos hallazgos aislados se convierten en proyectos concebidos especialmente para el espacio físico o simbólico a intervenir.” Aquí, específicamente en este salón, es donde la belleza ocurre.
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www.gabrielabertiller.com