Todos los managers coinciden en que a los argentinos les cuesta entrar. En esta nota, desmitificamos la necesidad de una gran billetera o de un ‘outfit’ impecable para ingresar. Un recorrido desde el más tradicional hasta el súper cool para elegir cuál se adapta mejor a nosotros.
Txt: María Cané
Ph: Gentileza hotels
Corrían los años 30 en Londres y el punto de encuentro para la alta sociedad era el Ritz. Realeza, políticos y empresarios cerraban, entre Gin Tonics y Dry Martinis, el destino del país. Lo mismo pasaba en los 40 en Madrid, donde espías ingleses y alemanes pujaban por el favor de la falange española en el bar del Hotel Embassy.
Y así, en todas las grandes capitales del mundo, los bares hoteleros han determinado momentos clave de personas y naciones, fueron un hito antes de la guerra y hoy vuelven a marcar territorio con una propuesta innovadora, más relajada, con buena cocteleria y unos ‘snaks’ de la ostia.
Polo y tereré
Así lo entendió el Four Seassons cuando hace tres años se sometió a 16 meses de obra ininterrumpida. Querían que su servicio esté a tono con la tremenda mansión que poseen en Posadas y 9 de Julio, pero sobre todo, querían salir de esa pomposidad francesa y de ese lujo excesivo que siempre los mostró tan inalcanzables.
Así fue como abrieron Pony Line, un bar de hotel con acceso independiente, inspirado en el polo y la tradición Argentina. Se pusieron a tono con la moda y la cocina conceptual, hicieron tragos de autor y pusieron Djs. Quieren ser accesibles e informales, quieren que no mires los precios cuando entrás, quieren que disfrutes de un buen trago y linda música.
¿Cómo? Tienen 30 recetas de de tragos clásicos reinventados, copas de vinos 100% argentinos y cerveza artesanal hecha especialmente para el bar. “La idea es que vengas a tomar un trago que tomaste muchas veces pero de una manera distinta, con una vuelta de tuerca, con impronta local”, cuenta Sebastián Maggi, Beverage Manager de Pony Line.
El trago estrella se llama “Tereré”, sí, como el famoso mate con jugo de naranja que los misioneros se ocuparon de popularizar. Consta de un vasito de plata con una base de distintas hierbas como té verde y ‘lemon grass’ acompañado de una jarra con limonada de pepino, lima, azúcar y Gin. Con este empezaron; hoy, la carta cuenta con tres más.
Como la mayoría de los bares, la comida acompaña a la bebida. Podés encontrar un tapeo con tradiciones de las distintas urbes del mundo, donde el hummus, las hamburguesitas de cordero y los bocados de salmón se llevan los aplausos. También hay ensaladas, pizzas y sándwiches, pero me dijeron que las hamburguesas son un ‘hit’ que no hay que dejar de probar.
Tradición y excelencia
En contraposición con esto, el bar del Hotel Plaza busca todo lo contrario. No quiere ruido, ni innovación. Tienen 105 años, no están para esas cosas; se centran en lo que todos saben que ellos hacen bien: atender a clientes que llevan una vida perteneciendo y mimarlos para que siempre quieran volver.
Su tradicional bar alfombrado y recubierto de madera sigue igual que cuando algún bisabuelo era habitué. Sólo cambiaron dos cosas, ahora las mujeres entran y la barra tiene luces.
Gente de adentro y de afuera se acercan en busca de, según muchos críticos, el mejor negroni de Buenos Aires. El negroni te lo hace el Colo, un fiel empleado que lleva atrás de la barra más de 20 años. Dice que él no usa medidas exactas, que lo hace a ojo, y que hay que hacerlo justo porque si le pones mucho Gin queda muy fuerte, si le ponés mucho campari se tapa el gusto del Vermú y si le pones mucho Vermú queda dulzón e intomable. Pero el secreto se lo lleva a la tumba.
Él va y viene, los clientes se acercan, le hablan, le piden, lo cargan. Y él, entre una y otra disculpa, cuenta sus anécdotas como el barman del bar más tradicional de Buenos Aires.
Aquí, los tragos son los de siempre, se van aggiornando e incorporando las bebidas del momento, improvisan, la tienen clara. Son mozos de la vieja escuela, que sutilmente buscan no quedarse afuera.
Cada bebida viene acompañada de una gran picada que cuenta con chips, saladitos de queso, queso Pategrás cortado a cuchara, bocaditos de salmón y caviar y, lo que según el Colo es el preferido de los clientes, un mini sándwich de atún, mayonesa y azúcar impalpable.
Este fue un lugar donde descansaron entre copa y copa, Sabina y Serrat y los grandes referentes de las aristocracia europea. Hoy sigue en boga para los partidarios de la tradición y el encanto nacional.
Arte, arte, arte dijo Minujín
En un punto intermedio tenemos el bar Artesano del Alvear Art. Un ambiente tranquilo que invita a la charla, rodeado de obras de contemporáneos argentinos, colección privada de la familia Sutton -dueños y amos de la hotelería argentina-.
Ni bien entramos, un característico Berni nos mira de costado; y de frente, invitando al público, se encuentra Artesano. Un lugar planteado para alejarse un poco de la pomposidad del Alvear, más moderno y joven, con público corporativo de entre 30 y 40 años.
La carta tiene la impronta del diseño bien hecho, la hizo Tato Giovanonni inspirándose en los ‘masters cocktails’ de los años 30, 40 y 50, y está escrita por Martín Auzmendi.
Quieren lo mejor de lo mejor y eligieron esos tragos que ganaron el campeonato mundial de bebidas bien hechas. Buscan volver a esa época en donde la gente salía a la calle Corrientes para disfrutar de buena coctelería porque creen que esta tendencia está reviviendo y decidieron remodelar la propuesta.
En el Alvear Art, la mezcla de lo autóctono con lo cosmopolita es una constante. Mientras uno disfruta de un tereré tonic hecho con Gin de industria nacional, se regocija con artistas de primer nivel que viven en suelo argentino. El ‘fizz’ de Don Saúl es otra de las perlitas de la carta, y de este sí pueden reclamar la plena autoría. La base es de Gin y hierbas como yerba mate, eucalipto y otros botánicos con agregado de jugo de pomelo, limón, ‘apperol’ y ‘cyrup’ con un toque de soda. “Tiene la textura del pisco, pero es un fizz”, se jacta el mozo. Todos los cócteles y bebidas del bar se acompañan con unas castañas salteadas con tabasco, ajo, jengibre, sal, pimienta y maní japonés.
Para acompañar estos tragos de primera, hay tapas con pulpo, salmón, blinis y ostras. Se huele el toque oriental de la carta en cada ‘snack’ y un dejo argentino en cada plato. Sí, a mí también se me hace agua la boca. Y lo mejor de todo, es que de 7 a 8 de la tarde el ‘happy hour’ se hace escuchar y sale 2×1 para todo el mundo.
Allá en las alturas
Volviendo un poco a las multitudes, allá, en lo alto del cielo se encuentra el Sky Bar del Pullitzer Hotel. Concebido en Nueva York, nacido en Barcelona y criado en el microcentro porteño, este bar despierta todos los sentidos desde la terraza del piso 13 de este gran hotel corporativo.
Abre de noviembre a marzo porque las condiciones climáticas tienen que acompañar todo lo que sus dueños trataron de crear. Brisa de verano, buenos tragos y una vista infernal será lo que encuentren los usuarios, sentados en los cómodos sillones que la terraza ofrece.
Inés de los Santos armó la carta en la que sumó cocteles de autor como el Martini de limón y sauco, Mojito con ron, menta y agua de coco o el Malbec Mary provisto de vodka, reducción de Malbec, jugo de tomate y condimentos, acompañado de todo tipo de Gin Tonics. El emblemático trago no para de sumar usuarios que no lo dejan caer en el olvido. Lo fanáticos encontrarán ocho marcas distintas imposibles de conseguir en otro lugar. Desde el mediterráneo Gin Mare, macerado con oliva, tomillo, albahaca y romero, entre otros sabores, al francés G-Vine: con alcohol de vino y flores de vid. Y por supuesto, no se quedan afuera los conocidos británicos Beefeater, Tanqueray y Bombay. Con cada uno se prepara un Gin Tonic especial que puede llevar hojas de salvia, pepinos frescos, flores o piel de cítricos.
Los jueves se realiza el ciclo High on the Roof, donde bandas en vivo y Djs conocidos hacen de las suyas para crear un ambiente cálido e inolvidable. A quienes les gusten las alturas y busquen un ambiente cosmopolita, no pueden perderse esta joyita escondida el centro porteño.
Hay que desmitificar y animarse a entrar. En todos los bares los tragos están entre $80 y $100, lo mismo que sale en cualquier lugar donde se valora la buena coctelería. No hay reglas de etiqueta ni necesidad de ser huésped. Son bares como cualquier otro, con un toque viajero mezclado con impronta nacional.