Experta en explorar culturas, curiosa e incansable invetisgadora de la femeneidad, la ex-modelo nos invita a conocer su mundo y a dejarnos asombrar por la sabiduría de la India, atravesando sus capas con todos los sentidos.
Txt: Vanesa Ivanoff
Ph: Gentileza Tini de Bucourt
Domingo por la tarde. El olor a primavera quiere aparecer, pero el aire fresco anima a encender el fuego de la chimenea; la charla profunda se anticipa en la sala llena de objetos con sentido. Allí, en su casa de Punta Chica, en un sillón mullido de tonos naturales se acomoda Tini de Bucourt, serena y jovial, vistiendo un sweater naranja hecho a mano. A su lado, una gran canasta llena de lanas con un tejido a medio hacer.
Entre risas, anécdotas y una amorosa emoción, la entrevistada intentará compartir la historia de su vida. Aquella que le permitió en los ‘80 ser modelo de ‘elite’, una de las más glamorosas y codiciadas; la esposa del embajador uruguayo en India, que le dio la oportunidad de vivir siete años en ese país y la mujer que es hoy, segura, presente y más atenta al sentido del transcurrir. Entre aquella y la Tini actual, la India es el engranaje inevitable que desanda su ser.
Actualmente, Bocourt dicta talleres personalizados para la mujer, con la intención de que descubran su belleza más auténtica y fortalezcan su autoestima. Pero también viaja con diversos grupos hasta la India, para mostrarles un rincón atrapante de la Tierra, desde un lugar espiritual.
¿Con qué te conectás cuando viajás a India?
India para mí es el lugar donde geográficamente me conecto con una parte que se va desdibujando cuando estoy en mi país. Me vincula con algo que todos los seres humanos tenemos, pero que para muchos pasa totalmente desapercibido. Quizás es una palabra que tiene mala prensa: para mí la India te conecta con la sombra. La sombra tiene una connotación de lugar temido o feo, donde está lo doloroso. Pero allí está la información de quién soy. A partir de esa oscuridad, aprendí a saber quién soy.
¿Cómo llegaste a India?
Fui sin saber con qué me iba a encontrar. No buscaba el ‘om’. Me fui tras un señor -que es la mejor manera de hacerlo-, mi marido de entonces, embajador de Uruguay en India y Asia. Allí viví siete años y me cautivó. Mucha gente va a la India buscando desesperadamente, a través de la meditación y el yoga un escape, buscan lo que interiormente no encuentran. Mi caso fue sorprendente, viajé sin nunca haber querido ir. Si bien yo hacía yoga, la verdad es que en mi no estaba esa necesidad, surgió abruptamente, irrumpió y tuve el coraje de animarme. Me moví de mi zona de comodidad.
¿Cómo te preparaste la primera vez que fuiste?
Sólo con una consigna interesante, que se la debo a una señora desconocida para mí, que me encontré en un ascensor en Montevideo. Me dijo: no leas más, transfórmate en una hoja en blanco y déjate impregnar… y así me fui.
¿Cuál es el mayor aprendizaje que viviste allí?
Aprendí un lenguaje nuevo. Me conecté con la profunda capacidad de sentir. Es una cultura con una energía blanda. Entendiendo por blando lo femenino. Es imposible no emocionarte. La energía femenina está muy presente y también India es un conector con lo que no querés ver. Te hace bajar la cabeza amorosamente. Te hace humilde, mucho más humilde. A mí me dio muchas cachetadas amorosas. En primer lugar me di cuenta de la soberbia que tenía.
¿Cómo explicas el concepto de limpieza que tienen en India, porqué la suciedad está en todos lados?
Un día me dijo un señor, ustedes se ocupan mucho de la limpieza externa, acá nos ocupamos de la interna. La limpieza interna tiene que ver con tu verdad. Si yo le pregunto a la cantidad de mujeres que vienen a verme ¿Quién sos?, no pueden responderme fácilmente. La gente en India usa su lapso de vida terrenal para darse cuenta cuál es el sentido por el que están. Eso es la limpieza interior. Nos cuesta detectar cuál es la propia verdad. A mí me llevó bastante tiempo y tuve que tener el coraje de ponerla en práctica.
¿Cómo lo pusiste en práctica?
Me dí cuenta que dependía mucho de la mirada del otro. Eso pesa mucho. Esto de ser famosa. Desmontar la armadura fue de mucho valor. Me di cuenta que ese mundo fantástico no tenía nada que ver conmigo. Estaba con gente que ocupaba espacio en mi vida, pero no era con la que quería estar. Entenderlo me llevó tiempo. Me sentía orgullosa por la cantidad de personas a mí alrededor. Entonces identifiqué que había un enorme vacío dentro mío, que había que llenar con lo que fuera y demostrarle al mundo lo espléndida que era. Y en ese país, en el anonimato, me di cuenta que había otra Tini. La India me ayudó a desarmar ese disfraz que yo usaba y fue liberador.
¿Cuál es tu mirada de la mujer india?
Es una mujer menuda que no muestra nada, que está erguida; no necesita mostrar, que te mira y te ve. Tiene descubierto el rostro, no se tapa. De cabellos largos hasta la cintura, pero siempre atado. Muestran el cuello, se les ven los seis sentidos. En el rostro están los cinco sentidos, más la intuición. Hay mucha gimnasia y confianza puesta en la intuición. Los seis sentidos son como ventanas que monitorean lo que pasa en el exterior. Leen la letra chica, no interrumpen. El cuello es tan importante porque es por dónde baja la información que llega al corazón. Tienen un muy buen entrenamiento de conexión del cuello para abajo. Encontré un código de belleza totalmente nuevo. Son mujeres que tienen una dignidad de lo femenino. Ahí aprendí lo que es la femineidad. Me di cuenta del tono de voz, de la serenidad, de la escucha. Trabajo con mujeres y voy a la India. Es muy simétrico, para mí la India es una gran mujer.
¿Están más presentes?
¡Claro! En Occidente cuesta estar presente. Hay demasiados estímulos. Allí los ruidos están continuamente, pero son la forma de hacerte presente. De encontrar ese silencio que ya está en vos. El desafío es llegar cada vez más a ese silencio. Volver a eso es la presencia o la capacidad de encontrar una tremenda aceptación hacia el otro y hacia a vos. Me emociona la presencia. La presencia es la capacidad de no miedo, de conectar y darte cuenta de lo que molesta y lo que falta. De estar atenta y de sentir el habitar el cuerpo. Eso es la presencia: capitalizar los dolores, aceptarlos y seguir sin enojos, desandándolos e integrándolos.
¿Cómo son tus viajes grupales a India? ¿Qué busca la gente que viaja con vos?
Ir a la India es para personas que intuyen que algo les va a mover. La India no te adopta, es para quienes están dispuestos a agachar la cabeza. Te muestra realidades donde todo convive las 24 hs, es una lección de humanidad diaria. Es una gran oportunidad de ofrecerles a las personas vencer ese miedo e ir. No tienen nada que perder, todo lo que van a vivir es ganar. Es hacer visibles todas las estructuras de satisfacción y rechazo. Hay una sospecha o intuición, que es muy femenina, que anticipa que es diferente que visitar New York o Europa.
¿Cuál es el recorrido que realizan?
Cuando me ofrecieron ser parte del proyecto lo primero que pensé fue qué mostrarle a alguien que nunca fue a la India para que tengan una pincelada de su esencia. Armo el viaje comenzando por Delhi, allí soy local. Vamos a Birla House: siempre que voy lo primero que hago es ir allí, y también voy a llorar un ratito y dejo un poco de mi soberbia. Otro sitio importante es la tumba de Humayun y la caótica Old Delhi. Generalmente, los jueves estamos en la ciudad para disfrutar de un festival musulmán. Vamos a conciertos y nos explican cómo escuchar la música india, lo mismo con la danza y la pintura. Es un viaje muy rico. Asistimos a un templo, vemos una ceremonia típicamente hindú. Siempre desde lo local. Vamos de compras, tenemos un día para que compren las cosas que valen la pena. En el recorrido también se incluye una comida con el maharaja en Jaipur, y visitamos mercados y familias típicas para ver cómo viven. Los infaltables son la ciudad de Varanasi, una travesía por el desierto de Thar y un recorrido por el Taj Mahal.
¿Cómo vuelve el grupo luego del viaje?
La gente ordena valores, se cuestiona y encuentra una conexión con ellos mismos. Vuelven distintos. Hay algo que cambia y no es momentáneo. La India te toca la fibra más intima. No es un viaje turístico. Le encontré una forma al viaje, se genera una trama, igual que un tejido; como la vida, ¿no? Quedamos muy amigas con las personas que viajo.
Las luces de la noche deslumbran, el tiempo transcurre rápido cuando las historias inspiran. La chimenea chisporrotea, el calor abraza y una taza de té humeante remata la charla. Tini recuerda que una vez Octavio Paz dijo: “Llegué a la India y quise escribir un libro, a los meses quise escribir un párrafo y al tiempo no quise escribir nada”. “Es que hay un respeto por algo mayor. Es necesario que seamos más humildes, en India eso se aprende”, señala ella entre susurros. Con la mirada calma, pero brillante se despide, hace una reverencia y sus manos se unen en el centro del pecho con un ‘namaste’.
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