La directora de Ashoka Argentina cuenta su aprendizaje en Bangladesh junto al Premio Nobel de la Paz, Yunus. Una mujer que promueve las empresas sociales y apuesta a la colaboración por sobre la competencia. Audaz y solidaria, su testimonio revela que descubrir el sentido de la propia vida, hace la gran diferencia.
Txt: Dolores Vidal
Ph: Gentileza Daniela Kreimer
“Un libro cambió mi vida”, repite con pasión Daniela Kreimer a quien quiera oírla. Un libro -con tapa sepia, de 20 por 15 cm- que descubrió a los 23 años en una librería de Unicenter, marcó el destino de la directora ejecutiva de Ashoka. “El banquero de los pobres”, se llama el ‘best seller’ del Premio Nobel de la Paz, Muhammad Yunus, que despertó para siempre la vocación social de esta líder de figura etérea y perseverancia todoterreno.
“Me pareció un título muy provocativo porque hablaba de un banco y de la pobreza. Había un encuentro entre la economía y el mundo social. Desde muy chica fui una voluntaria muy activa, me estimula el trabajo para los otros”, agrega Daniela, que hoy tiene 32 años, es licenciada en Administración de Empresas con un máster en Desarrollo Local de la Universidad Nacional de San Martín.
¿Qué pasó con tu vida a partir de la lectura de Yunus?
Yo trabajaba en ese momento en IBM, coordinaba un área de operaciones y cursaba mi carrera a la noche. Era un trabajo súper desafiante. Pero, cuando descubrí a Yunus y el mundo de los microcréditos, entendí que mi profesión podía generar un impacto social más importante del que yo imaginaba.
¿Qué hiciste entonces?
Investigué y vi que había pasantías en el Banco Grameen de Yunus, en Bangladesh, para aprender sobre microcréditos. Mandé un mail y me aprobaron. Como uno se paga todo, no hay mucha barrera para que te digan que no. Entonces ahorré dinero, me di miles de vacunas, pedí en IBM un mes sin goce de sueldo y me fui con la excusa de que quería hacer mi tesis de grado.
¿Cómo reaccionó tu familia con esta decisión?
Estaban muy preocupados porque tenían miedo de que pusiera en jaque mi futuro. Yo tenía 23 años y un muy buen trabajo. Y también les asustaba que me fuera sola a un país tan exótico. Bangladesh es un país musulmán, de los más pobres del mundo, y tiene la mayor densidad de población del planeta. Cuenta con una extensión semejante a la provincia de Buenos Aires y una población de 150 millones de habitantes.
¿Cómo fue tu llegada y con qué te encontraste?
El choque cultural fue muy fuerte. Veía carteles en árabe, tuve un primer momento de miedo, de incertidumbre por no saber qué me deparaba el próximo segundo de mi vida. Pero me calmé cuando llegué al Banco Grameen. Allá todo es muy cuidado: hay un departamento de pasantes que te orienta, tenés un tutor, conocés chicos de todos lados, nunca estás sola.
¿Y cómo te impactó Bangladesh a primera vista?
Es un país súper exótico para una mirada occidental. Tiene muchísimo ruido. Es lo humano en su máxima expresión. Por eso me enamoró tanto.
¿En qué consistía la pasantía? ¿Cuál era tu rol?
Aprender las operaciones de microcréditos. El objetivo del programa es que lleves ese know-how a tu país y lo repliques. Grameen otorga microcréditos para realizar una actividad productiva, sobre todo, a las mujeres. Un 97% de sus prestatarias son mujeres. Algunas tienen un almacén, otras hacen artesanías, algunas cocinan… Y el banco les pide que manden a sus hijos a la escuela. Hay una revolución cultural en ese sentido. Muchas madres analfabetas tienen hijos que saben leer y escribir.
¿Por qué las acciones de Yunus se dirigen a las mujeres?
Porque comprobó que empoderar económicamente a las mujeres impacta muy fuerte en sus familias. Ellas se ocupan de que sus hijos coman y se vistan mejor.
¿Cómo te relacionaste con ellas?
Íbamos a las aldeas con un traductor. Hasta entonces yo hablaba inglés, no había aprendido todavía bengalí. Pero, al ser mujer, me resultó fácil comunicarme más allá de las palabras. Ellas viven de manera muy simple, no tienen luz ni heladera ni televisor ni radio. Son muy sacrificadas, pero siempre están sonrientes. El momento más pleno de mi vida fue junto a ellas en una aldea en Bangladesh. Sentí que no me faltaba ni me sobraba nada. Y entendí hacia dónde quería ir y cuál era mi misión en el mundo.
¿Lo conociste a Yunus?
Sí. Lo vi 10 minutos antes de volver a la Argentina, le dejé mi currículum y le dije que quería trabajar para él. El me dijo que no tenía dinero para pagarme. Yo le respondí que podía ser voluntaria para aprender. Y, al mes de volver al país y a IBM, recibí un mail de su oficina ofreciéndome una pasantía en el Yunus Center. Fui muy feliz, la vuelta había sido difícil, me sentía desencajada en mi trabajo. Con esta oportunidad en la mano, renuncié a IBM y partí nuevamente a Bangladesh por 9 meses.
¿Cómo fue trabajar con Yunus?
Trabajar con un Premio Nobel de la Paz, ¡es un lujo! Es un hombre muy carismático con una visión muy innovadora de la economía. A los 74 años, sigue siendo el abanderado de empresas sociales en el mundo.
Daniela, sos considerada la máxima referente de empresas sociales en la Argentina, ¿podés explicar cómo funcionan?
Una empresa social nace para resolver una problemática social y las ganancias que genera, se vuelven a invertir, no se reparten entre accionistas. Su fin no es el lucro, pero tiene que autofinanciarse. Se busca el crecimiento para generar más impacto social o mayor incidencia en políticas públicas.
Resumo tu bio: Después de tu experiencia en Bangladesh, trabajaste con Yunus en Colombia, volviste a la Argentina en 2010, creaste una fundación de empresas sociales, colaboraste en programas de microcréditos para el Banco Provincia y después, en temas de desarrollo local para el Gobierno de la Ciudad. ¿Cómo llegaste a Ashoka, una organización global que promueve la cultura emprendedora y la inclusión social en 80 países?
Entré hace dos años para dedicarme 100% a negocios inclusivos y de alto impacto. Hace 10 meses me nombraron directora de Ashoka Argentina, Uruguay y Paraguay. Es un lugar maravilloso para trabajar, te abre muchas puertas. Yo sueño con poder empujar cambios de paradigmas, que todos trabajemos por el bien común.
¿Cuál es el impacto de Ashoka en el país?
Acá tiene 60 emprendedores sociales de muy distinta índole: desde Juan Carr de Red Solidaria hasta Victoria Shocrón de Discar. Cuando ingresan, reciben un estipendio durante tres años y después, son emprendedores de Ashoka de por vida. Una de nuestras fortalezas es la capacidad de articular redes para lograr mayor impacto social.
¿Qué es lo que más te conmueve de las distintas dificultades sociales?
Lo peor de la pobreza es la falta de oportunidades. Es muy injusto que una persona no pueda desarrollar todo su potencial. Es puro azar donde naciste, por eso es responsabilidad de todos equilibrar un poco más este mundo.
Creaste también tu propia empresa social, Sowila, ¿cuál es su objetivo?
Sowila genera oportunidades laborales para mujeres que están viviendo situaciones de violencia. Las capacitamos para que brinden servicios de manicuría express a las empresas. Es un camino para empoderarlas económicamente y que puedan reconstruir sus vidas.
Y por último, ¿qué te inspira, Daniela?
La convicción de que toda persona es un líder de cambio. Todos tenemos la capacidad de transformarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Si activamos el chip de la colaboración, y no el de la competencia, damos vuelta positivamente este mundo.