Después de una jornada cargada de ocupaciones, muchas veces volvemos a casa con la sensación de que las horas del día no nos alcanzan. Para dejar de sentirnos esclavas del reloj y llegar a cumplir con nuestras metas, es clave empezar a cambiar ciertos hábitos cotidianos.
Txt: Laura Piasek
Levantarse, correr al trabajo, hacer las compras, practicar algún deporte y pasar tiempo de calidad en familia. Todo eso se le pide a la mujer del siglo XXI que, como puede, intenta llegar al final de la semana con la mayor cantidad de casilleros tachados.
Hace algunos años atrás, el síndrome TATT (Tired All The Time, o cansado todo el tiempo en español) era un término utilizado, casi con exclusividad, dentro de la comunidad científica. Pero este nombre elegido por el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido para hablar de un mal de época, que al momento de la investigación afectaba a uno de cada ocho ingleses, nunca antes había estado tan en boga. En este sentido es que hoy no debería sorprendernos que cada vez sean más las mujeres que se sienten identificadas con tan solo escuchar algunos de los síntomas más característicos de este malestar: falta de energía y motivación, dificultades para concentrarse, tomar decisiones y llevar a cabo las tareas cotidianas, entre muchos otros. De la mano de este desgano generalizado, la insatisfacción aumenta, la productividad decae y el círculo vicioso empeora. Por eso, para tomar el control sobre nuestras agendas en la era de la información y dejar de sentir que las horas se nos escapan como arena entre las manos, es necesario cambiar hábitos y re-aprender a hacer foco.
Concentración, divino tesoro
El ‘smartphone’ que vibra en nuestro escritorio por una nueva notificación en Facebook, mientras que en un grupo de WhatsApp llegan las fotos del último encuentro entre amigos, y un compañero lee en voz alta una noticia de último momento. Todo esto puede suceder a diario y en simultáneo, en cualquier oficina del mundo.
El aburrimiento, junto a la falta de motivación, que muchas experimentan en el trabajo hacen que la tecnología se convierta en la principal vía de escape. No por nada diferentes estudios sobre el tema arrojan resultados escalofriantes: en un solo día, somos capaces de mirar el celular hasta 85 veces. “El problema del uso constante del teléfono está en los efectos que genera en nuestro cerebro. Además de activar los mecanismos de recompensa, similares a una adicción, también genera un desgaste del lóbulo prefrontal encargado, justamente, de priorizar y resolver situaciones”, explica Juan Francisco Gómez, Psicólogo y Docente especializado en Creatividad y Desarrollo Personal.
Con una batería de estímulos al alcance de la mano, es fácil comprender que los niveles de productividad en el ámbito laboral se vean seriamente afectados. “La contaminación sonora, la interrupción casi permanente y la volatilidad de los negocios y las actividades, que cambian continuamente, son otros de los aspectos que dificultan la concentración”, explica Daniel Colombo, Coach especializado en CEO, alta gerencia y profesionales. “Además, desde un aspecto sociológico y cultural, la velocidad con la que se vive hoy contrasta con el análisis y la reflexión que muchas veces requiere el proceso de concentración. Las organizaciones piden, exigen, y hasta gritan por resultados inmediatos”, agrega.
Aunque nadie duda de que la tecnología pone en jaque a nuestra capacidad de concentrarnos, de nada sirve demonizarla y el mejor camino es dominarla antes de que nos domine. “La accesibilidad a Internet mientras estamos trabajando es un maravilloso avance a nivel masivo, impensado tan solo 30 años atrás. Sin embargo, si la persona no está entrenada, terminará enlazanda un ‘loop’ de estímulos adicionales por fuera de lo que debería ser su foco principal, ya que una cosa llevará a la otra, se abrirán ventanas con nuevos estímulos y procesos, y así, hasta el infinito”, explica Colombo. “La mejor forma para ser productivos en la era tecnológica es asumir el compromiso individual de enfocarse y re-enfocarse cada vez que haya un desvío”.
Una de las claves detrás de la misión para muchas imposible, está dada por una mejora en la gestión del tiempo con el que contamos en el día a día. En esta línea, aprender a distinguir entre lo urgente y lo importante aparece como una de las primeras metas. “La ansiedad altera nuestra percepción del tiempo, entre otras cosas, y eso dificulta nuestra capacidad para priorizar. Creemos que porque algo nos genera ansiedad, por miedo o por deseo, ‘tenemos’ que resolverlo ya y esa no siempre es la mejor respuesta”, explica Gómez. Para aumentar la productividad, los especialistas siguen recomendando inclinarse por un método de la vieja usanza: tomar lápiz y papel, y trazarse objetivos concretos. “Es recomendable dividir las tareas en cuatro listas (urgente, importante, temas personales -una vez más, urgentes/importantes- y temas en seguimiento)”, explica Colombo. Ya con las listas definitivas habrá que proponerse cumplir en un día al menos con los tres objetivos más importantes de cada una de ellas. Para ver resultados, este ejercicio debe hacerse durante un tiempo prolongado y siempre sobre el mismo soporte. También usar carteleras y otro tipo de registros menos elaborados puede ser útil para tener de manera permanente en radar lo que no debe perderse de vista antes de que termine la jornada.
Otro de los mandamientos para optimizar la gestión del tiempo apunta a no postergar. “Todo lo que podamos resolver en menos de 2 minutos, hay que hacerlo de inmediato”, aconseja Colombo. También contar con un espacio de trabajo ordenado es fundamental para dispersarse con menos frecuencia. Por eso, cada seis meses será necesario archivar, priorizar y, aunque cueste, también descartar.
Descansar, el ‘quid’ de la cuestión
“Descansar es parte del trabajo”. Esta frase del escritor americano especializado en productividad, Brad Stulberg, puede iluminarnos cuando de transformar la relación que tenemos con el tiempo se trata. Cuando el autor incita a tomar aire se refiere a prever descansos fuera del horario de oficina, pero también a no tener miedo de incorporar pausas “inteligentes” a lo largo de la jornada laboral.
Aunque se calcula que la curva de atención y aprendizaje es aproximadamente de 40 minutos -siendo el minuto 20 en el que se consigue el pico de mayor productividad-, cada una deberá encontrar el sistema que mejor se adapte a sus necesidades.
“El descanso programado es una herramienta interesante para mantener la productividad, pero es difícil universalizarla. El mejor indicador es el registro personal que tenemos de nuestro cansancio físico y mental”, resalta Gómez. “Hacer descansos es fundamental para darle tiempo a la cabeza a mirar las cosas de distinta manera, y a que nuestros procesos internos, como la intuición, puedan ampliar sus horizontes y brindarnos nueva información”, sintetiza Gómez. En todos los casos, tanto para quienes trabajan puertas adentro como para las que cumplen horario ‘full time’, las pausas de esta naturaleza son tan aconsejadas como indispensables. Apagar el teléfono por algunos minutos, hacer estiramientos con respiraciones conscientes, salir a dar alguna vuelta manzana por el barrio y hasta leer algunas páginas de un libro que nada tenga que ver con nuestro trabajo, son tan solo algunas de las actividades que los expertos recomiendan hacer durante esta suerte de oasis de tranquilidad en medio una jornada atareada.
También, y para aquellas que puedan permitírselo, dormir una siesta está más que recomendado para aumentar los niveles de productividad. Según un estudio llevado a cabo por la NASA, 26 minutos de descanso serían suficiente para mejorar nuestro rendimiento en un 34% y el estado de alerta general en otro 54%.
‘Mens sana in corpore sano’
Quienes busquen ser más productivas en sus tareas cotidianas no puede subestimar la importancia de llevar adelante una dieta equilibrada y realizar ejercicio físico con constancia.
Todas las mañanas, levantarse con el tiempo suficiente para realizar alguna actividad antes de empezar con la rutina, es lo mejor para encarar las obligaciones más enfocadas y relajadas. “El deporte favorece una mayor y mejor circulación de la sangre, dando como resultado mayores conexiones cerebrales que favorecen el pensamiento creativo. Es por eso que mientras hacemos ejercicio, muchas veces, se nos ocurren ideas o resolvemos conflictos que teníamos pendiente”, explica Gómez. Además, poner el cuerpo en movimiento hará que durmamos mejor por la noche y que logremos tener más energía durante el día.
Aquello que comamos a lo largo de la jornada también tendrá una incidencia directa en los niveles de concentración que alcancemos. En este punto, los especialistas aconsejan hacerle la cruz a la comida chatarra e ir incorporando, lentamente, cada vez más alimentos capaces de ayudarnos a mejorar el rendimiento. Las almendras, nueces, arándanos, granos enteros (por ejemplo, quínoa, arroz y pasta integral), verduras de color verde y el aceite de oliva, entre muchos otros superalimentos, pueden contribuir a que tengamos la mente más activa y enfocada. Empezar el día con una bebida alcalinizante (los famosos ‘smoothies’ verdes, por ejemplo) nos permitirá darle al cuerpo una batería de nutrientes desde las primeras horas, además de ayudarlo a mejorar su metabolismo y digestión.
Otra de las claves es disminuir el consumo de café y no olvidar que estar mejor hidratadas nos ayudará a ser más productivas. Está comprobado que el agua mejora el rendimiento intelectual y que cuando no bebemos la cantidad necesaria, la capacidad de concentración es capaz de caer hasta en un 15%. Para llegar a tomar los dos litros de agua recomendados por día (el equivalente a 8 vasos), nada mejor que tener siempre una botella a mano y no esperar a tener sed para empezar a hidratarse.
Concentrar todos los esfuerzos en llevar adelante una vida más equilibrada, con un combo que incluya el descanso suficiente, actividad física y una dieta energizante, pareciera la única manera de ganar la batalla contra la procrastinación. Porque hoy, como nunca antes, cuanto más relajadas y saludables estemos, más productivas nos volveremos.