De la mano de una de las más grandes narradoras de nuestros tiempos, recorremos una historia de perseverancia, autoconocimiento y de cientos de personajes.
Txt: Carolina Enz
Ph: Gentileza de Carlos Furman
“Ser un buen narrador es un don en el que intervienen la calidad de la voz, la capacidad histriónica y esa virtud indefinible que se llama gracia. Ana Padovani tiene eso, y una aguda sensibilidad literaria para elegir los textos”, aseguró alguna vez Ernesto Schoo.
Ana es madre de dos hijos, esposa, docente y licenciada en Psicología. Siempre sintió una poderosa vocación por lo artístico: se formó como profesora de música pero luego quiso ir más allá y aunque nunca tuvo la intención de ser una actriz convencional, comenzó a estudiar teatro con grandes maestros como Cristina Moreira y Augusto Fernandes.
De esta manera, Ana inició la búsqueda exhaustiva de su propia voz, pero lo que ella no sabía es que para encontrarla primero debía codificar un nuevo lenguaje: “Yo no elegí ser narradora porque nunca había visto uno, la narración y yo nos encontramos; la primera vez que relaté un cuento fue como estar en un partido y que me pasaran la pelota: me golpeó y sentí el impulso de que eso tenía que circular y seguir más allá de mí con la misma fuerza”. Así comienza la historia una de las responsables de introducir y arraigar la narración oral en Argentina en los años 80.
Amadrinada por Niní Marshall, aplaudida por artistas de la talla de María Elena Walsh, aclamada por el público y por la crítica, Ana se posicionó como maestra de este arte. Su trabajo la hizo merecedora de numerosos reconocimientos como el premio a la “Trayectoria Artística” del Círculo de Cuentacuentos en 2012 y “Pregonero Narrador” de la Fundación El Libro en 1995. Hoy, con admirable humildad, coordina el “Espacio de narración de cuentos” en la Feria del Libro de Buenos Aires, dicta talleres, dirige su escuela de formación de narradores, escribe, publica y por supuesto, deslumbra sobre el escenario.
¿Cuál fue tu primer encuentro con la narración?
Siempre tuve un profundo deseo de jugar en escena, y durante unas vacaciones en la costa con mi familia me ofrecí para leer cuentos en una librería en la playa. Después de leer dos o tres días empecé a relatar los cuentos en una suerte de espectáculo improvisado: ese fue el primer flechazo.
¿Cómo deviniste narradora?
De vuelta de esas vacaciones, una amiga me pidió que hiciera lo mismo en un taller para adultos; ahí me propusieron tener mi espacio en La Recoleta y comencé a trabajar allí todos los domingos. Al tomar conciencia de que había iniciado de forma casual en enero y que en julio estaba en el auditorio de La Recoleta sentí un vértigo extremo, nunca me había sucedido algo similar.
¿Cuál fue el siguiente paso?
Luego del vértigo inicial, se tornó más duro porque tuve que vérmelas en el mundillo del arte independiente que no es nada fácil y eso me obligó a autogestionarme, pero abandonar la búsqueda de mi verdad no estaba en mi agenda. Y a finales de ese mismo año me había decidido a interiorizarme con este nuevo lenguaje que en Argentina era tan incipiente que ni siquiera nos conocíamos entre los que empezábamos.
¿Cómo te profesionalizaste?
Me erradiqué en París y tuve la oportunidad de observar y aprender de maestros que venían trabajando hacía tiempo. Sentí que me aprobaban en lo que hacía y cuando estuve preparada volví al país.
¿Te encontraste con lo que esperabas?
Afortunadamente, a mi regreso me llamaban para ir a colegios y a participar de espectáculos y se me fue presentando la narración como un trabajo. La realidad superó mis expectativas. Empecé a armar espectáculos con dirección y a pesar de que al principio no sabía nada de marketing ni de gestión, me instalé en el circuito. Yo sólo quería hacer esto que me gustaba y que a la gente le gustaba, y al cabo de un año dejé totalmente mi antigua profesión –psicología- y jamás volví a ejercerla.
¿Argentina estaba preparada para un nuevo arte?
Por aquellos años existía mucha efervescencia por todos los géneros que surgían de lo expresivo en el arte y que tenían que ver con los espectáculos de pequeño formato. Sin embargo, al principio yo temía que no se entendiese la propuesta, que los críticos lo tomaran como un género menor del teatro y entonces perdiera valor. Pero la propuesta del género, hasta el momento desconocido, se entendió rápida y perfectamente.
¿Recordás tu primera presentación oficial?
En mi primer espectáculo recorría “Las mil y una noches” y al final incluía un texto de Niní Marshall. Fue extremadamente gratificante: no sólo me vino a ver Niní y fue el comienzo de una gran amistad, sino que además las primeras críticas fueron avasallantes. Gerardo Fernández, de Clarín, escribió: “Se equivoca Ana Padovani si dice que esto no es teatro, esto es teatro y del bueno”. Sentí una enorme dicha porque se reconoció el género y se me reconoció a mí.
Al poner todo en perspectiva, ¿sentís que el tiempo te cambió?
Para mí, lo esencial debe permanecer real. El tiempo cambió al mundo y a sus circunstancias, pero de ninguna manera cambió la pasión y el amor por mi profesión. A mí los personajes me habitan y siento la misma necesidad de vivificarlos que cuando empecé. Sigo ejerciendo la profesión como una trabajadora más; tal vez, desde otro lugar porque ahora es un género instalado, pero lo que hago sobre el escenario sigue siendo lo mismo. Siempre digo que el día que no narre un cuento como si fuera la primera vez, lo dejo.
¿Te considerás una emprendedora?
Totalmente. Fui y sigo siendo una emprendedora del arte y debo destacar que vivencié lo difícil que es para cualquier artista independiente abrirse un espacio en este mercado. Lo mío, siempre fue de muy pequeño formato, entonces tuve que optar por la autogestión para preservar mi propuesta personal y artística. Pero esto no me impide germinar nuevos proyectos: resulté escritora y hoy tengo dos libros de ensayos publicados -para mi sorpresa muy exitosos-, continúo trabajando sobre el escenario, doy talleres de narración y hago espectáculos para chicos, entre otras cosas.
Para concluir, Ana se animó con un consejo para los nuevos y futuros emprendedores del arte: “Hay que tener en claro que esto es arte y que por ser artista, uno tiene la obligación para con uno mismo y para con los demás, de encontrar su voz y que por más pequeña que sea, lo importante es que sea genuina. Para ser feliz uno tiene que encontrarse y desplegarse, pero no existen caminos fáciles ni rápidos para hacerlo”. +info_