Sus orígenes asiáticos y africanos se combinan en una mezcla efervescente de tradiciones populares y paisajes mágicos. Con un 80% de especies endémicas, la isla más grande de África posee un patrimonio natural único. Un destino inusual para recorrer de este a oeste al ritmo del sol, regente de la vida malgache.
Txt y Ph: Marianela Mayer
Situada en medio de cerros, Antananarivo es el punto de entrada principal a Madagascar. Al llegar, esta ciudad bulliciosa color tierra aturde un poco al turista y, a su vez, lo invita a zigzaguear entre sus calles. El centro de la capital es un hervidero de gente en el que vendedores ambulantes instalan puestos improvisados a cada paso. Aquí el campo y la ciudad se entremezclan, y la gente vive al día. El casco histórico, coronado por el imponente Rova –el palacio de la Reina–, nos permite descubrir los inicios de Antananarivo y su vínculo con la poderosa dinastía de los Merina, fundadora del reino de Madagascar en el siglo XIX.
Pero la verdadera incursión empieza en Fasan’ny Karana, la estación de ‘taxi brousses’, literalmente “taxis de la sabana”, el medio de transporte malgache por excelencia. Cientos de personas se agolpan para tomar un minibús que los lleve a destino. La espera se hace placentera al conversar con vendedores y pasajeros curiosos. Una vez abarrotado de personas y equipajes –incluidas gallinas o mercancías–, el ‘taxi-brousse’ emprende su viaje hacia el sur sobre la mítica RN7, una especie de Ruta 40 que atraviesa la región de las Altas Tierras hasta el extremo sur del país.
El camino hacia Antsirabe es una sucesión de colinas rojas, cubiertas de terrazas de cultivos y arrozales, que serpentea entre ríos y poblados. El camino está salpicado cada tanto por los grandes monumentos funerarios del pueblo Betsileo, recordándonos que el culto a los ancestros es un elemento fundamental de la identidad malgache. Los vivos y los muertos forman parte de una misma realidad, con ritos particulares.
Valle abajo, llegamos a Antsirabe, la tercera ciudad del país, conocida como la “Vichy” malgache por la fama de sus aguas termales. Rodeada de volcanes, es una buena parada antes de tomar rumbo hacia el oeste. La tranquilidad de sus bulevares es tan sólo irrumpida por el tráfico de “pousse-pousse”, carros con dos ruedas y dos asientos arrastrados por una persona.
El lejano oeste
En el oeste de Madagascar, uno se siente en África. El fuerte calor seco nos advierte que entramos en el país de los Sakalava, antiguo pueblo nómade y ganadero. Aquí las mesetas se confunden con la sábana ocre y rojiza, de la que emergen las siluetas de los enigmáticos baobabs. La mejor forma de adentrarse en estas tierras es haciendo el descenso en piragua por el río Tsiribihina, desde Miandrivazo hasta Belon’i Tsiribihina.
La travesía de tres días es una experiencia en sí misma. A lo largo del recorrido no sólo atravesamos paisajes diversos, sino que también entramos en contacto con los pobladores ribereños, que viven aislados a orillas del Tsiribihina, su única conexión con el exterior. Al grito de “Vazaha, Vazaha” –extranjero en lengua malgache–, los niños nos saludan al pasar. Las noches al borde del río son un momento mágico: un cielo colmado de estrellas y una paz, sosegada por los ruidos de los animales nocturnos.
A mitad de camino nos encontramos con las gargantas de Bemaraha, una zona selvática habitada por camaleones, murciélagos, garzas, tortugas y hasta cocodrilos. Colgando de los árboles aparecen también los famosos lémures, los primates endémicos de Madagascar. La jungla esconde además una cascada de 20 metros con una piscina natural, perfecta para sofocar el calor de la tarde.
En el último tramo, el río deja de ser navegable. Continuamos por caminos de tierra en una carreta tirada por cebúes y luego en 4×4, hasta cruzar nuevamente el Tsiribihina en transbordador. En la otra orilla nos espera Belon’i Tsiribihina, una pequeña localidad portuaria bastante animada, en la que es fácil conectar con su gente.
Edenes naturales
A unos 65km al norte, se encuentra la reserva del Tsingy de Bemaraha, una de las formaciones geológicas más impresionantes del planeta. Patrimonio Mundial de la Humanidad, este extraordinario bosque de piedra fue esculpido a golpes de lluvia y erosión, creando una catedral calcárea de torres puntiagudas, angostas gargantas y cuevas. Hostil por fuera, pero exuberante por dentro: el Tsingy es considerado un santuario de la biodiversidad, con cientos de especies de fauna y flora únicas en el mundo.
Al penetrar en este laberinto kárstico húmedo y oscuro, descubrimos profundos cañones repletos de vegetación. Una selva, en medio de una fortaleza de rocas. De repente, un sonido ensordecedor atrae nuestra atención: son los lémures blancos, que se escurren entre árboles y peñascos. “Por favor, no señale cosas con el dedo, si no quiere provocar la ira de los espíritus”, nos aconseja el guía. Para los locales, esta jungla pétrea es sinónimo de vida: un lugar sagrado con numerosos fady –tabúes culturales–. Recorrer el Tsingy representa también un esfuerzo físico considerable, pero al escalar los casi 30 metros de altura de estos pináculos de caliza, el panorama nos deja boquiabiertos.
Otra joya natural de la región es la llamada “Avenida de los Baobabs”. Al final del camino que une Belon’i Tsiribihina con Morondava, cautiva una veintena de estos árboles milenarios surgir de entre la sabana, escoltando el paso desde sus 30 metros de altura. Legado de los antiguos bosques que poblaban la zona, los baobabs son sagrados para los malgaches: además de ser una importante fuente de recursos, pueden albergar miles de litros de agua en su interior, de ahí que se los llame “árboles botella”. Cuenta la leyenda que el diablo, celoso de su majestuosidad, arrancó a estos gigantes pretenciosos para plantarlos con las raíces hacia arriba. Misteriosos e imponentes, sus extrañas formas crean un paisaje surrealista que se vuelve encantado a la puesta del sol.
No muy lejos, está Morondava. Una ciudad balnearia sobre el canal de Mozambique, conocida como la capital del reggae malgache. Un buen lugar para reponer fuerzas después de tanto trayecto.
Tierra de pirata
Pero si lo que buscamos son playas paradisíacas, tenemos que dirigirnos al este de Madagascar, a la zona tropical sobre el Océano Índico. Allí los cocoteros desfilan a lo largo de un litoral de arena blanca y aguas turquesas.
Uno de los destinos predilectos es la isla de Santa María, situada a tan sólo 12 kilómetros de la costa continental. Antiguo enclave de piratas y corsarios, la isla parece salida de una postal. Un vergel en medio de un arrecife coralino, con playas de ensueño y bahías pronunciadas. Tranquilo y resguardado, este edén natural acoge en sus costas a las ballenas jorobadas, a las que podemos avistar entre julio y septiembre. El único núcleo urbano importante se encuentra en la portuaria Ambodifotatra, cerca de la cual hay que visitar el cementerio de bucaneros. Un lugar digno de “Piratas del Caribe”, en el que descasarían los restos del célebre Capitán Kidd. El norte de la isla es una zona menos habitada y más salvaje, poblada de manglares y playas desiertas, ideal para explorar en moto o cuatriciclo. Al sur, en cambio, hay hoteles y resorts para todos los gustos.
Para quienes quieran evadirse, está el Île-aux-Nattes. Un atolón al sur de Santa María, al que sólo puede accederse en piragua. El tiempo aquí parece detenerse: no hay rutas ni vehículos y la electricidad es escasa. Al internarnos en la jungla, descubrimos un faro abandonado y dos pequeñas aldeas, en las que la gente vive rústicamente. El encanto del sitio lo completa la laguna de arrecife coralino: un mar transparente lleno de vida multicolor, excelente para hacer snorkel. Un rincón en el que dan ganas de ser un Robinson.
Y es que con su inmensidad y exotismo, Madagascar invita a la aventura. Al partir de la Isla Roja, sólo podemos pensar en volver otra vez.
Cómo llegar
LATAM tiene vuelos a San Pablo, desde donde conviene volar por South African Airways, primero hasta Johannesburgo y luego hasta Madagascar.
Idioma
Malgache y francés como segunda lengua.
Moneda
Ariary (1 USD = 3150 Ariary)
Must visit
La Ruta Nacional 7
El Tsingy de Bemaraha
Atardecer en la Avenida de los Baobabs
El atolón Île-aux-Nattes
La costa de la Vainilla
Dónde dormir
Le Karthala en Antananativo: una casa de huéspedes con todas las comodidades situada en un antiguo caserón del centro de la capital. Su amable dueña, Arianne, está 100% a disposición de los visitantes.
www.le-karthala.com
Princesse Bora Lodge & Spa en la isla de Santa María : un resort de lujo, con pequeñas cabañas frente al mar. Destaca la calidad de su restaurante y de su spa. Su muelle sobre el mar es un lugar ideal para ver el atardecer.
www.princesse-bora.com
La mejor foto se saca en: la Avenida de los Baobabs
Tip viajero:
Olvidar el reloj, el ritmo de vida malgache se rige por el sol. Dejemos el estrés y la ansiedad en casa y disfrutemos de los beneficios de una existencia simple y serena.