Historia, paisajes tropicales, cascos históricos y sobre todo, una cultura sabia y alegre, hacen de esta isla un lugar para siempre querer volver.
Txt y Ph: Inés Muguruza y Jorge La Rosa.
La reconciliación diplomática entre la isla de Cuba y EE.UU. puede leerse como una buena noticia. Después de tantos años del bloqueo comercial que Norteamérica le impuso a la isla, este año se encontraron los máximos representantes de cada país para darle fin a la indiferencia.
Pero, con el fin del bloqueo también se pondrá en marcha el reloj detenido aquel 1959 en el que Fidel Castro, Ernesto ¨Che¨ Guevara y Camilo Cienfuegos desembarcaron en la isla y lograron derrocar al gobierno de Batista para instalar la revolución. Desde aquel entonces hubo muchos cambios políticos en el país y el mundo, y los ideales de estos jóvenes muy pronto chocaron con una realidad distinta a la que imaginaron. La revolución y posterior bloqueo detuvieron el paso del tiempo, manteniendo a Cuba alejada del ritmo del resto del mundo.
Hoy la situación está cambiando, y los locales parecen darle la bienvenida a una apertura al mundo. Sin embargo, es posible que también se termine la Cuba de la inalterable arquitectura, sus viejos autos, sus rutinas diarias tan alejadas del estrés y del ritmo de las grandes urbes. Por eso, tal vez sea bueno apurarse para visitar esta isla mágica y antiquísima, antes de que se convierta en algo más.
La Habana de siempre
Viajar a la Habana es viajar a través de la historia, es trasladarse a la época en la que los chicos jugaban en la vereda, en la que no estábamos pendiente del celular ni de sacarle una foto a cada cosa que se nos ponía delante. Todavía no viven a través de una pantalla y eso se nota. Se nota al preguntar alguna dirección y recibir a cambio una gran predisposición a la que ya no estamos acostumbrados y eso da el pie para seguir preguntando, y ellos suelen seguir respondiendo, hasta llegar a tejer lo que podría llamarse una amistad.
Es común escuchar a un cubano quejarse de su situación, y no es para menos, ya que luego de que la Unión Soviética dejó de financiar el sistema, las cosas se pusieron difíciles, y por aquellos tiempos el estado no llegaba a satisfacer las necesidades más primarias. Milanesas de cáscara de mandarina y puré de cáscara de banana eran algunas de las recetas con las que se tuvieron que ingeniar para paliar el hambre. Hoy en día, por suerte, las cosas han cambiado y se vive otra realidad, aunque todavía faltan muchos derechos por conquistar.
Tal vez debido a su dura historia, hay que reivindicar que los cubanos son poseedores de un gran valor, uno que no se compra. Están conectados entre si, están en “la misma” y desde ese lugar se identifican entre vecinos, se ayudan, se acompañan generando una hermandad, y tienen un afilado sentido del humor. Eso se siente cuando uno camina y conversa.
El impacto visual es fuerte para los recién llegados, la imagen remite a la de una ciudad en plena posguerra, parecida a esas que el cine se empeñaba en mostrar a través de su neorrealismo italiano. Pero se necesitan unos pocos minutos para que esa sensación incómoda se convierta en algo placentero, para captar la mística y comprender que ese paisaje de ruinas y escombros esconde tras de sí, una sociedad con mucha cultura, valores y educación.
Caminar y perderse
La Plaza Vieja es un vivo recuerdo de la época colonial. Una fuente central, que en el pasado suministraba agua a los vecinos, hoy ornamenta el espacio.
Es el punto de encuentro de músicos callejeros, artistas, turistas, niños que corren y personas que simplemente se encuentran a conversar. Rodeada de museos, hostales, centros culturales y bares, hospeda también la casa más antigua donde vivió Don José Martín Felix de Arrate, considerado el primer historiador cubano.
En una de las esquinas se ubica Café El Escorial, parada impostergable donde se toma el “el mejor café de todo Cuba”, según los entendidos. Se trata de un café cultivado en la sierra del Escambray en el centro de Cuba, que es tostado y molido en el propio establecimiento.
La historia de Cuba todavía late en los corazones de sus habitantes y el Museo de la Revolución, situado en el antiguo Palacio Presidencial, es una fascinante muestra de ello. Su recorrido nos detallada, apasionadamente, la lucha revolucionaria contra Batista y la historia de Cuba, desde la cultura precolombina hasta el régimen socialista actual. Además, detrás de la edificación, se encuentra el Pabellón Memorial Granma, el yate de 13 metros que fue utilizado para trasladar a Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara junto a otros 80 revolucionarios desde Tuxpan (México) hasta Cuba en 1956.
Nuestro viaje no estaría completo sin llevarnos la foto en el reconocido edificio con la imagen del “Che”. Nos referimos al Ministerio del Interior localizado en La Plaza de La Revolución, una de las plazas más grandes del mundo, donde Fidel Castro hablaba con el pueblo reunido en marchas multitudinarias.
Todo en la Habana denota historia, cultura y trabajo, hasta la diversión. Tomarse un ron en Cuba es casi un deber. Innumerables bares se nos presentan al caminar la ciudad, y el Museo del Ron de la fundación Havana Club, localizado frente al Puerto, es una de las opciones más populares si nos interesa conocer su minucioso proceso de fabricación.
La bodeguita del Medio y El Floridita son otras alternativas que se hicieron mundialmente famosas gracias al escritor Ernest Heminway, quien vivió en la ciudad los últimos 22 años de su vida y concurría allí habitualmente. Se trata de dos bares que nos zambullen en la cultura cubana en un clima festivo y amigable.
Bares, monumentos históricos, clubes, librerías, cabarets, centros culturales en cada esquina y bailes en la calle decoran esta mágica ciudad. Un lugar encantador que atrapa y seduce por la calidez que sus habitantes ofrecen. Una ciudad carenciada de cualquier cosa menos de alegría y hospitalidad.
Colores de Trinidad
Ubicada en la región central de la isla, Trinidad es -sin duda alguna- la cuidad más colorida de todo Cuba. Sus abiertas calles empedradas y su característica arquitectura colonial cuidadosamente conservada nos permite imaginar cómo era el paisaje en la época de la conquista española.
Carros tirados por caballos, vendedores ambulantes y personas ofreciendo alojamiento, ron y habanos en cada cuadra logran una ciudad intensa, dinámica y alegre.
Muy cerca de la plaza principal, una extensa feria de artesanías ofrece todo tipo de souvenirs y productos hechos a mano: bordadoras de oficio realizando delicados diseños sobre enormes manteles y mantas, muñecas de madera con vestidos de colores e instrumentos musicales, entre otra infinidad de chucherías.
Las puertas y ventanas de las casas están siempre abiertas, como invitándonos a ser parte de la vida cotidiana de sus habitantes. Cae el sol y al asomarnos por los enrejados, típicos del siglo VIII y XIX, la novela de la noche parece ser la cita obligada. La ciudad se paraliza.
Es la hora de la cena: arroz, frijoles y pescado. Hasta aquí podría ser cualquier rincón de Latinoamérica, pero si a eso le agregamos que estamos en una casa de familia o ¨paladar¨, como le llaman ellos, la cosa cambia. No podemos irnos de ninguna ciudad de Cuba sin visitar alguno de ellos y disfrutar de una riquísima comida casera.
Mas tarde, con la luna ya muy alta, arte y música en cada rincón crean una atmósfera fascinante. Pequeñas “galerías de arte” escondidas por toda la ciudad exponen obras de autores locales que pintan en vivo, cantan y nos invitan a compartir un brindis y charlar.