Ciudades modernas y anticuadas, poblados medievales y campiñas atemporales constituyen el encanto original de Portugal. Absorto en su ilustre historia, el país ofrece una alquimia de sitios y paisajes única en Europa.
Txt: Marianela Mayer
Ph: Vincent Fortin y Marianela Mayer
Dadas las reducidas distancias y el buen estado de su red de carreteras, Portugal es un destino ideal para recorrer en auto. Atravesar el país de norte a sur supone un viaje de casi 600 kilómetros en el que pueblos pintorescos se alternan con urbes animadas, y playas kilométricas entrelazan montañas y bosques. La historia y la tradición están presentes en todos los rincones, invitándonos a explorar un patrimonio monumental, artístico y arqueológico de categoría.
Entre ríos y verdes colinas
El río Miño es la frontera norte de Portugal con España. A sus orillas se halla Camiña, una hermosa villa medieval de casas bajas, que vive hoy del artesanado y de la pesca. Situado en una posición estratégica sobre el estuario, el poblado está rodeado de una fortaleza amurallada, antigua defensa frente a los ataques hispanos. Errar por sus callejuelas es la mejor forma de descubrir sus encantos, como la Torre del Reloj, la Iglesia Matriz o el impresionante altar dorado de la Iglesia de la Misericordia.
Bordeando la costa hacia el sur y remontando el río Cavado, llegamos a Barcelos, cuna de la leyenda del Gallo de Portugal. Fue en esta pequeña ciudad que un peregrino gallego acusado a la horca injustamente, fue salvado gracias al canto de un gallo asado. En el museo arqueológico, localizado en las ruinas del Palacio de los Condes de Barcelos, podemos ver el crucero del Señor Gallo que habría sido esculpido por el propio penitente en el siglo XIV. Además del notable casco histórico, Barcelos cuenta con un robusto puente medieval aún en uso.
Unos 40 kilómetros al suroeste, se encuentra el exquisito Guimaraes. “Portugal nació aquí”, un letrero en la entrada de sus murallas nos indica el importante papel que jugó el poblado en la fundación del país. Aquí Alfonso Enríquez ganó la decisiva batalla de San Mamede, que le permitió coronarse como primer rey de Portugal. Guimaraes es también uno de esos pueblitos a los que hay que ir al menos una vez en la vida. Declarado Patrimonio de la Humanidad en 2001, la historia se respira en sus calles.
La mejor forma de conocerlo es de arriba hacia abajo, empezando por la Colina Sagrada. Allí podemos ir a ver el Castillo de Guimaraes del siglo XI, la Iglesia de San Miguel del Castillo, donde fue bautizado Alfonso I, y el Palacio de los Duques de Bragança del siglo XV. Cuesta abajo, está la estrecha calle de Santa María, antigua arteria principal del viejo Guimaraes que conserva su majestuosidad medieval. La rúa termina en el centro, una zona a recorrer sin prisa entre sus plazas. Para finalizar el paseo a la altura, vale la pena tomar el teleférico que nos lleva a la montaña da Pena y disfrutar de un increíble panorama.
Tras serpentear entre verdes colinas salpicadas de poblados, llegamos a Oporto, la segunda metrópoli del país. Situada en la ribera del Duero, la ciudad tiene un carácter especial que hechiza al visitante. Quizás sea su bella decadencia, vestigio de un paso glorioso aún resplandeciente. Quizás sea su informalidad, la ropa colgada de sus balcones forma parte de su atractivo. O quizás sea su atmósfera jovial: el barrio Cais da Ribeira y sus bares son garantes de una noche animada. En todo caso, necesitamos de unos días para explorarla y exprimir su esencia.
Sus calles son un sube y baja a través de los cuales podemos perdernos durante horas. En la Avenida de los Aliados se concentran los monumentos históricos más importantes, como la catedral, la barroca Torre de los Clérigos, el mercado de Bolhao y la estación de tren Sao Bento con sus 20.000 azulejos que relatan la historia de Portugal. Oporto no sería igual sin sus puentes, gigantes brazos de metal, entre los que destaca el Don Luis I realizado por Gustavo Eiffel. Un lugar mágico al atardecer, cuando la ciudad se cubre de un aura dorada. Cuna del vino más famoso de Portugal, no podemos irnos sin hacer una cata del dulce oporto en las bodegas situadas en la vecina Vilanova de Gaia.
El corazón de Portugal
Dividida en dos por el curso del Mondego, se halla la nostálgica Coímbra, una ciudad a conocer al ritmo del fado que resuena entre sus empinadas callejuelas. Los techos rojos, las casas azulejadas, sus dos catedrales y la calzada empedrada dotan a la villa de un aire romántico y melancólico. Cuna de las ciencias y de las letras, Coímbra está dominada por la antigua Universidad, fundada en 1290, impronta de su identidad. El histórico campus, declarado Patrimonio de la Humanidad, está distribuido alrededor del Patio de las Escuelas. Allí podemos visitar la Capilla de San Miguel y su órgano barroco, el Paraninfo y la excepcional Biblioteca Joanina, guardiana de más de 300.000 obras del siglo XII al XIX. Y es que Coímbra huele a libro. Incluso en la parte baja de la ciudad, más comercial y mundana, los simpáticos cafés y bares están llenos de estudiantes, vestidos con sus tradicionales capas.
A tan sólo dos horas de ruta, se encuentra Lisboa. La capital lusitana es una urbe entretenida y alegre fácil de abordar, a pesar de sus numerosas cuestas. Al deambular por sus calles y avenidas, el encanto lisboeta salta a la vista. El castillo de San Jorge colgando sobre el folclórico barrio de Alfama, el neogótico elevador de Santa Justa, o la peatonal Rua Augusta culminando en la neurálgica plaza del Rossio, son algunas de sus joyas. Sin olvidar la elegante Plaza del Comercio, ubicada frente a la desembocadura del Tajo, con el extenso puente Vasco Da Gama de fondo. La vida además se palpita en sus numerosas plazas, lugar de evasión y de reunión de sus habitantes.
El atractivo de Lisboa se extiende también a sus alrededores. El barrio de Belém cuenta con dos sitios declarados Patrimonio de la Humanidad: el monumental Monasterio de los Jerónimos, arquetipo del estilo manuelino, y la Torre de Belém, antigua fortificación defensiva de la entrada del puerto. A un tranvía de distancia, se encuentra la señorial Estoril y su famoso casino, un destino tradicional de la aristocracia europea. Caminando por su costanera, podemos llegar al blanco Caescaes, un pintoresco poblado de pescadores con agradables playas en las que bañarse. Otro paseo imperdible a las afueras de capital es Sintra, un pueblito rebosante de mansiones y palacios.
El cálido sur y sus infinitas playas
Al tomar la carretera nacional que contornea la costa hacia el sur, kilómetros y kilómetros de playas y escarpados acantilados nos escoltan a lo largo del trayecto. Atrás queda la agitación de las grandes urbes, en esta parte de Portugal la naturaleza pasa a ser la protagonista. El parque natural del Sudoeste Alentejano es el trecho de litoral mejor conservado de Europa. Paraíso de los amantes del surf, ofrece un abanico de playas agrestes para elegir. La lista es larga, pero recomendamos Zambujeira do Mar, Monte de Clérigo, Arrifana y la Bordeira.
Para ver un atardecer de película, el faro del cabo de San Vicente es el sitio indicado. Con la niebla anaranjada posada en lo alto de los acantilados y el sol poniéndose sobre el Atlántico, el punto más occidental de Europa se vuelve encantado. No muy lejos se encuentra Lagos, ciudad histórica del Algarve, conocida tristemente por haber albergado el primer mercado de esclavos europeo. Puerto importante de la ruta de las Indias, sus murallas y fortalezas dan testimonio de los ataques sufridos por piratas e invasores extranjeros.
La costa de Lagos es además una de las más bonitas del Algarve, cuyo mejor exponente son las grutas y cuevas esculpidas en los acantilados de la Ponta da Piedade. Solemne y auténtico, Portugal es un país fascinante de punta a punta.