Paseamos por Roma, Florencia, París y Ámsterdam, recorremos sus callecitas y cruzamos sus puentes más famosos y emblemáticos. Además, descubrimos las historias que los rodean, lo que sucede a su alrededor y su innegable belleza.
Txt Y Ph : María Clara Mayer
Algo mágico envuelve a esas ciudades a las que las atraviesa un río. Será tal vez una cierta melancolía y aventura la que trae aparejada el agua, y sobre todo, la posibilidad de atravesarla.
Además de su arquitectura antiquísima, la belleza de Europa también está presente en sus puentes, que no sólo ayudaron a forjar la historia de la región, sino que crean un presente único para la ciudad, lleno de actividades, leyendas y encuentros. Así, los corazones de ciertas ciudades europeas como Roma, Florencia, París y Ámsterdam laten también a través de sus puentes y por medio de ellos. En esta nota, nos adentramos en aquellas construcciones que enlazan horizontes.
Romance italiano
Roma es un museo a cielo abierto, con historia en cada calle y esquina. Muchos barcitos que piden a gritos que uno frene a probar algún plato de pasta acompañado de un buen vino. Puestos de helados que atormentan a cualquiera que esté a dieta y miles de restaurantes con manteles cuadriculados rojos y blancos. Entre tanto frenesí gastronómico, histórico y cultural, queda poco tiempo para ver la ciudad tranquila, para pasear y perderse por las calles. Pero si uno tiene la suerte de contar con tiempo, y se atreve a cruzar los puentes de Roma a distintas horas, se encontrará con varias sorpresas.
Uno de los más fotografiados de la ciudad es el bellísimo Puente Sant’ Angelo que atraviesa el río Tiber, famoso por sus cinco arcadas decoradas con figuras de ángeles. Destinado a unir el distrito de Ponte con el de Borgo, el puente de mármol travertino finaliza en el Castel Sant’ Angelo. Cuenta la leyenda que en el año 590, durante una gran epidemia de peste que golpeó la ciudad, el papa de aquella época vio al Arcángel San Miguel sobre la cima del castillo envainando su espada y poniéndole fin a la peste. Para conmemorar la aparición, la estatua de un ángel corona ahora la vieja construcción.
El puente cambia mientras avanza el día. Bien temprano por la mañana miles de personas lo utilizan como atajo para llegar al centro de la ciudad, por lo que se ven muchos trajes, tacos y gente apurada. A medida que transcurren las horas, el paisaje es otro: cámaras de fotos, filmadoras y los primeros vendedores. Desde el mediodía uno puede comprar desde carteras imitación Louis Vuitton, mini esculturas de una Vespa o su propia caricatura. Muchos italianos también se agrupan en los jardines que rodean el castillo para hacer ‘picnic’ o tomar un recreo del trabajo.
A la tarde comienzan a aparecer los músicos callejeros. Guitarristas, trompetistas e incluso cantantes de ‘rock’, van amenizando lo que resta del día, hasta que finalmente cae el sol y todas las miradas se las lleva nuevamente el puente. Los ángeles hacen contraste con el color fucsia del cielo, la gente empieza a volver a sus casas y las luces del puente se encienden, junto con la luz que ilumina el ángel del castillo, un gran punto de referencia para caminar de noche por la ciudad.
Para salir de noche no hace falta desviarse mucho de aquí: debajo del puente se encuentran varios barcos o balsas preparadas para ofrecer infinidad de tragos, cervezas y distintos estilos de música. Incluso hay una milonga donde la gente se acerca para aprender a bailar tango o para sentirse un poco más cerca de casa.
Por su parte, el puente más antiguo de Europa -construido totalmente en piedra- es el Ponte Vecchio (Puente Viejo) en Florencia. Su particularidad reside en que se construyeron negocios todo a lo largo del puente, a excepción de un tramo en el medio con tres arcos, por los que se puede observar la antigua ciudad. Según cuentan, las tiendas se ubicaron en el puente porque allí uno estaba exento de pagar tasas e impuestos. Se cree además, que el término “bancarrota” se originó en este puente. En aquel entonces, cuando un vendedor no podía pagar sus deudas, los soldados rompían su mesa o puesto para la venta, impidiendo que siga ofreciendo sus mercancías.
Una de las experiencias inolvidables en Florencia es subir a la Plaza Michelangelo durante el atardecer y disfrutar de una cena en el lujoso restaurante La Logia. No sólo es uno de los más antiguos de la ciudad, sino también el de mejor vista, ya que desde ahí se puede apreciar toda la ciudad y ver cómo el sol se pone por detrás del Ponte Vecchio.
Je t’aime Paris
Si hay una ciudad famosa en el mundo por sus puentes y por la historia que encierran, es París. Dicen los parisinos que uno debe elegir un puente y visitarlo cada vez que pueda. Pero esa es una tarea difícil, teniendo en cuenta que en los 13 km en los que el Senna atraviesa la ciudad, hay 37 puentes y pasarelas, bellísimas todas.
Un buen programa para admirar los distintos cruces, monumentos y la ciudad en general desde un punto de vista diferente, es hacer un paseo en barco por el río. El mejor horario es al atardecer, cuando se disfruta la paz del ocaso y también se ve cómo se van prendiendo las lucesitas de las casas. Una linda forma de entender porqué se conoce a París como la ciudad de la luz.
Comenzamos el recorrido por el Pont Neuf (puente nuevo), que a pesar de su nombre es en realidad el más antiguo y el más largo de la ciudad. Su importancia se debe también a que conecta las orillas de la ‘Isla de la Cité’, el corazón de París o el antiguo centro. El puente dispone de aceras para los peatones y “balcones” en forma de semicírculos donde la gente suele descansar y los vendedores, poner sus puestos. Es un monumento más de la ciudad, muy querido por los parisinos y protagonista de eventos especiales: en 1985 fue enteramente envuelto en polietileno por el artista plástico Christo y en 1994 el diseñador Kenzo lo cubrió de flores.
París, la también llamada “ciudad del amor”, no podía no contar con un puente dedicado a eso. El Puente de las Artes une el Instituto de Francia con el Museo del Louvre y es donde desde hace tiempo, los enamorados de todas partes del mundo van a poner un candado con sus iniciales. La costumbre fue inspirada en el libro “Tengo ganas de ti” de Federico Moccia, donde los protagonistas hacen el gesto en el Ponte Milvio de Roma.
Sin embargo, hace poco, el gobierno de Francia pidió a los turistas que en vez de colgar candados, se tomen ‘selfies’, ya que los laterales del puente de metal se estaban desprendiendo por el peso.
El puente Alejandro III es considerado el más bello de los puentes parisinos. Uniendo la explanada de Les Invalides con el Petit Palais y el Grand Palais, fue construido en el 1900 y lleva el nombre del ‘zar’ ruso en honor a la alianza entre ambos países. Cuatro imponentes columnas de 17 metros de alto con estatuas de Pegasos en bronce dorado, se encuentran en las extremidades del puente, y 32 columnas de hierro forjado con candelabros, se encargan de iluminarlo.
A los costados del Senna se ven grandes espacios que la gente aprovecha de distintas formas. Hay quienes pasan el día sentados en los bancos, leyendo, quienes cuelgan hamacas paraguayas y duermen una siesta, y también varios adolescentes que los usan como punto de encuentro.
Una ciudad, más de mil puentes
Se ha dicho que Ámsterdam tiene más canales que Venecia, más cafés que Viena y más puentes que París. Y todo ello es cierto. La capital holandesa tiene nada menos que 1281 puentes. Algunos de ellos son increíblemente románticos, otros son auténticas proezas de la ingeniería, y otros simplemente, son imposibles de definir. Además, los concéntricos canales del centro de Ámsterdam han sido nombrados recientemente Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La mejor forma de visitarlos todos es subirse al medio de transporte preferido por los holandeses: la bicicleta. Así podremos ver el “Torensluis”, el puente más antiguo de Ámsterdam, que se conserva en su estado original. Además, es el más ancho, con 39 metros de extremo a extremo. Debajo de él se pueden observar ventanas con barrotes de una antigua prisión.
Posiblemente uno de los puentes más originales sea el “Python Bridge” o Anaconda: un puente con formas sinuosas de 93 metros de largo. Y otra construcción que merece ser nombrada, es la que cruza el canal del Rin. Este puente para ciclistas y peatones es el más largo de Holanda, y el primero suspendido. Con sus 780 metros de largo, su rareza reside en que sólo está sujeto en un extremo. El puente fue diseñado por los mismos creadores del Puente del Milenio de Londres.
Otro imperdible, es el puente “Magere Brug”, el más estrecho de la ciudad. La historia cuenta que dos hermanas muy ricas vivían en lados opuestos del río Amstel y como querían visitarse todos los días, mandaron a construir el puente.
Como en Roma, debajo de los puentes de Ámsterdam hay mucha vida. Miles de personas viven en casas flotantes atracadas en los canales. Todas poseen su propio estilo. Incluso existe un museo sobre este tipo de viviendas ideadas por los ‘hippies’, quienes fueron los primeros en vivir dentro de los canales.
Sin duda, los puentes dan vida a las ciudades; son puntos de encuentro, miradores y hasta ‘shoppings’. Sirven para conectar historias, crear recuerdos y perderse en los mágicos atardeceres que regalan. Una forma diferente de explorar el viejo continente.