Una semana en Irlanda

Ochenta mil km² parecen poco para abarcar el sinfín de sus relatos, horizontes y secretos. La isla de Irlanda es anfitriona de los más fascinantes escenarios, cada rincón con su historia, leyenda y mito. En esta nota, qué recorrer en una semana sin perderse lo mejor.

Txt: Belén Gonzalez Mazza Ph: Gentileza Tourism Northern Ireland y Pixabay

En las ciudades nos seduce el enigma de su gente, entre la simpatía y el cinismo. En la ruralidad somos vencidos por sus hipnóticos paisajes incrustados en acantilados y eternos campos verdes con majestosas ruinas.

Dividida en dos países, parte de la Unión Europea y parte del Reino Unido, Irlanda destila un aroma ambiguo que cautiva a sus visitantes. La continua sensación de que nos queda mucho por descubrir. A continuación, recorremos apenas el perímetro de sus misterios.

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Dublín

No por tratarse del punto más representativo, sino por haber sido alguna vez la capital de la isla entera, comenzaremos por Dublín. Fundada por vikingos, invadida por ingleses, hoy gobernada por irlandeses. Baile Átha Cliath, el nombre gaélico de la ciudad, mucho progresó desde que fue nombrada “Laguna Negra” debido a sus aguas pantanosas. Una nación que pasó por 67 levantamientos y vio a más de un cuarto de su población migrar luego de la Gran Hambruna de 1800. La ciudad de Oscar Wilde y James Joyce conecta al visitante con el pasado de esta tierra para comprender mejor la melancolía de sus habitantes.

El choque cultural que conforma el ADN de los dublineses hace de estos, personalidades realmente multifacéticas. Hospitalaria y dueña de un humor muy particular, aunque a veces fría y en ocasiones algo agresiva, su gente -como mucho en esta ciudad- parece tener dos versiones, y para interpretar de buena manera al dublinés es importante tener presente esta dualidad.

Los idiomas oficiales son gaélico e inglés; el gaélico es al que honran, pero inglés es el que realmente hablan, relegando a este primero frases hechas y decires muy puntuales como el recurrente grito de guerra “Sláinte” (se pronuncia “Sloncha”) que se deja escuchar a cada rato en el ‘pub’ y significa “salud”.

A pesar de ser una ciudad católica (más del 85% de la población lo es) sus dos principales catedrales son protestantes: Saint Patrick y Christ Church, ambas imponentes y piezas fundamentales para la arquitectura de la ciudad.

Saint’s Patrick’s Cathedral se irgue en pleno centro de la ciudad. Una maravillosa construcción que data del Siglo XIII, de tradicional arquitectura gótica y poseedora de uno de los coros más relevantes de todo el continente, es uno de los puntos obligados en el recorrido de la ciudad.

A tan sólo unas pocas cuadras aparece Christ Church, la más antigua de las catedrales medievales de Dublín. Fue fundada por vikingos en el siglo XI y si bien puede considerarse más llamativa por fuera que por dentro, en su interior hay bellísimas construcciones tipo ‘vitreaux’ y coloridos pisos de cerámica.

La ya mencionada ambigüedad que propone Dublín, obliga a quien esté hablando de sus iglesias, a también hablar de sus bares. Es que así como el dublinés que se reconoce como ‘hard worker’ también sabe cómo divertirse.

Temple Bar es donde la ciudad late. Célebre por sus pubs, la zona concentra la oferta gastronómica y de entretenimiento principal de Dublín. Veinte cuadras de adoquines, cerveza tirada y música en vivo que atrae a turistas y locales a toda hora (y hasta las 3:30 am por ley). Es justamente en los pubs donde se podrán degustar los típicos platos irlandeses como el estofado irlandés, de carne de cordero, y el estofado de ternera y Guinness.

Y hablando de Guinness, a pesar de la gran oferta en el reino de la cerveza, nadie destrona a esta cremosa y tostada ‘dry stout’. Extranjeros y lugareños la reconocen como la mejor y tan solo parece competir con su propio y más reciente lanzamiento: la Hop House. Es la línea rubia de la casa Guinness que se ha vuelto un imperdible de Dublín. Se puede visitar la cervecería recorriendo cada proceso de su elaboración, que culmina con una pinta de regalo para degustar en el mirador 360° de su último piso con una panorámica de la ciudad.

Antrim

Alejándose tan solo nos pocos kilómetros de las ciudades, ya nadie podrá negar que el apodo “La isla Esmeralda” es perfecto para Irlanda. El eterno verde de sus campos escolta incondicionalmente al viajero.

Al adentrarse en el condado de Antrim -en Irlanda del Norte- el pueblo de Glenarm, tan pequeño como mágico, da la bienvenida para una breve parada a orillas del Canal del Norte. Entre mayo y septiembre se puede visitar su castillo amurallado del siglo XV, pero durante todo el año el bosque de Glenarm está abierto a quien quiera aventurarse en la espesura de su manto en un paseo ligero y deleitante.

La travesía rumbo norte continúa siempre acompañada de panoramas fascinantes donde las autopistas ceden el lugar a estrechos y encantadores caminos. No sorprende que estas rutas hayan sido de inspiración para muchas ficciones. Entre ellas se encuentra Dark Hedges (Los Setos Oscuros, en español), una avenida de hayas plantada hace más de dos siglos que permanece majestuosa y maravilla a quienes la transitan. Se trata de una de las rutas más fotografiadas de Irlanda del Norte debido a su belleza, que transporta a un cuento de hadas. El camino se tornó aún más popular luego de haber sido set de filmación de la serie Game of Thrones.

Alcanzando la jurisdicción de la organización conservacionista Nationl Trust, espera Carrick-a-Rede, uno de los puntos más septentrionales de Irlanda del Norte. Es hogar de los más impresionantes senderos costeros entre montañas y rocas. La atracción principal es el puente colgante de sogas que une las tierras con una isla y su pesquería de salmones. El puente funciona en la actualidad desafiando los miedos de todo quien se atreva a cruzar los 20 metros de largo de avasallantes vientos y olas rompientes bajo más de 25 metros. Tener siempre en cuenta que el puente es de sogas y madera.

Bordeando la costa, unos pocos kilómetros más adelante, la imponente Calzada del Gigante se hace notar. Declarada Patrimonio de la Humanidad y Reserva Natural Nacional, atrae por sus curiosas formaciones hexagonales sobre el mar al pie de colosales montañas. Estas –aproximadamente- 40.000 columnas de basalto son el resultado de un proceso de enfriamiento de lava en una caldera volcánica. Pero, por supuesto, para toda explicación geológica existe una más poética. La leyenda habla sobre la enemistad de dos gigantes, uno de Irlanda y otro de Staffa, isla escocesa que también presenta columnatas basálticas. De tanto arrojarse piedras entre sí, los gigantes formaron un campo de piedras sobre el mar el cual terminó por ser hundido cuando el gigante de Staffa salió huyendo de Irlanda al ver el tamaño de su adversario, para así impedir que llegara a Escocia.

La última parada antes de dejar Antrim es el épico Castillo de Dunluce. Erigido prácticamente sobre el mar en el siglo XIII, las ahora ruinas medievales parecen haber sido talladas en el borde de un precipicio. Presenta un mágico e imperdible espectáculo frente al mar de Irlanda, yaciendo entre prominencias de tierra, rocas y agua.

Galway

Atravesados los condados de Donegal, Sligo y Mayo, la costa oeste será anfitriona en esta oportunidad. Los árboles cada vez más tupidos de verde y más amplios los caminos de campos cercados por piedra y ganado.

Llegando al condado de Galway, una de las visitas obligadas es la Abadía de Kylemore. Enmarcada en los paisajes entretejidos de montañas, valles, lagunas y pantanos de la región de Connemara, la edificación aparece solemne sobre las aguas de un lago. La fachada fue originalmente el castillo de Kylemore de la familia Henry en 1800 y luego, en 1920, pasó a funcionar como el convento de monjas benedictinas. Se pueden visitar los jardines victorianos, los bosques que rodean el lago Kylemore y la iglesia de estilo neogótico que construyeron las monjas.

En el corazón del condado se encentra su capital, la ciudad de Galway. Allí lo autóctono se vuelve palpable, mezclado con el aire fresco que traen los estudiantes que llegan a sus dos universidades. La colorida ciudad portuaria es atravesada por el río Corrib, y a su orilla se puede apreciar el Arco Español, uno de los atractivos históricos del lugar.

En la emblemática Quay Street es donde todo sucede. Este pintoresco paseo peatonal está colmado de negocios, pubs y restaurantes siempre listos para deleitar al invitado con la sopa del día y la cerveza o ‘whisky’ de la zona. Notas celtas invaden sus callejones, ya que la música en vivo y los bailes tradicionales jamás cesan por ahí.

Apenas dejando el condado de Galway y pasando al de Clare, es donde se siente el real clima atlántico. Entre la niebla se abre paso la inmensidad de los acantilados de Moher. Si bien debe su nombre a las ruinas del fuerte “Mothar”, hoy la única construcción que queda es la Torre de O’Brien, el mirador que recibe turistas desde 1800. Todo lo demás es tierra verde, cuevas, precipicio y la eternidad frente al océano. Esta ruta bien fue nombrada como la “Salvaje costa Atlántica”, donde se oye la furia del océano desarmarse al pie de esta pared de hierro que alcanza, en algunos puntos, hasta 240 metros de alto.

Las ruinas llenas de magia y belleza son moneda corriente alrededor de toda la isla. Pero hacia el final del viaje se encuentra una de las más hechizantes. Rock of Cashel se alza sobre las colinas del condado de Tipperary, haciendo alarde de un robusto esplendor que hace justicia de lo que una vez fue. Habiendo servido como hogar a los reyes de Munster desde el siglo V, las estructuras que perduran en su mayoría pertenecen al centro eclesiástico que le sucedió. Desde su cementerio de cruces celtas, se puede apreciar la extensión de los campos y los restos de la abadía de Horey, donde nadie podrá dudar que se encuentra pisando tierra irlandesa.