Una nueva generación de diseñadores mezcla técnicas de antaño con ideas de vanguardia en talleres renovados y distendidos. Lejos de las computadoras, se relacionan en cuerpo y alma con las antiguas máquinas. Aquí, los exponentes del letterpress en Argentina.
Txt: Catalina Pelman
Ph: Inés Muguruza
El letterpress es el viejo sistema de impresión ideado por Johannes Gutemberg, que permite imprimir el papel mediante presión, dejando una huella y textura -como si fuera un grabado-, con o sin tinta. Sin embargo, no es común ver este trabajo artesanal en los talleres actuales, donde se producen grandes cantidades en muy poco tiempo y a un bajo costo.
Unos pocos diseñadores gráficos cambiaron su rumbo profesional y hoy se dedican a trabajar con este método íntegramente manual, que aporta un valor agregado a piezas como tarjetas personales, postales e invitaciones.
Rescatar el oficio
Las diseñadoras Natalia Raíces y Paula Vergottini están al frente de Papel Principal, en un estudio-taller muy pintoresco en el barrio de San Telmo. Allí imprimen postales, tarjetas e invitaciones en cuatro viejas prensas tipográficas. Estudiaron juntas y hace una década abrieron su estudio, donde diseñaban principalmente páginas web. Tiempo después, entraron en una crisis profesional: “nos empezamos a preguntar qué queríamos hacer realmente”, recuerda Natalia. Fue ella quien, durante un viaje a Londres, leyó un libro que compilaba el trabajo de diseñadores estadounidenses y europeos que habían armado sus propias imprentas artesanales.
Con esa lectura inspiradora y el gusto por las tareas manuales que ambas traen desde la infancia, comenzaron a investigar sobre el oficio: “Estábamos buscando de alguna manera salir del monitor de la computadora, tener otro tipo de contacto con los materiales y que nuestros diseños no quedaran sólo dentro de la PC”. En esa exploración, Natalia hizo un posgrado en tipografía en la Universidad de Buenos Aires y Paula se sumó al cuerpo docente de la materia Morfología, en la misma casa de estudios.
Ese primer acercamiento al letterpress fue inocente, porque comenzaron el recorrido “atraídas por el resultado de los trabajos que veían”, pero con el andar descubrieron “que detrás había algo más profundo, un oficio que empieza a desaparecer y un saber que no está en los libros”. Hoy trabajan con cuatro viejas prensas: la más liviana pesa 500 kilos, y ellas mismas hacen los ajustes cotidianos. Sin embargo, las cuestiones más complejas de mecánica las resuelve Pepe, “un señor de 77 años con mucha vitalidad que arregla maquinas desde los 14”.
Paula y Natalia descubrieron que cada máquina encierra la historia de su anterior propietario. Por ejemplo, cuando fueron a un taller para comprar unas cuñas, el dueño no quiso vendérselas. Por el contrario, Guillermo -que había trabajado con esas herramientas desde los 7 años- se las entregó y les pidió: “Devuélvanmelas después de muerto”. “Ahora, cada vez que usamos las cuñas pensamos en él, y en la responsabilidad que tenemos de transmitir este conocimiento y estas historias para que no mueran”, asegura Natalia. Estas dos afortunadas diseñadoras se han encontrado con personas muy generosas, que les han brindado desinteresadamente el saber para desarrollar el oficio.
Libertad de exportación
En 2008, cuando el diseñador Federico Cimatti conoció -por error- a un tipógrafo, nació Prensa La Libertad. Por ese entonces, Federico realizaba acciones en la calle, “stencileaba” mensajes, dejaba espacios para que los transeúntes completaran, y huía. Sus obras, especialmente sus afiches, ya recorren el mundo: se expusieron en distintas ciudades de Estados Unidos, América Latina y Europa.
Para este diseñador, la impresión tipográfica es una cuestión de cuerpo y alma. Es que el trabajo artesanal en la imprenta plantea una relación física con los objetos y las herramientas: “la tipografía se puede tocar, sentir su textura y eso mismo es lo que imprime, algo tan directo y simple”, explica. “Con mi obra personal tengo una relación terapéutica, prefiero el formato afiche por los desafíos que presenta y por su historia, porque desarrollar una pieza lleva alrededor de un mes, y también es parte del proceso poner en crisis las cosas”, asegura.
Según la mirada crítica de Federico, la producción visual actual tiene una falencia fundamental: “hay poca reflexión sobre la práctica”. Para él, la gran cantidad de horas que lleva frente a la vieja máquina lo sumergen en un “mantra mecánico” y lo hacen pensar incluso sobre la definición de su propia labor. Siempre interesado por las implicancias políticas y sociales del rescate de los oficios, aclara: “Yo no hago letterpress, yo hago impresión tipográfica”.
Jugar con soldaditos de plomo
Durante sus primeros pasos en la carrera de Diseño Gráfico, Natalia Lee debió hacer un relevamiento de imágenes en espacios abandonados y eligió un taller que estaba en la esquina de su casa: “Tomé registro de esa imprenta y me obsesioné con la idea de imprimir manualmente”, recuerda.
Al comienzo, la difícil búsqueda de una máquina tipográfica la desalentó. Pero, con la ayuda de su novio y la amabilidad de un señor de José León Suárez, Natalia consiguió a su primera compañera de aventuras, que vino con un burro y tipografía de regalo. Como no tenía experiencia específica en letterpress, se acercó a la Fundación Gutenberg, donde el bibliotecario le recomendó algunos libros que le permitieron ir aprendiendo el oficio “como por correo, a la antigua”. Dos semanas después, el aparato se rompió por una rajadura que tenía en la parte central y que estaba disimulada por la pintura: “Mi madre siempre me dice que se aprende pagando o perdiendo plata, así que redoblé la apuesta y compré otra, la que hoy me acompaña”, explicó.
Para montar Bruta-Bruta, Natalia también contó con el apoyo de sus padres y su familia: “ellos aprendieron a callar los comentarios de ‘eso no es trabajo para una chica’ y terminaron incentivándome”. Además, su novio “aguantó los viajes y mudanzas de equipos por todo el conurbano. El nombre Bruta Bruta, surgió justamente en las primeras semanas, cuando no hacía más que romper cosas”, recuerda.
Esta diseñadora disfruta de trabajar con sus manos, de poner el cuerpo al proceso de producción de una pieza: “Es esa postura de la mano a la hora de colocar cada tarjeta para imprimir la que hace la diferencia, así como advertir el milímetro de tinta de más en la máquina que estropea todo, sentir el peso y la textura del papel; el plomo es un objeto bello y también el cuadratín, ese vacío que también tiene forma y cuerpo”, explica.
Para ella, el letterpress “es como jugar con un ejército de soldaditos de plomo”, donde cobran vida todos los elementos de diseño. “No se trata sólo de diseñar lindo, sino de entender cuáles son las estrategias para una impresión más práctica y rápida, cómo explotar al máximo cada entrada en la máquina, cómo se trabaja con tintas y cuáles son sus posibilidades”, afirma.
En cuanto a la impresión artesanal, Natalia asegura que “siempre va a tener esa calidez y esa impronta que las cosas digitales nunca van a tener”, y reconoce: “mi obsesión por hacer las cosas lo más perfectas posible hace que el cliente se lleve, junto con el producto, una partecita de mí”.
El oficio de la impresión tipográfica renace en Estados Unidos y Europa. Y de la mano de estos tres talleres, Argentina se sube a la ola de la tendencia que busca reinstalar el letterpress en el mundo del diseño gráfico y acercarlo a las nuevas generaciones. Un trabajo manual que da pelea en la era digital.