Repensar las formas en las que se dan los procesos de aprendizaje dentro del colegio pone en cuestionamiento no solo contenidos, programas y métodos de evaluación, sino también al espacio físico. Símbolo de lo que se busca que pase dentro del aula, la disposición de los elementos que la componen son una herramienta que posibilita la construcción de una educación que tenga al alumno como centro.
Txt: Soledad Gherardi
Existe una imagen que, históricamente, ha representado a la escuela tradicional: alumnos sentados en pupitres, uno detrás de otro mirando al frente, hacia una pizarra desde la que un adulto imparte conocimientos. Fiel a los criterios y necesidades de la Revolución Industrial, la escuela actual continúa replicando muchos de los mecanismos educativos que, tiempo atrás, buscaban moldear a los alumnos para adaptarse con facilidad a las jornadas laborales fabriles.
Sin embargo, los cambios sociales y las características de las nuevas generaciones pusieron al modelo en jaque. La necesidad de una escuela integradora, facilitadora de una educación de calidad que contemple las diversas realidades e intereses de sus alumnos, demanda un replanteo del sistema. Todos los elementos que componen a la escuela se contemplan en esta transformación. Desde contenidos actualizados, planes de estudio más flexibles, métodos de evaluación personalizados y mayor capacitación docente, a nuevas didácticas y pedagogías que inviten a niños y jóvenes a sentirse cómodos y permanecer en la escuela. Dentro de esos nuevos paradigmas, la forma en la que se utiliza el espacio físico dentro del aula, adquiere una importancia fundamental.
Para explicar la relación entre ambas dimensiones, Teresa Chiurazzi, arquitecta y especialista en educación, elige citar la frase del escritor y fundador del Centro Internacional de la Cultura Escolar, Agustín Escolano Benito, que expresa: “La arquitectura escolar es una forma silenciosa de enseñanza”.
“Al contemplar que la escuela enseña también a través de su arquitectura, entendemos que puede impedir o facilitar formatos alternativos; restringir o permitir lo individual y lo colectivo, lo escolar y lo extraescolar; dificultar o promover la movilidad y el encuentro; promover la homogeneidad o la heterogeneidad”, profundiza Chiurazzi y agrega: “la arquitectura de la escuela puede contribuir al ejercicio del control o habilitar condiciones para actuar en libertad”.
Como punto de partida, es preciso determinar qué es lo que se busca que suceda dentro del aula. La disposición de sus elementos, alentará o inhibirá determinados comportamientos y actitudes que serán funcionales al tipo de aprendizaje y enseñanza buscado.
“El entorno va a ajustarse a la propuesta didáctica del docente y a la concepción que tiene de promover aprendizaje de calidad y generar oportunidades para que los estudiantes se apropien de experiencias enriquecedoras”, establece Delia Azzerboni, profesora de educación inicial y licenciada en Psicología.
Cambiar el aula
El carácter histórico y tradicional de la escuela como institución hace que su permeabilidad a los cambios sea lenta y ampliamente discutida. De todas formas, basta con asomarse a un aula para descubrir que el uso del espacio ha comenzado a experimentar diversas modificaciones.
“Si bien el aula sigue siendo muy parecida a aquella tradicional, existen muchos cambios en relación a la disposición de los cuerpos en el uso del espacio”, manifiesta Lucía Litichever, Investigadora de FLACSO y UNIPE (Universidad Pedagógica). “Los estudiantes ya no se sientan rígidamente mirándose las nucas, sino que ocupan el espacio de forma más distendida. Los pupitres individuales permiten distintos agrupamientos para distintos tipos de actividades, mientras que la presencia de más de un pizarrón por aula, da lugar a otros movimientos y crea diversos espacios en los que se centraliza el trabajo”, describe.
La posibilidad de que los alumnos puedan debatir, interactuar y llegar a soluciones comunes a partir del trabajo en grupo es parte de un enfoque que busca poner al alumno como centro y productor del conocimiento. Modalidades, como la organización en círculos o en forma de U, con o sin sillas, son otros formatos que propician la interacción y promueven dinámicas diferentes.
Para Gabriela Gervasio, Licenciada en Educación y Facilitadora de la asociación civil educativa Educere, la creatividad es fundamental para concebir esta nueva escuela. “Creo que tenemos que mirarla con nuevos ojos, casi olvidándonos de lo que es, para partir de qué queremos que sea, pensar nuevas maneras. Si queremos una escuela que vincule, debemos pensar en espacios cómodos, que favorezcan la circulación y donde las formas de agrupación puedan adecuarse a los distintos momentos de una clase”, explica.
También habilitadores de nuevas formas de aprendizaje, los avances tecnológicos no solo llegan al aula de la mano de pantallas digitales, dispositivos móviles y el uso de internet, sino que se potencian con las llamadas aulas multisensoriales. Utilizadas principalmente para el aprendizaje de niños con capacidades diferentes, la combinación de ‘hardware’ y ‘software’ permite configurar y controlar distintos dispositivos electrónicos que trabajan en la estimulación de los sentidos.
Las más diversas modalidades pueden ser válidas al momento de repensar el espacio escolar. La propuesta del docente acerca de cómo quiere que sus estudiantes se relacionen entre sí, cómo quiere que se posicionen en relación al conocimiento y cuál será su intervención en el proceso, serán premisas fundamentales para esta construcción.
“No podemos enseñar a estudiantes que se apropian del conocimiento en cualquier espacio, no solo en la escuela, de una forma que tiene que ver con el siglo pasado. Es necesario permanentemente, reflexionar acerca de cómo mejorar lo que se hace en el interior de la escuela e implementar nuevas prácticas pensando en que los que nos desafían son nuestros estudiantes”, opina la licenciada Azzerboni, quien afirma que los estudiantes se sienten motivados y respetados por el docente al ver que este promueve la curiosidad y el interés a través de alternativas variadas.
El encuentro como clave
“El aula tiene que ser un lugar donde haya de todo: imágenes, letra, música, sonidos, sensaciones y calidez para que todos los sentidos estén estimulados. Cada vez más, una escuela debe parecerse a un lugar donde la gente se reúne. Ese encuentro que se tiene que dar en las aulas será el que potencie el aprendizaje”, expone Gabriela Gervasio.
Concebida a partir de una noción vertical de la relación docente-estudiante, y con una modalidad unilateral y estática en el modo de propiciar el conocimiento y el aprendizaje, la escuela busca transitar un proceso de modernización que le otorgue una perspectiva de apertura y flexibilidad, donde se piense al alumno como sujeto protagonista. El desarrollo de disposiciones innovadoras y apropiadas para las múltiples instancias de enseñanza y aprendizaje se puede alcanzar a partir de un debate colectivo.
De acuerdo a la arquitecta Chiurazzi, arquitectos y educadores deben colaborar en la construcción de una nueva propuesta arquitectónica-pedagógica que trabaje sobre las cualidades en lugar de las cantidades, y que sugiera priorizar las actividades y sus requisitos, así como los vínculos entre sus integrantes, los de la escuela con su entorno y los del interior con el exterior.
Para Chiurazzi, este programa también debe indagar en cuestiones ocultas. “Debe permitir repensar los baños, si los queremos como los de la casa o los del regimiento; la acústica del comedor, si ruidosa o confortable para también aprender allí y sociabilizar; el patio, si es para formar o un espacio con huerta, juegos, espacios verdes”, detalla y especifica: “Quienes actúen deben despojarse de los modos habituales del formato escolar y apartarse del listado frecuente que enumera locales, dimensiona y cuantifica”.
Vicedecano de la Facultad de Formación de Profesorado y Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, Santiago Atrio Cerezo resalta el objetivo final del proceso educativo y establece que la escuela debe servir para formar ciudadanos con pensamiento crítico. “Precisamos alumnos que sepan debatir, capaces de defender sus postulados y de admitir otros que incluso los lleven a modificar su percepción inicial”, dice y establece que para ello, el estudiante deberá aprender a documentar, a hablar en público y a defender su postura sin generar una defensa a ultranza. “Para eso necesitamos espacios cómodos para trabajar en grupo, espacios de reflexión para preparar la documentación y espacios de auditorio para preparar las exposiciones y debatir con comodidad”, concluye el español.