Atelier fuerza

Con su pincel en la mano y a pura garra, Manuel Paz se fue metiendo en el mundo de la pintura a trazo firme. Ahora que juega en primera, redobla la apuesta e inaugura su propio atelier galería, donde también brindará talleres para contagiar su potencia creativa.

Txt:Catalina Pelman Ph:Gentileza artista

Manuel Paz cuenta historias cotidianas con personajes de líneas rectas y colores plenos sobre papel, tela o madera recuperada. Su obra, de lenguaje simple y esencia compleja, conquista a grandes y chicos tanto en las ferias como en las redes sociales.

Todo empezó en 2015, cuando renunció a su trabajo en Telefé y no volvió a dedicarse a la escenografía, “no porque reniegue de ella sino porque hay que hacer foco en algo”. Le costó emprender el cambio, pero acompañado de su familia y amigos aprovechó el envión y avanzó casilleros con ritmo constante: abrió su tienda virtual, expone sus cuadros en múltiples ferias y galerías, recibe el apoyo de Alba Artística, se hace espacio para el trabajo solidario e integra el Club de la Pintura.

Y como si fuera poco, cuatro años después del gran salto, abre las puertas de su nuevo atelier en Hudson y se prepara para una nueva edición de Feria BADA.

Acrilico sobre bastidor, 120 x 80 cm – 2019.

¿Cuál es el balance de estos últimos años, desde que te dedicaste totalmente a la pintura?

Estoy haciendo lo que siempre soñé. Agradezco haberme animado a dar el paso, con el acompañamiento de mi psicóloga, de mis amigos y de mi familia. Si no, creo que me hubiese quedado 20 años más pensando “¿cuándo voy a poder dejar el laburo para dedicarme a lo que más me gusta?”. Me estaba costando pintar y trabajar: necesitaba hacer una cosa al 100%. Y creo que dio sus frutos por dedicarme así, de lleno. Por supuesto, tenía la posibilidad de hacerlo, de probar, no todo el mundo la tiene. Mi mérito es haberlo aprovechado.

¿Cómo te sumaste al Club de la Pintura?

En el Club somos cuatro: Milo Locket, Ricky Crespo, Tito Khabie y yo, que me sumé último. A Milo no lo conocía personalmente, sí a su obra, que me encanta. En una feria en la que yo exponía por primera vez, se acercó, conversamos un rato y me compró una obra. Eso me voló la cabeza, el reconocimiento de un par, pero no cualquiera sino uno al que admiro. Un día lo visité en su taller y me preguntó: ¿Querés dar clases acá? Venite el lunes y contás sobre tu obra. Fui, no una sino tres veces, y así empezamos una amistad desinteresada con él y con Ricky y Tito, que ya formaban parte de ese espacio. Con el Club de la Pintura tenemos un taller en Central Park, además salimos a recorrer el país para compartir lo que hacemos con los chicos.

¿Qué aspectos de tu obra cambiaron y cuáles permanecen?

Yo creo que la esencia de la obra permanece, aunque yo soy inquieto y voy buscando todo el tiempo, explorando en los materiales, la forma de pintar, qué contar. Pero tal vez, como tengo un lenguaje tan simple, resulta más difícil. Este es el primer año que pinto obras sin los personajes, más abstractas. Eran bocetos que yo tenía, no me costó pintarlos pero sí mostrarlos porque tenía miedo de que no transmitieran la misma esencia.

Justo en estos días, mudando el taller, me encontré con obras de hace diez, quince y hasta 20 años atrás y el espíritu está. Hay cosas que fueron modificándose y estaría bueno traerlas de vuelta. Por ejemplo, vi cosas de color que había perdido. Ahora estoy como más radical, uso colores más plenos; antes tenía una paleta más variada. Las figuras no eran tan duras y hay cosas de escritura que antes incluía y que estoy retomando con el diccionario ilustrado.

¿Cómo surgió el diccionario ilustrado?

Es un juego que vengo haciendo hace mucho, pero lo empecé a mostrar ahora en las redes sociales. La idea es agarrar el diccionario con los ojos cerrados y elegir una palabra al azar. Confieso que a veces me salteo algunas porque son imposibles, pero por lo general lo respeto. Después escribo la palabra, su significado y trato de contarla de manera visual. La gente se engancha, me pide palabras puntuales y, aunque no es la idea por ahora, lo voy a abrir en algún momento.

En realidad es parte de mi proceso creativo, me sirve para buscar disparadores igual que los escritores en un taller literario. Me ayuda a no repetirme, sobre todo con el lenguaje tan simple que tengo yo. Hay palabras que, por el tipo de dibujo que fui armando y que hoy tengo, son difíciles de plasmar. Pero resuelvo esa situación de incomodidad, le busco la manera.

Acrilico sobre bastidor, 120 x 80 cm – 2019.

¿Qué proyectos significativos tuviste en estos últimos años?

Hace unos años pinté en las oficinas de Facebook en Argentina y fue un impacto muy grande por lo que significa pintar un mural ahí adentro. Tal vez en este tiempo estuve enfocado en proyectos de otra índole: pinté un mural enorme en un comedor de Quilmes que se llama Filochicos. Si bien no tiene la repercusión y el nombre de Facebook, fue un proyecto muy importante para mí. También pintamos con Milo un mural en la sala de espera de mujeres del Hospital Roffo.

Además, desde el año pasado estoy visitando colegios, jardines e instituciones que me invitan. Eso es algo que aprendí del trabajo solidario de Milo y que me da mucho placer hacer. A veces pinto en vivo solo o con los chicos, otras veces dejo un cuadro, depende del proyecto. Me gusta tratar de vincular la obra con algo social en la medida de lo posible ¡Me gusta pintar! Así que adonde me invitan voy.

¿Por qué decidiste mudar el taller?

Primero, el taller me quedaba chico. Hoy necesitaba salir un poco, ampliar mi vidriera, poder dar clases. Me pareció muy interesante la idea de estar en un shopping, un centro comercial, que no es muy común en un atelier. En Adrogué está Gallery Sur, pero este nuevo espacio es tres en uno: galería, atelier y taller de clases.

Con la escenografía siempre trabajé afuera, y estar estos años en casa estuvo bueno, pero llegó un punto en que atendía al sodero, al jardinero, les hacía la leche a los chicos, y me costaba separar y focalizar. Ahora estoy a cuatro minutos de mi casa, cualquier cosa voy, los busco en el colegio, estoy para el almuerzo.

¿Cómo afecta la situación que atraviesa el país?

Es un momento complicado para el país y el arte está a la cola de las necesidades, pero creo que también es un nicho en el que la gente se resguarda para sentirse bien pintando o comprando una obra aunque sea chiquita. Además, yo trato de que mi obra sea accesible.

Podría quedarme encerrado en el taller, y es respetable. Pero yo, si bien soy tímido, también soy muy sociable y me gusta mostrar lo que hago, compartir y vender mi obra. Creo que no hay que avergonzarse de eso, es digno. Yo pinto lo que tengo ganas, lo que me gusta, lo que siento. Y obviamente que quiero que eso se venda, porque es lo que me permite seguir pintando el cuadro siguiente.

¿Cuál es tu principal desafío hoy?

¡Dar clases! Que no son clases, son talleres. Hay una diferencia ahí: yo no voy a enseñar pintura. La idea del taller, tanto para chicos como para grandes, es acompañar a cada uno a hacer su obra, a pintar lo que tenga ganas y darle las herramientas materiales y conceptuales necesarias. Digo que es un desafío porque si bien vengo dando clases y talleres esporádicos, nunca lo hice con la constancia semanal.

¿Y tu obra preferida?

Hoy me pasa que las obras en madera, los ensambles, me divierte muchísimo hacerlos porque es muy lúdico. Ahora no tengo ni idea, estoy más mareado, aunque algunas he guardado. Yo vendo todas las obras, salvo alguna que me voy quedando y las cuelgo en mi casa porque me marcaron. En una entrevista anterior dije que mi preferida era la de un hombre en la cima de una escalera que se preguntaba: “¿y ahora?” La había pintado cuando ya tenía la casa y a mi primera hija, y me intrigaba saber cómo seguiría el cuento.

¿Y ahora?

¡Y ahora tengo tres hijos! Y el taller, pero hay mucho por hacer, por crecer con la obra, con su llegada y con la obra en sí misma. No tengo apuro, lo estoy disfrutando en todos los pasos. Tengo un montón de cuadernos con ideas anotadas, con series que no desarrollo porque no tengo tiempo, porque por suerte tengo mucho trabajo.

Yo pinto mucho y entro en una vorágine difícil de frenar. Es que hago el tipo de obra que mi ansiedad me permite hacer: con lo ansioso que soy no podría pintar óleo. A mí me gusta trabajar por ‘layers’ en dos bastidores grandes o diez pequeños al mismo tiempo y no puedo estar tres meses con el mismo cuadro. No porque sea mejor o peor, me saco el sombrero por la calma que tienen. ¡Pero yo en un año quiero pintar 300 cuadros! Por eso, un par de veces al año, me siento a pensar para dónde va la obra, paro un poco.

¿Cuál es tu fortaleza?

Yo tengo una fortaleza muy chiquitita que es dibujar. Y no soy un buen dibujante, pero soy un dibujante expresivo. Yo potencio eso, hago foco ahí y le doy para adelante. Mirá con la fortaleza con la que me gano la vida yo, ¡haciendo dibujitos!

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