La ciudad como lienzo

Luego de muchos años de estar ligado a actos vandálicos, el arte urbano logró construir un reconocimiento que lo posiciona como un elemento transformador del espacio público y provoca atracción en turistas y vecinos, tanto en Buenos Aires como en otras grandes capitales del mundo.

Txt: Soledad Gherardi Ph: Gentileza artistas

Un joven se detiene frente a una amplia pared en el barrio porteño de Palermo. Acomoda su escalera y comienza a ordenar tachos de pintura y pinceles a su alrededor. Poco después, gruesas líneas cruzan el muro de lado a lado, para proyectar formas que se completan con vibrantes colores. Detrás suyo, un grupo de turistas y transeúntes toman fotos y disfrutan de la intervención.

Esta escena, que hoy podemos apreciar como un episodio de arte urbano, décadas atrás hubiese sido contada de una manera distinta. El graffiti, término de origen italiano proveniente de ‘graffito’, nació como una expresión callejera de mensajes propagandísticos, para después transformarse en una modalidad que pretendía inmortalizar firmas o frases en objetos o paredes del paisaje urbano. Adjudicado principalmente a individuos disidentes, rebeldes o de sectores marginales, su ejecución solía asociarse con una acción negativa hacia la ciudad, que dañaba esas superficies que hacían de lienzo y significaba la detención para sus autores, en caso de ser descubiertos por la policía local.

Grandes capitales como Nueva York, Londres y Berlín sobresalen como las precursoras de este fenómeno. Sin embargo, el paso del tiempo y las variaciones experimentadas por el graffiti, lograron cambiar su apreciación y terminaron por integrarlo a la cultura popular.

Rápidamente, esa aceptación se extendió a distintos rincones del mundo y dejó de lado su nombre original para comenzar a ser definido como arte urbano. Fue así como, en Latinoamérica, las paredes de Buenos Aires y San Pablo se caracterizaron por atraer a cientos de artistas locales e internacionales dedicados a colorear la ciudad.

“El arte urbano atravesó su fase de legitimación algunos años atrás. Un punto clave fue la primer muestra que se hizo en la Tate Gallery de Londres en 2008”, explica Pablo Harymbat, uno de los artistas a los que se puede observar en distintos espacios de la ciudad con sus pinturas “retrofuturistas”, tal como él las define. En relación con los principios que dieron origen a estas manifestaciones, para él, el arte en el espacio público “es una declaración político-democrática. Es la democratización de la estética”.

Para Pum Pum, también responsable de múltiples obras que ilustran los barrios de la ciudad, el arte urbano es una disciplina en constante cambio. “Hace muchos años que varias generaciones de artistas avanzan, modifican e interactúan con otras disciplinas”, establece, para resumir que esa transformación hizo inevitable el avance de su aceptación.

Impacto en el espacio urbano

En Capital Federal, el arte urbano está regulado por la Ley de Muralismo, pronunciada en 2009, que se presenta como un intento de las autoridades por dar un marco institucional a concursos, reglamentación, asignación de presupuesto para obras, y por mantener un registro de artistas, con el objetivo de incentivar la disciplina.

También a nivel local, existen distintas organizaciones sin fines de lucro, como Graffitimundo, dedicadas a apoyar a una serie de artistas y potenciar sus esfuerzos individuales por medio de la promoción de recorridos y difusión.

“Buenos Aires es una ciudad muy activa, sobre todo en los últimos años. Hay un crecimiento de artistas que salen a pintar, que exponen, que debaten, que aportan miradas distintas a la ciudad. Me gusta la dinámica de lo que pasa en la calle”, remarca Pum Pum.

Rutas tradicionales, emergentes, con visitas guiadas o para admirar en forma independiente, dirigen a los interesados -o simplemente curiosos- a barrios como Palermo, Colegiales, Villa Crespo, Congreso, Barracas, Montserrat y La Boca para encontrar algunas de las piezas artísticas urbanas más icónicas de la ciudad.

En 2005 explotó el arte urbano y ahora hay cada vez más jóvenes que pintan murales. Muchos municipios están usando al muralismo para embellecer lugares venidos a menos, como una alternativa económica. Sin embargo, aún faltan más iniciativas tanto privadas como de instituciones públicas”, manifiesta Pablo Harymbat.

La incidencia de los municipios se revela en artistas como Sofía Eugeni, quien se acercó al arte urbano en 2013 con un mural realizado en Villa La Ñata, en el Partido de Tigre.

Además de haber plasmado su obra en el Hospital Materno Infantil Dr. Florencio Escardó y en un túnel en Pacheco, Sofía fue una de las participantes en el Programa “Pintó Tigre”, en el que 60 artistas intervinieron las persianas de los principales centros comerciales del partido. “El municipio donde vivo y trabajo le da mucha importancia al arte, y yo estoy feliz de poder aportar”, comenta.

En esa producción abierta y gratuita, disponible para todo aquel que la quiera observar, la adaptación de elementos públicos se extiende más allá de un acto estético y termina por consagrarse como una forma de intervenir el espacio circundante.

“El arte urbano transforma el espacio público. Le suma valor a un lugar que tal vez estaba degradado”, opina Sofía Eugeni, autora de lo que describe como arte rimbombante, un estilo prolijo y siempre colorido. Pum Pum coincide: “Decididamente, el alcance del arte urbano en el espacio público es muy grande. La circulación de gente en la calle es enorme, de modo que genera una interacción con el entorno y los habitantes”. Y reconoce: “Lo más interesante de trabajar en la calle es que, por un lado, no necesitás el acotamiento de una galería para mostrar tu trabajo, y, por el otro, el proceso de pintar es un punto de contacto con los vecinos y transeúntes, que termina generando una experiencia muy nutritiva y siempre distinta”.

 

Una oportunidad para las marcas

Las marcas han detectado el atractivo de este fenómeno y, desde hace algunos años, comenzaron a relacionar sus nombres con el ámbito del arte urbano. Su presencia inunda las calles y la vía pública, en un formato que se aleja de la cartelería tradicional y se alinea con esta práctica cultural, a través de la cual busca crear vínculos emocionales con sus potenciales consumidores y desarrollar una personalidad determinada.

Así lo explica Pablo Harymbat, quien asegura: “En general, las marcas no tienen identidad, por eso buscan asociarse a la personalidad de otras cosas y en este caso es a la de los artistas”. De acuerdo a Pum Pum, el aumento en la cantidad de empresas que deciden vincularse con artistas callejeros, ocurre en paralelo a la expansión continua que experimenta el arte urbano. “Muchas marcas se acercan de manera respetuosa. Entienden el trabajo y se logra una colaboración entre las partes. A medida que esta tendencia es más común, se sientan bases de mutuo acuerdo para trabajar en coherencia con la obra de cada artista”, explica.

La línea que separa al arte urbano del arte -tal vez tradicional-, se vuelve cada vez más difusa. La constante evolución del trabajo, así como el padrinazgo otorgado por las marcas y gobiernos, lograron legitimar una disciplina que, tiempo atrás, solía verse como una práctica por fuera del sistema. La suma de obras que se revelan al recorrer las calles de una ciudad, transforman el espacio público y lo consagran como un gran lienzo al aire libre sobre el cual -diariamente- los artistas construyen un museo a cielo abierto.