Texturas Sureñas

Con el pincel y el óleo Como aliados, se abre Camino en el mundo artístico a través de su total inmersión en el paisaje. La búsqueda de texturas y relieves le permiten plasmar en el lienzo las emociones que le provocan los más diversos escenarios naturales. un pintor joven que sueña con llevar los paisajes de su Patagonia natal por todo el mundo.

Txt: Catalina Pelman Ph: Gentileza Guido Ferrari

Guido Ferrari nació en San Carlos de Bariloche, pero creció en Villa La Angostura. Cursó la carrera de Diseño en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y estudió Animación de Cine en la Escuela de Arte Multimedial Da Vinci. Sin embargo, destaca que su mayor academia es la pintura “au plein air” (al aire libre, en la naturaleza), donde des- cubre colores, composiciones y sentimientos que no puede encontrar en fotos o en el atelier.

De la mano del arquitecto Alfredo “Chino” Yuen, su profesor de dibujo en la Escuela Da Vinci, emprendió su camino a paso firme. También lo acompaña el maestro Georg Miciu, que con 50 años de carrera en la pintura, es un referente local en la representación de escenas urbanas y campestres.

Sus cuadros ya forman parte de la exhibición permanente de los hote- les Llao Llao, Correntoso y Calfuco Wine Hotel. Tiene 23 años y ya participó en muestras de Nueva York y diversas ciudades argentinas, pero está emocionado porque pronto expondrá por primera vez en el centro de convenciones de Villa La Angostura, el pueblo que lo vio crecer.

Un poco dibujante, un poco escultor, amante de la música, pero sobre todo pintor, Ferrari todavía no se anima a evaluar su emergente pero prometedora carrera artística. Sin embargo, está convencido de que la diferencia es su vínculo “sólido, indestructible” con la naturaleza.

¿Qué te inspira?

Aquí en Villa La Angostura se encuentra fácilmente cualquier rinconcito para pintar: mientras haya luz puedo descubrir un sentimiento para plasmar. Sin embargo, me gusta recorrer los bosques y montañas en busca de ambientes más salvajes y territorios casi inexplorados por el humano. Por eso, lo que más tiempo lleva es la búsqueda de estos lugares. Pero en el camino encuentro aventuras de todo tipo: nieve, agua, ríos y montañas para escalar.

Además, siento que el color y la magia de la naturaleza -con los cambios constantes, las criaturas, los sonidos y los aromas- son más que una fuente de inspiración para lograr una obra que me satisfaga: la naturaleza es mi mejor escuela, mi estado ideal, mi armonía. En este momento, el color y la composición se llevan casi mi total atención en una obra.

¿Qué significa pintar ‘au plein air’?

Mis obras incluyen plantas, bosques, lagos, ríos, arroyos, nieve y mu- chos animales, incluso aquellos que se consideran muy difíciles de avistar por estar en peligro de extinción, como los ciervos Pudú, que llegué a pintarlos porque los vi en la Isla Victoria. Pintar al aire libre implica que la mayor parte de mis pinturas están empezadas y termi- nadas afuera. Pero esas aventuras al aire libre siempre sorprenden. A veces, la misma naturaleza es quien termina mi obra: como cuando el agua de lluvia o la nieve sobre el lienzo generan una textura especial, una rugosidad que tal vez yo no había buscado. En otras oportunidades, las hojas -o incluso los insectos- caen en la trampa del óleo.

¿Cuánto hay de copia en ese proceso?

Muy poco, nada. Pinto la naturaleza pero no la copio: observo las nubes, la lluvia, la nieve, el viento, el sol, la luz. Van apareciendo imágenes que cambian cada segundo; no es posible copiar. Entonces, busco capturar y plasmar en el lienzo lo más importante: la emoción, lo que siento cuando observo.

¿Cómo es tu rutina para pintar al aire libre?

Personalmente, no tengo horarios fijos para pintar porque creo que los mejores momentos de la naturaleza surgen espontáneamente y duran -a veces- tan solo unos minutos. Además, los escenarios varían según la estación del año. Sin embargo, mi rutina es bastante pareja: salgo a pintar unas 4 o 5 veces por semana. La pintura al natural me da la vivencia que necesito y quizás no puedo encontrar en una foto. Pero cuando pinto en mi atelier lo hago desde el recuerdo de algún momento vivido o intentando llegar a algo que vi, pero que en ese momento no pude pintar porque no tenía los materiales conmigo. Podría decir que el trabajo en el taller me da la constancia necesaria para la salud de la rutina, es un orden necesario.

¿Cuánta Patagonia hay en tus obras?

Expuse y pinté en Nueva York y varias ciudades del Argentina, pero siempre que estoy afuera añoro mi lugar en el mundo: la Patagonia. Entonces, mi mejor remedio es pintarla para tenerla siempre cerca. Además, ¡el ‘plein air’ se vuelve plenísimo en la Patagonia! Quiero consolidar mi carrera, seguir pintando e interpretando la naturaleza para mostrarle al mundo, a través de mis obras, lo hermosa que es la Patagonia.

¿Cómo te definís en tu faceta artística?

Si bien dibujo mucho, esculpo un poco y me gusta la música, me defino esencialmente como pintor. De mi familia cercana soy el primer pintor por ocio, pero a mi abuelo y a mi madre también les gusta mucho el dibujo y la pintura.

Hoy siento que tengo un ‘back’ interesante y me enorgullece que se me reconozca, pero también sé que soy un artista emergente y que con mis 23 años aún tengo mucho para crecer. Tengo toda la vida para aprender y eso me da muchas ganas y fuerzas para seguir.

¿Qué buscas provocar en el público?

En este mundo acelerado todos tenemos que cumplir con ciertas rutinas, esos quehaceres del día a día. Por eso buscamos un escape, tal vez un ritual. Y el mío es el arte, la pintura. Entonces, intento que el espectador conecte con mi obra y pueda escapar conmigo. Busco una complicidad que parte de la sensibilidad, cualidad que considero fundamental en la carrera de un artista.

¿Qué pasa cuando vendes un cuadro? ¿Te cuesta desprenderte?

No, porque no tengo preferidos. Tal vez los tienen mi familia, mis amigos o mis clientes, pero no yo. Lo que sí me pasa es que me ena- moro de los momentos en los que pinté ciertas obras: esos instantes mágicos que me regalan el bosque y la naturaleza. El público reac- ciona de forma diferente porque se acercan personas de gustos muy variados. Por eso, me gusta compartir todos los debates con ellos y estoy presente en todas las exhibiciones que hago. Cuando vendo un cuadro, más allá de la transacción comercial en sí, me resulta grati – cante saber que alguien quiere tener algo que hice yo y que le llegó. Cuando conozco a quien elige una de mis obras -y eso ocurre en la gran mayoría de las ventas- siento que hay una conexión, que de al- guna manera pude llegar a una parte del interior de esa persona… y es una sensación muy fuerte.

MALAMADO – 2018 Óleo sobre tela

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