Viajar en tiempos de Wi-Fi

Desde su aparición, Internet no solo transformó a la industria del turismo tal como la conocíamos, sino también la forma en la que los viajeros interactúan entre ellos. En la era digital, los trotamundos van por el planeta abriéndose puertas y dejándose pistas para recorrerlo de una manera diferente.

Txt: Laura Piasek Ph: Gentileza unsplash

Comprar un vuelo ‘low cost’ a último minuto, armar la valija con la ayuda de una app y definir el itinerario en base a las reseñas que otros turistas dejaron en un sitio web especializado. A esta altura, nadie puede negar que la tecnología revolucionó la forma en la que las personas salen a conocer el mundo. Si hace poco más de una década atrás, los viajes comenzaban a palpitarse recién después de la visita a la agencia turística, hoy en día los viajeros tienen a un click de distancia todos los recursos para planificar, sin intermediarios, sus escapadas a otras latitudes.
Las cifras no hacen otra cosa que demostrarlo: según un estudio de Google Travel, el 74% de los turistas planean sus viajes de manera online y tan solo el 13% sigue eligiendo hacerlo en una tienda física. Internet, primero, y las aplicaciones móviles, después, se encargaron de hacerle la vida más fácil a los viajeros de la era digital. Pero la web no solo consiguió destronar al agente de carne y hueso, y a las tradicionales guías en papel, sino que también se convirtió el asistente perfecto para acompañar a los visitantes durante sus aventuras lejos de casa. Google Traductor y Maps, Airbnb y TripAdvisor son tan solo algunas de las palabras, al mejor estilo ábrete sésamo, para atravesar fronteras sin morir en el intento.

De viajes, algoritmos y apps

Las crisis económicas y los desastres naturales de los últimos diez años no han podido frenar el avance arrollador de la industria turística, que ya es considerada como una de las más pujantes de la economía mundial. De acuerdo con un estudio de laWorld Tourism Organization, se calcula que para 2030 los visitantes en destinos internacionales llegarán a los 1.800 millones. Esta tendencia no solo demuestra la buena salud de la que goza este sector y la mundialización en ascenso sino también que los turistas, a fuerza de acumular sellos en sus pasaportes, se han vuelto cada vez más autónomos y exigentes. Por eso, no debe asombrar que las principales empresa inmersas en este negocio hayan entendido a tiempo la importancia de poner a la tecnología de su lado del mostrador para ofrecerle al usuario aquello que busca, a veces incluso antes de que se disponga a buscarlo. Hace tan solo algunos años atrás la irrupción de los metabuscadores comparativos de aéreos y alojamientos (como el escocés Skyscanner y el alemán Trivago) le dieron a este nuevo viajero empoderado el empujón que necesitaba para empezar a planificar sus viajes con flexibilidad, eficiencia y, sobre todo, siempre al costo más bajo. Más tarde fueron los chatbots (programas de software) los que saltaron de otras industrias directamente a la turística con el objetivo de poner los datos a merced de la experiencia del viajero. De la mano de estos robots, que atienden del otro lado de las pantallas las 24 horas del día los 365 del año y en todos los idiomas, la posibilidad de tallar experiencias a medida escaló al siguiente nivel.

Así, los algoritmos desembarcaron en este sector para demostrar que la última palabra en materia de personalización y viajes todavía no estaba dicha. Pero las posibilidades que Internet abre para el turista no se limitan solamente a la preparación de sus escapadas, sino también a todo lo que sucede una vez que se desembarca en el destino elegido. Con el ‘smartphone’ en la palma de la mano puede tomarse un Uber para resolver el traslado desde el aeropuerto hasta el hotel y orientarse en una ciudad desconocida o traducir frases enteras gracias a Maps.Me, Moovit, Google Traductor y Babbel.

Internet, la arena del turismo colaborativo

Allá por 2008, y por la falta de alojamientos disponibles debido a un congreso, dos amigos compraron tres colchones inflables para su loft en San Francisco y pusieron estas plazas improvisadas en alquiler. En pocas horas, consiguieron sus primeros clientes y se dieron cuenta de que detrás de esta idea había una sólida oportunidad de negocio.

Estos dos compañeros de piso eran nada más y nada menos que Joe Gebbia y Brian Chesky, dos de los tres fundadores de la Airbnb, la plataforma de alquiler de casas online más importante del mundo que ha conseguido revolucionar a la industria de los viajes y darle impulso, de una vez y para siempre, al turismo colaborativo. Después de que este dúo de diseñadores abrieran las puertas de su casa, las propuestas basadas en la filosofía del turismo ‘pair to pair’(de persona a persona, en español) que persiguen el objetivo de intercambiar -o comercializar, pero a precios considerablemente más bajos- productos y servicios, no hicieron otra cosa que reproducirse a la velocidad de la luz. Hoy en día, Homeaway o Hundredrooms, por solo mencionar algunas, replicaron con éxito el concepto de buscar hogares particulares para disfrutar de unas vacaciones en cualquier parte del planeta.

Pero no solo el mundo hotelero dio un giro de 180° con la aparición de estas aplicaciones. El transporte y la gastronomía también sufrieron un cimbronazo del que, probablemente, nunca consigan recuperarse. Por nuestros días, cada vez son más los trotamundos que buscan en sitios como Blablacar compañeros de ruta para compartir coche y gastos de combustible, así como los que entran a páginas como Compartetren para reducir los costos de un billete o a EatWith para vivir experiencias gastronómicas inolvidables en residencias particulares de cualquier parte del mundo. Todo esto sin dejar de lado a los ya consolidados ‘free walking tours’, una propuesta “a la gorra” que ofrece la posibilidad de conocer las ciudades más importantes del mundo de la mano de un local. De manera menos artificial y sin costos fijos, capaces de ahuyentar a una buena cantidad de turistas. Pero además de interactuar cara a cara entre ellos, los viajeros 2.0 también utilizan plataformas como TripAdvisor y FourSquare y Yelp para dejar sus opiniones y críticas sobre un amplio abanico de temas: desde la comida de un restaurante, hasta el servicio de un hotel o su experiencia en una playa desierta en un destino remoto.

De esta manera, la tradicional guía turística va perdiendo peso frente a estas plataformas con opiniones actualizadas en tiempo real sobre todos los rincones que ofrece un destino. Tanto para los que necesitan abaratar costos a la hora desplazarse, como para los que simplemente apuestan al turismo como una manera de tener un contacto más directo con el destino que visitan, estas propuestas colaborativas dejan a las empresas intermediarias en un segundo plano y consiguen conectar a los verdaderos protagonistas de los viajes entre ellos. Internet, las aplicaciones móviles y, sin dudas, la manera en la que los turistas han sabido aprovechar las posibilidades que la tecnología puso sobre la mesa, consiguieron algo impensado hace algún tiempo atrás: que descubrir el mundo sea no solo más económico, sino también mucho menos estresante. Porque en la era digital viajar es un placer que empieza, incluso meses antes de despegar, frente a la pantalla de una computadora o ‘smartphone’.