No hay dudas de que Palm Beach es la zona más bacana de Florida. Boutiques exclusivas, restaurantes de primer nivel y edificios imponentes la convierten en la preferida de las billeteras más ricas del Hemisferio Norte que, todos los inviernos, llegan ávidas de buen clima y relax.
Txt: Rosario Oyhanarte Ph: Gentileza prensa y Rosario Oyhanarte
Háganse un favor: en su próximo viaje a Florida, destinen al menos un día de su agenda para recorrer Palm Beach, ubicada a solo una hora y cuarto hacia el norte de Miami. No en vano, ha embelesado a las familias más pudientes de Estados Unidos y el mundo; por mencionar algunos nombres, los Kennedy, los Pulitzer y los Trump cuentan entre sus habitués. Los Rockefellers, Vanderbilts y J.P. Morgan son otros de los magnates que han elegido vacacionar en Palm Beach, codo a codo con presidentes norteamericanos y la nobleza europea.
El fundador fue Henry Morrison Flagler, que en 1893 pagó 300.000 dólares por cien acres de lo que en ese entonces era una isla desconocida. Su objetivo fue crear un espacio idílico para que los millonarios del norte tuvieran dónde hospedarse durante el invierno. Desde entonces, cada año Palm Beach atrae a los ricos más ricos, que llegan en busca de temperaturas altas y de pasarla bien. Es que, la isla ofrece mucho más que lindas playas y buen clima; la arquitectura de sus casas, el ‘glamour’ de Worth Avenue, el nivel de sus restaurantes y la oferta cultural son otros de sus encantos… y procedemos a ampliar.
La isla es 100% segura y está siempre impoluta. La arquitectura de las casas y los locales, enmarcada por las palmeras y el azul del cielo, encanta a todo aquel que pone pie. Recorrer las calles apreciando las distintas mansiones que asoman es un programa en sí. Se recomienda manejar a lo largo de South Ocean Boulevard (desde la cual se divisa Mar-a-Lago, la mansión de Donald Trump que hoy es un club privado), South y North County Road y Worth Avenue, sobre la que nos explayaremos en breve.
Addison Mizner fue el arquitecto responsable de darle a la isla el look mediterráneo que luce hasta hoy; techos terracota, fachadas de estuco, patios y galerías son algunos de los elementos de su estilo. Una de sus creaciones más legendarias es El Solano, casa que construyó para sí mismo y que luego vendió a Harold Vanderbilt, para que luego pasara a manos de John Lennon. Dos de las galerías comerciales más lindas de toda la ciudad, Via Mizner y Via Parigi, también llevan su firma.
En la actualidad, uno de los arquitectos más elegidos por los ricos y famosos que llegan a Palm Beach es Jeffrey Smith, que suele trabajar codo a codo con el diseñador de interiores Scott Snyder. De más está aclarar que todo aquel que desee alejarse del estilo tradicional de la isla primero deberá obtener el permiso de la Fundación de Preservación de Palm Beach… tarea para nada sencilla, como podrán imaginar.
Gastronomía y compras para agendar
Uno de los edificios más emblemáticos de la zona es, sin dudas, The Breakers. Desde que fue fundado en 1896 por Henry Flagler, el hotel debe su nombre a que está situado frente al mar, justo allí “donde rompen las olas”. Sufrió dos incendios y cada vez que se renueva lo hace de un modo más y más opulento. Para entender de qué va su encanto hay que visitarlo. La entrada enmarcada por palmeras es imponente. El edificio luce reminiscencias europeas y, concretamente, italianas (Flagler se inspiró en Villa Medici). Aunque uno no se hospede en el hotel, vale la pena recorrer su gran ‘lobby’ y alguno de sus nueve restaurantes. Los domingos, el ‘brunch’ de The Circle ya es famoso en la región. Cuesta cien dólares por persona e incluye un banquete de mesas y mesas con manjares de todo tipo. El Seafood Bar es más relajado, ideal para comer rico pescado mirando el mar. La hamburguesa y las papas fritas de trufas son altamente recomendables. Y el baño es ¡una belleza!
Otros restaurantes célebres de The Breakers son Eccho y Flagler Steakhouse. Cabe aclarar que algunos, como el Beach Club, solo admiten a huéspedes del hotel. ¿Un buen dato? El valet parking cuesta treinta dólares pero está incluido para los comensales de cualquiera de sus restaurantes.
Párrafo aparte para el shopping de Palm Beach. Worth Avenue, una suerte de Rodeo Drive, despliega las mejores tiendas –y las más costosas– y así, es de las avenidas más exclusivas del mundo. Aunque uno no vaya con ánimos de gastar, se aconseja caminarla y perderse en las galerías que se abren hacia ambos lados. En ellas se esconden tiendas independientes y otros locales más accesibles. Algunos de los favoritos son Aerin (la tienda de la nieta de Estée Lauder, que solo tiene sucursal en los Hamptons y en Manhattan con cita previa), Roberta Roller Rabbit (con vestidos y salidas de baño divinas) o CJ Laing.
En estas galerías también se alojan algunos de los mejores restaurantes de la zona, como Pizza Al Fresco, ideal para comer ricas pizzas en una terraza que al atardecer se enciende con lucecitas. Otros clásicos son Bice, Ta-boo o Renato’s, con un ‘key lime pie’ que es un manjar. Imoto es ideal para fanáticos de platos japoneses y Bistro Chez Jean-Pierre tiene la mejor comida francesa de la isla. Para desayunos se recomienda Green Pharmacy y Charley’s Crab para un almuerzo de cara al mar, mientras que Surfside Diner es ideal para ir con chicos. No dejen de probar la ‘carrot cak’e…
El combo de shopping y restaurants también se da en Royal Ponciana Way, un pequeño ‘mall’ al aire libre con boutiques como Assouline, Hermes o Yves Saint Laurent y donde también hallamos a los restaurantes Palm Beach Grill (imperdibles sus ostras de entrada) o el pintoresco Sant Ambroues, que en la semana ofrece menú fijo de mediodía con entrada, plato principal y postre a 35 dólares. Su ‘gelato’ es para el infarto.
Los fanáticos de los ‘malls’ gigantes al estilo Miami pueden dirigirse al Gardens, que tiene una muy buena selección de marcas y suele estar bastante despoblado.
Arte, arena y polo
Si de atractivos culturales se trata, Palm Beach no decepciona. El museo Flagler, aquel que supo ser la casa del billonario homónimo, es ideal para revivir la historia de Estados Unidos y maravillarse ante su imponencia y esplendor. Fue construido en 1902 como regalo de bodas del magnate para su tercera mujer.
El Norton Museum of Art sorprende con su colección permanente, que se pavonea con piezas de Rubens, Monet, Braque, Henri Matisse y Picasso. También cuenta con obras de Warhol, Georgia O’Keeffe y Pollock, entre otros.
Cruzando el puente hallamos West Palm Beach, zona menos exclusiva pero con una oferta cultural interesante, como el museo Ann Norton Sculpture Gardens, que además de esculturas de la artista y muestras temporarias tiene unos jardines divinos, o el teatro Kravis, sede de la ópera y de obras directamente traídas desde Broadway, entre otros espectáculos. En cuanto a lo comercial, CityPlace es un paseo divino con tiendas como Anthropologie, Sephora y H&M. El local de Restoration Hardware es una cosa imponente: cinco pisos de decoración presididos por una terraza con vistas a la ciudad y un restaurante tan canchero como cualquier ‘hotspot’ neoyorquino que se precie.
Claro que la playa es otro programa y la buena noticia es que es pública. No es extremadamente amplia, pero sí tiene linda arena y el color del agua es de un azul intenso que a veces coquetea con el turquesa. Para disfrutar el aire libre, otra opción es alquilar bicis en Palm Beach Bicycle Trail Shop y perderse por sus calles sobre ruedas. También se aconseja visitar el jardín botánico Society of the Four Arts y hay otro dato, no menor: Palm Beach es conocida como la “capital del golf de Florida” y así, cuenta con más de 160 canchas.
Para los fanáticos de los caballos, a solo veinte kilómetros de la isla hallamos a Wellington, meca del polo, salto y ‘dressage’, que se considera la capital ecuestre de Estados Unidos. Todos los años, entre enero y abril reúne a los mejores exponentes del mundo. Asistir a cualquiera de los espectáculos es un programa que vale la pena y si no, en las afueras de Wellington también está Lion Country Safari, zoológico que se recorre en el propio auto.
La lista de encantos de Palm Beach es larga, sí; pero aunque no contara con los restaurantes, atractivos culturales o comercios que ostenta, de todos modos se aconsejaría la visita. Porque llegar a Palm Beach es entrar en un mundo que parece detenido en el tiempo, donde se invita al visitante a sentir cómo es eso de vivir a lo billonario. Como bien exclamó Flager ni bien llegó a Palm Beach por primera vez: “He encontrado un verdadero paraíso”.