Desde niño en su Catamarca natal hasta nuestros días, Cristian Mohaded nunca ha dejado de explorar con los materiales. ¿Su objetivo diario? Darle una vuelta de tuerca original a los objetos de uso cotidiano. Cómo trabaja y piensa una de las mentes más creativas del diseño latinoamericano.
Txt: Laura Piasek Ph: Gentileza Cristian Mohaded
Después de graduarse en la Universidad Nacional de Córdoba (FAUDI), Cristian Mohaded desembarcó en Buenos Aires y muy pocos años le alcanzaron para abrirse camino y construir una carrera meteórica. Al día de hoy, y ya posicionado como uno de los grandes referentes del diseño latinoamericano, el catamarqueño puede jactarse de haber trabajado para marcas locales como Voila BA, VacaValiente, Masisa y El Espartano, además de haber puesto su firma en producciones para pesos pesados del mercado internacional: Roche Bobois, Hábitat y La Redoute (Francia), Valerie Goodman Gallery (Estados Unidos) y Mercado Moderno (Río de Janeiro, Brasil), entre muchos otros.
Invitado, este año, por el dúo de diseñadores Hermanos Campana para participar del Salone Satellite -la exposición dentro de la Semana del Diseño de Milán consagrada a los talentos emergentes-, este visionario de los materiales mantiene su curiosidad y sus ganas de hacer tan intactas como el primer día. Conversamos con él para entender cómo es su proceso creativo y cuál es su fórmula para seguir encontrándole una variante a las formas de los objetos que usamos a diario.
¿Cuándo y cómo descubriste que querías dedicarte al diseño industrial?
Desde chico, siempre me interesó lo que tenía que ver con el dibujo, la pintura y, en definitiva, todo lo que estuviera relacionado con la creación. Cuando me decidí a estudiar, empecé con Ingeniería Química. Pero enseguida me di cuenta que no tenía nada que ver con mis intereses. Más tarde, y a través de un amigo, descubrí el diseño y fue ahí cuando tomé la decisión de inscribirme en la carrera de la Universidad de Córdoba. Al principio, no entendía muy bien qué estaba haciendo, pero en cuarto año me tocó un profesor que supo darme una dirección. Me dejó expresarse más con mis proyectos desde lo personal y esa posibilidad que me dio, me permitió visualizar mi futuro, imaginarme como diseñador.
En 2001 empecé a participar de concursos de diseño y, por suerte, en muchos me fue muy bien. Además de que me permitieron ejercitarme, me dieron ánimo en la parte creativa. A partir de ahí, lo laboral se fue dando solo. Mi primera experiencia fue con Solantú, una empresa que diseñaba productos con maderas poco convencionales. Me vieron en una feria, les gustó mi trabajo y la mirada que tenía con ese material, y me ofrecieron empezar a trabajar con ellos.
La exploración con los materiales es una piedra angular de tu trabajo. ¿De qué manera los elegís y cómo te relacionás con ellos?
Creo que la manera en la que me relaciono con los materiales que tiene que ver con que tengo una distorsión, en el buen sentido. Siempre estoy buscando el lado B de lo que estoy viendo. Soy una persona muy visual, todo el tiempo estoy tomando fotos. Puede que a simple vista sea un tornillo clavado en una pared, pero yo estoy viendo algo más… Tengo una fascinación por encontrar pequeños gestos dentro de algo, como si existiesen pequeñas señales. Mi trabajo con los materiales tiene mucho que ver con esto de mirarlos de una manera diferente, de buscar desconextuarlizarlos, manipularlos hasta lograr transformarlos en algo diferente, y de querer ir siempre un paso más allá para sobrepasar lo obvio. Mi percepción está atravesada por todo esto.
En otra entrevista que leí, asegurabas que tu proceso creativo es como si buscaras darle a los materiales más conocidos un ritmo diferente…
Yo siempre lo comparo con una cuestión psicológica. Para mí, los materiales son como las personas: hay que saber dialogar con ellos. Hay una cuestión de intimidad, si se quiere, que vas tocando… Vas viendo qué te dicen, cómo se comportan ante ciertas situaciones, por ejemplo, cuando lo querés doblar, quemar, teñir, coser, etc. En el trabajo hay que estar siempre despierto y ser permeable a sus respuestas, aceptar ese ida y vuelta con ellos porque sino corrés el riesgo de quedarte siempre en el mismo lugar… Esa permeabilidad es lo que justamente hace que las cosas fluyan. En definitiva, yo genero acciones con los materiales, y las respuestas que voy consiguiendo las transformo en diseño.
¿Siempre conseguís diseñar con los materiales que te proponés? Cuando no cumplen con tus expectativas, ¿los descartás?
No, jamás tiro la toalla. Algo que aprendí con el paso del tiempo es a relajarme. Me doy tiempo. Si es necesario, me tomo unos meses y más tarde vuelvo al material. A pesar de que no lo toque por unos meses, el pensamiento sobre ese material queda latente y lo sigo procesando. Cuando vuelvo a él, llego más enriquecido.
En muchos de tus proyectos trabajás codo a codo con artesanos y otros diseñadores. ¿Qué es lo que tiene que suceder para que un trabajo de diseño colectivo funcione?
Hay mucho de poner etiquetas: el creador, el artesano, el artista, el arquitecto, el escultor… Y, en realidad, todos estamos buscando lo mismo. Yo no puedo hacer un proyecto de cestería si no sé comprometerme y dialogar con una persona que sabe hacer eso y entender que él es el que sabe. Trato de que las personas con las que hago un proyecto se sientan parte del mismo. La cuestión de la empatía tiene que existir, siempre. Por suerte, suelo encontrar gente con la que me siento enganchada, con la que hablamos el mismo idioma. A mí me encanta trabajar con otros diseñadores. Ahora estoy en un proyecto al que invité a otra diseñadora (María Massone) y otro ceramista (Santiago Lena), y el trabajo tiene que ver con las relaciones que yo voy generando. No creo en la individualidad; para mí se crece más fuerte, más sólido, cuando el trabajo es compartido.
¿Cómo es tu espacio de trabajo?
En 2013 armé mi propio taller. En él, tengo un estudio bastante chiquito -de 4×4- donde guardo cajas con materiales bien seleccionados: maderas, plásticos, telas, cueros. Después, tengo la parte de oficina, donde tengo mis libros y una mesada donde hago la exploración con los materiales o la realización de piezas únicas. No tengo taller de producción, pero sí este lugar para gestionar proyectos más artísticos. “Nido”, por ejemplo, el proyecto que realicé con pelos de descarte de alfombras, lo armé todo ahí, de manera interna. Me gusta tener mi lugar de trabajo propio, me parece fundamental.
¿Qué influencias reconocés en tu trabajo como diseñador?
Las más tempranas son las de mi mamá y mi abuela. Mi abuela pintaba mucho, era muy de hacer. En la hora de la siesta, agarraba una madera, compraba pintura látex y se ponía a pintar un cuadro mientras nosotros la mirábamos. Ella necesitaba sacarse algo y pintando se lo sacaba. Y mi mamá está más vinculada a las manualidades, siempre creando, haciendo cosas por la casa. En otro orden, me siento influenciado por los hermanos Campana (Brasil) y los Bouroullec (Francia).
Los hermanos Campana fueron, justamente, los encargados de seleccionarte como diseñador emergente para el Salone Satellite de la última Semana de Diseño en Milán. ¿Cómo viviste este reconocimiento?
A Humberto (Campana) lo conocí cuando viajé por primera vez en 2007 a Milán para visitar la exposición. Yo ya era fanático de ellos y me fui hasta su ‘showroom’ especialmente para decirles que me gustaba mucho su trabajo. En 2015 me los volví a cruzar en San Pablo Arte, una feria en la que yo también exponía y uno de ellos se me acercó para decirme que le parecía muy interesante mi trabajo. Este año, cuando recibí la carta donde me notificaban que había sido seleccionado por ellos para ser representante del diseño emergente de Latinoamérica no caí, pero después entendí lo que representaba ser parte de la feria más grande del mundo. Fue como una recompensa por todo el camino que vengo haciendo.
Además de diseñar, ¿de qué otra manera te vinculás con la creación?
Este año empecé a dar clases en la Universidad (de San Andés). La parte académica, poder transmitir saberes desde la experiencia a futuros diseñadores, me interesa cada día más. Además, el año pasado presenté mi primera muestra relacionada con el mundo artístico, que se llamó “Objetos Embrionarios”. Se trató de un proyecto que me llevó más de un año desarrollar, que da cuenta de la búsqueda y la revisión de los materiales que llevo a cabo a lo largo de mi trabajo. No eran productos, sino piezas, y embrionarios porque busqué una forma de mostrar algo más prematuro. Tenía que ver con bocetos que tenía en mi cuaderno, ciertas cosas que quería exhibir acerca de la materialidad. El desafío fue poder mostrar un proyecto de expresión material sin el peso de que fuera un producto terminado.
¿Qué proyectos se vienen a futuro? ¿Cómo te imaginás de acá a unos años?
Yo sigo intercalando mis trabajos artesanales con proyectos más grandes, de tipo industrial, que me siguen gustando. Es como si fuera una balanza donde, por un lado, puedo crecer en lo profesional y, por el otro, desde lo personal y en la parte curiosa que sigo teniendo. Ninguna de las dos partes está por encima de la otra, sino que se soportan mutuamente. Un verdadero ida y vuelta. Además, quiero seguir trabajando para que el diseñador argentino tenga mayor visibilidad en el exterior.